Hacia
el año 1400, don Íñigo López de Mendoza,
marqués de Santillana, puso el
título de villancico a uno de sus poemas, pero en lo musical el villancico
empieza a dar numerosos frutos desde mediados del siglo XV. Los Cancioneros de la Colombina y de Palacio recogen un buen número de
piezas de este género, que representan una vieja tradición polifónica en la
Península Ibérica. En el segundo encontramos ejemplos de una corriente más
compleja desde el punto de vista vocal, acaso consecuencia de la creciente
relación entre Castilla y Flandes.
El
villancico no es aún exclusivamente religioso y, si lo es, no necesariamente
hace referencia a la Navidad. Tuvieron que pasar años para que en el hoy
llamado Cancionero de Uppsala
(Venecia, 1556) apareciese un apartado que dice: Villancicos de Navidad a tres
bozes. Son 10, entre los que hallamos los muy conocidos No la
debemos dormir, Dadme albricias hijos de Eva o Yo me
soy la morenica.
Los
villancicos de Juan Vázquez,
publicados en 1560, son todos profanos. Los que aparecen en los libros de Luis Milán, Miguel de Fuenllana y Alonso
Mudarra ni siquiera son polifónicos, sino para voz con vihuela. En sus Canciones
y villanescas espirituales (Venecia, 1589), Francisco Guerrero incluye 20 villancicos a 5 voces, de tema sacro,
aunque no todos navideños. En el fresco sabor popular de estos años se adivina
ya un deseo de convertir el género en el cauce formal donde el pueblo pueda
manifestar su júbilo por la venida al mundo del Salvador.
El
siglo XVII irá dando la razón a Guerrero,
pues el villancico comienza a entrar en el templo con enorme aceptación. El
primer gran maestro que incorpora el villancico en castellano frente al uso del
latín en el templo es el villenense Juan
Bautista Comes (1582-1643). Mateo
Romero, Carlos Patiño, Juan Hidalgo, Joan Cererols y Miguel de
Irizar compusieron bellos villancicos en el estilo característico del siglo
XVII, con sus ritmos ternarios muy sincopados y el uso inexcusable del bajo
continuo.
El paso
del siglo XVII al XVIII representa el apogeo barroco español en ese campo: Sebastián Durón, Antonio Literes, fray José
Vaquedano, Miguel Ambiela, Antonio de Yanguas, Jerónimo
de Carrión. Especial interés tiene el alcarreño Juan Manuel de la Puente (1692-1753), cuya obra ofrece ya una clara
separación entre la cantata, con sus arias precedidas de recitativos, y el
villancico, que sigue la vieja fórmula de estribillo y coplas.
De la Puente, maestro de capilla de la
catedral de Jaén de 1716 hasta su muerte, cultiva ya el tipo de villancico que
predominará en el siglo XVIII, con las novedades formales y estilísticas del
clasicismo (como el uso del violín en los templos, rechazado en principio por
la severa tradición polifónica española), en autores como Rodríguez de Hita, Manuel
Mencía, Melchor López, Joaquín García y el Padre Soler.
El
siglo XIX, salvo excepciones, trae consigo la caída del villancico, que no puede
hacer frente al auge de otros géneros en latín, principalmente la misa y el
motete, pero sobre todo a un sinfonismo cada vez mayor que excede a las
posibilidades económicas de la Iglesia. El villancico, que había generado en
tiempos un género tan aceptado como la tonadilla escénica, moría ahogado por la
pasión de la ópera italiana.
Pero la Navidad siguió inspirando un tipo de canción popular llamada
villancico, nadal, panxoliña, navidad, coplas a lo divino, caramelles,
y que creará pequeñas joyas por todo el país. En Extremadura (Ya
viene la vieja); Madrid (Campana sobre campana), Murcia (Dime
niño), Cataluña (Fum, fum, fum);
Castilla y León (En Belén tocan a fuego); Castilla-La Mancha (Hacia
Belén va una burra); País Vasco (Ator, ator); Andalucía (Chiquirriquitín),
Aragón (Ya vienen los reyes); Galicia (Falade ben baixo) y el
resto del territorio.
Nosotros hoy no queremos olvidar a Juan Vázquez, por paisano y por
ser uno de los grandes maestros del villancico. Juan Vásquez
(o Vázquez) (c. 1500,
Badajoz - después de 1560, Sevilla) fue sacerdote y compositor español del Renacimiento.
Nuestro paisano estuvo muy vinculado a los compositores renacentistas andaluces, entre los que
encontramos a nombres tan importantes como Francisco Guerrero o Cristóbal de
Morales. Se le conoce principalmente por su obra profana
compuesta de villancicos,
canciones y sonetos (madrigales)
y por la única obra religiosa que ha llegado hasta nosotros: su monumental Agenda defunctorum.
Sabemos muy poco de Juan Vásquez. Sí que nació en Badajoz la primera década del siglo XVI, pero nada de la
fecha exacta de su nacimiento ni de su familia, ni de su formación musical. Sabemos
que fue cantor, contralto, de la Catedral de
Plasencia. Sabemos que también fue cantor de la catedral de Badajoz.
Y después s desempeñó el cargo de maestro de los niños cantorcicos de la
catedral, enseñándoles canto llano,
canto de órgano y de contrapunto.
Después fue nombrado sochantre
de la catedral.
En 1538,
Juan Vásquez, abandona su ciudad natal, a donde no volvería hasta 1545. Fue cantor de la Catedral de
Palencia, lo que le permite entrar en contacto con las capillas castellanas y con músicos
vinculados a la nobleza. Gracias a estos contactos sus obras fueron conocidas
por los vihuelistas
castellanos. Después ingresó en Madrid como cantor en la capilla del Arzobispo.
Su nombre no figura en las listas de cantores de la capilla ni en Toledo ni en Arévalo, que fueron
lugares a los que se desplazó la capilla del arzobispo a continuación. Esto
hace suponer que su estancia en la capilla arzobispal fue corta.
En 1545
regresa a la Catedral de
Badajoz como maestro de capilla. Allí
estuvo hasta el verano de 1550.
Sabemos que por esa época ya era clérico aunque no en qué fecha se hizo
presbítero. Estuvo en Vila Viçosa,
donde residía la corte de los duques de Braganza.
Después marcha a Andalucía, empleado por Antonio
de Zuñiga, prior de San Juan, a quién dedicó su colección de música Villancicos y canciones. En
Sevilla publica la Agenda defunctorum.
En 1560
publicó su libro Recopilación de
sonetos y villancicos a cuatro y a cinco voces. Vásquez vivió en Sevilla hasta su muerte, posiblemente después de
1560. Con este villancico festejamos la palabra navideña:
¿Con qué la lavaré
La tez de la mi cara?
¿Con qué la lavaré
Que bivo mal penada?
Lávanse
las galanas
Con
agua de limones,
Lávome
yo, cuytada,
Con ansias
y pasiones.
¿Con qué la lavaré
La tez de la mi cara?
¿Con qué la lavaré?
Que bivo mal penada.