jueves, 20 de noviembre de 2014

HE REGRESADO Y NADA ME ESPERABA


Amalia Iglesias nació en 1962 en Menaza, Palencia. Es licenciada en  Filología Hispánica. Ha sido coordinadora del suplemento Culturas de el Diario 16. Revista de Libros, La alegría de 
los naufragios  y en la sección Contemporáneos del suplemento cultural del periódico ABC han sido su campo de trabajo en la prensa cultural. 
Publicó en 1984 Un lugar para el fuego; en 1988 Memorial de Amauta;  en 1989 Mar en sombra; en 1996 
Dados y dudas; de 2006 son Tótem espantapájaros, La sed del río y Lázaro se sacude las ortigas. Ha sido galardonada con los premios de poesía Adonáis,  Alonso de Ercilla del gobierno Vasco y el accésit 
del Jaime Gil de Biedma,  y el Premio Francisco Quevedo de poesía. Además le debemos, junto a la poeta Julia Piera, el guión de la película documental Antonio Gamoneda: escritura y alquimia de 2009.



Ítaca no existe


Tres vueltas de llave y un olor a silencio,

la luz súbitamente estrangulada en el lecho sin fondo
y la humedad de quince o más otoños
y esta locura
y esta oscura gangrena de embriagada penumbra,

tres o cuatro macetas con esquejes de olvido
o esa vela gastada en noche de tormenta.

Las puertas columpian el llanto de sus goznes.

Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado.

Asciendo lentamente
                                     aquella escalera de los sueños freudianos,

subo a los altares mínimos                                      
                                    de mi propia insuficiencia.

¡Cuánto ayer empozado,

cuánta breve mortaja,

cuánto leve recuerdo!


Sobre la cal de esta pared escribo un verso:

He regresado y nada me esperaba.
Quizá se vuelve como a la patria o al padre
con un algo de herida
y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.


Quizá se vuelve tarde,

se vuelve ya sin tiempo.

Desde el suelo
una muñeca muerta me contempla,

                                            -una muñeca serenamente muerta-
Me alejo
con la desagradable sensación de haber profanado una tumba.
Un lugar para el fuego. 1985

martes, 18 de noviembre de 2014

LAS CRUDAS HELADAS DEL OLVIDO


Aurora Luque (Almería, l962) es gran conocedora de la literatura de mujeres, pero también  y sobre todo es poeta. Publicó en 1982 Hiperiónida. De 1990 es el poemario Problemas de doblaje, y de 1994 es  Carpe noctem; Transitoria es de 1998. Después publicó Camaradas de Ícaro en 2003; y si os gustan leed estos  Haikus de Narila de 2005. En 2007 recibe el premio Generación del 27 por su libro La siesta de Epicuro. Además ha traducido poesía del griego (antiguo y moderno), del latín y del francés.

Leemos esta despedida
EPITAFIO
Si de algún modo muero,

en las crudas heladas del olvido

o de muerte oficial,

reléeme esta nota, por favor,

y quémala conmigo.
La vida no iba en serio ni siquiera más tarde.

Y no se tarda mucho en comprender

que se trataba sólo de unos juegos

para aparcar la muerte.

Ni siquiera fue un río
pues me tocaron tiempos muy duros de sequía

aunque el mar esperaba, siempre radiante, al fondo.
He creído en los mitos y he creído en el mar.

Me gustaron la Garbo y los rosales de Pestum,

amé a Gregory Peck todo un verano

y preferí
Estrabón a Marco Aurelio.

lunes, 17 de noviembre de 2014

JUVENTUD, DIVINO TESORO


ELENA MEDEL nació Córdoba, en 1985. A los 16 años ganó el premio Andalucía Joven concedido por el Instituto Andaluz de la Juventud con su primer poemario Mi primer bikini (2002). También es autora de Vacaciones (2004) y Tara (2006) y Un soplo en el corazón (2007), además de dirigir una antología de relato erótico, Todo un placer (2005). Lo último está publicado en la editorial Visor: Chatterton.


 La podemos leer en El Día de Córdoba y El Correo de Andalucía. A veces colabora en El País y en la Cadena Ser. Mi primer bikini explora el complejo universo de la adolescencia, plasmando el caos y el impulso de búsqueda propios de esa edad mediante el uso de iconos actuales. Lo dijo en Tara: "Yo pertenezco a una raza de mujeres con el corazón biodegradable":




Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.

Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.

Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.

Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas.

Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.