En Navegar al desvío, Manuel Rivas reflexiona
sobre el IV Centenario de Cervantes.
Leemos juntos:
Cervantes, Santiago y abre España
La
desidia del gobierno con el aniversario de la muerte de Cervantes contrasta con
el programa de Reino Unido para Shakespeare
Es muy probable que Cervantes no asista a los actos del IV centenario de su muerte.
En primer lugar, porque el funeral está muy
mal organizado. Y además, porque Cervantes
está muy vivo. Más contemporáneo que nunca. “Este
que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de alegres ojos y nariz corva, aunque bien proporcionada”,
dice en su autorretrato. Alegres ojos. Una mirada que traspasa los siglos. Un
clásico de transfusión incesante, que reactiva el presente con ironía, libertad
y maravilla. La que está difunta es la oficialidad cultural, con un Gobierno
ahora en funciones, pero que ha estado pasmado para la cultura cuatro años como
cuatro siglos. Cuando no pasmado, faltón. Es un lugar común en debates y
tertulias el descartar la teoría de las conspiraciones. Conspiranoico es
una descalificación que te deja fuera de juego, como a un disidente chiflado.
Así que yo tampoco creo en las conspiraciones, pero haberlas haylas. Y contra
la cultura en España ha habido algo muy parecido a una conspiración. No, no
creo que se haya reunido un comité bajo el epígrafe ¿Cómo acabar de una vez
por todas con la cultura? Eso sería demasiado divertido. Hay que tener
cierta cultura incluso para acabar con la cultura.
La de “política cultural” no es una
expresión feliz, pero más infeliz es una política cultural consistente en
embestir contra la cultura. Y esa es la manera campante, incluso en el hablar.
El acometer.
Con ese don de reactivar el presente desde
el pasado, lo expresa Cervantes por
boca de Sancho Panza en la segunda
parte de El Quijote:
“Tiempos hay de acometer, y tiempos de retirar, y no ha de ser todo ¡Santiago y
cierra España!”.
Eso que dice Sancho a Sansón Carrasco,
eso sí que es un tuit que atraviesa la historia, un mensaje portador de
sentido, un regalo de ironía y sutileza contra la gran costra de intolerancia y
grosería.
En la España de hoy, el acometer se ha
convertido en una adicción. El líder que niega el saludo al interlocutor. El
cargo que disculpa la corrupción del propio partido con la corrupción de los
otros, a ver quién acarrea más sacos de mierda. La declaración que demoniza al
otro, el uso del lenguaje como arma destructiva. Resulta muy alarmante, por
ejemplo, que una parte importante de ciudadanos que reclaman de forma pacífica
una consulta, lo que llaman el “derecho a decidir”, sean tratados como una especie
de subciudadanos con los que es pecado constitucional dialogar. Lástima que no
motivaran más reflexiones, en lugar de acometidas, las palabras de Julio Rodríguez, militar y cervantino,
exjefe de Estado Mayor de la Defensa, cuando habló de una “propuesta para
enamorar a Cataluña”. No, no todo va a ser acometer. No todo va a ser ¡Santiago
y cierra España!
La imprevisión y la desidia gubernamental
en el caso del IV Centenario de la
muerte de Cervantes, que contrasta con el programa conmemorativo de Reino
Unido sobre Shakespeare, es una
consecuencia de esa política de la acometida permanente. Cuando toda la
estrategia se centra en la acometida, se atrofia la capacidad para convocar y
unir, para crear confianzas básicas. Para el IV Centenario hay un interlocutor imprescindible, la Real Academia Española, que hoy preside
un hombre sabio y cervantino, Darío
Villanueva. Se ha perdido mucho tiempo, hay mucha gente indignada. Ni
siquiera el ilustre florete de Luis
María Anson, que cimbrea indignado en su tribuna de El Cultural, ha
conseguido despeinar a Cristóbal Montoro,
ducho especialista en acometidas culturales.
Si algo puede unir pluralidades y crear una
confianza básica en España es Cervantes.
Eso no significa que la cultura española, y la literatura en particular, sea de
tradición muy cervantina. La obra de Cervantes,
tan audaz, tan valiente, pertenece a la tradición de la antitradición. Su gran
revolución, la ironía, enlaza con la cultura popular carnavalesca, la estirpe
del humor que conoce el dolor y hace pensar. Por eso este Gobierno, ya zombi, y
los que vengan deberían ser, para empezar, más cervantinos. Es decir, entender
que la cultura es el líquido amniótico de la libertad. Y que la libertad está
para ejercerla. La crítica y el inconformismo son parte de la identidad de la
gente de la cultura. Le dice Sancho
al barbero: “Yo no estoy preñado de nadie ni soy hombre que me dejaría empreñar
del rey que fuese”. Ante la libertad, no decora al Poder el capricho de ser
vengativo.
Pero cuando se está en permanente acometida
no se escucha al otro. No se escucha ni a Cervantes.