
Ítaca no existe
Tres vueltas de llave y un olor a
silencio,
la luz súbitamente estrangulada
en el lecho sin fondo
y la humedad de quince o más otoños
y esta locura
y esta oscura gangrena de
embriagada penumbra,
tres o cuatro macetas con
esquejes de olvido
o esa vela gastada en noche de
tormenta.
Las puertas columpian el llanto
de sus goznes.
Hace ya tiempo que no hay
golondrinas al borde del tejado.
Asciendo lentamente
aquella escalera de los sueños freudianos,
subo a los altares mínimos
de
mi propia insuficiencia.
¡Cuánto ayer empozado,
cuánta breve mortaja,
cuánto leve recuerdo!
Sobre la cal de esta pared
escribo un verso:
He regresado y nada me esperaba.
Quizá se vuelve como a la patria
o al padre
con un algo de herida
y esa ansiedad de no reconocerse
en los viejos espejos.
Quizá se vuelve tarde,
se vuelve ya sin tiempo.
Desde el suelo
una muñeca muerta me contempla,
-una muñeca serenamente muerta-
Me alejo
con la desagradable sensación de
haber profanado una tumba.
Un lugar para el fuego. 1985