sábado, 8 de noviembre de 2014

EL QUIJOTE 23. YO SÉ QUIÉN SOY


MÁS CLARO TODAVÍA
Hemos estando planteado a lo largo de las entradas anteriores cómo Don Quijote es una creación de un Alonso Quijano cuerdo, que decide, por distintas razones, jugar a ser caballero andante imitando sus lecturas. Esto se ve muy claro en el arranque del capítulo V de la primera parte. Leamos.

CAPÍTULO V

Donde se prosigue la narración de la desgracia 
de nuestro caballero
Viendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros, y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. Esta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se hallaba, y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mesmo que dicen decía el herido caballero del bosque:
   —¿Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.
Y desta manera fue prosiguiendo el romance, hasta aquellos versos que dicen:
   —¡Oh noble marqués de Mantua,
mi tío y señor carnal!
Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mesmo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía, que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyó sin duda que aquel era el marqués de Mantua, su tío, y, así, no le respondió otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la mesma manera que el romance lo canta.
El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos, de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo:
—Señor Quijana, —que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante—, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte?
Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida, pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecerle caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico y de cuando en cuando daba unos suspiros, que los ponía en el cielo, de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en La Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual dijo:
—Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo.

Nuestro personaje, en el suelo, trata de imitar algún episodio de sus libros. Pero en los libros de caballerías no hay ninguna derrota tan infamante, le viene a la memoria el romance del Marqués de Mantua, como sucede en el anónimo Entremés de los romances, del que ya hablamos, en el que Bartolo, el protagonista, apaleado con su propia lanza, recuerda ese mismo romance. Se haría, pues, entre el capítulo anterior y este, la parodia de una parodia.

Carloto es el hijo de Carlomagno, y el herido es Valdovinos. Los romances de Valdovinos y del Marqués de Mantua derivan de la leyenda francesa de Ogier li Danois. Era un romance, en efecto, muy conocido pues este larguísimo texto se empleaba en las escuelas para aprender a leer. Aunque la versión que recuerda Don Quijote no procede directamente del romance antiguo, sino de una adaptación que aparece en la Flor de varios romances nuevos de Pedro de Moncayo (1591). Aunque el lo modifica  diciendo “mi tío y señor carnal”, cuando el romance antiguo dice «mi señor tío carnal» quedando la versión de Don Quijote  no sólo algo disparatada, sino que suena hoy divertidamente obscena.

Su vecino, le limpia el rostro y descubre que es Alonso Quijano. La acción del labrador coincide con lo que el romance dice de Daniel Urgel al encontrar a Valdovinos malherido.

Ya en el jumento del labrador, éste, al oírle suspirar, le pregunta qué le pasa y olvidando el romance de Valdovinos se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. Se trata de la historia de El Abencerraje y la hermosa Jarifa, incluida en el Inventario de Antonio de Villegas, y recogida en el libro IV de La Diana de Jorge de Montemayor a partir de la edición de Valladolid de 1561. Jarifa es ahora Dulcinea del Toboso le dice don Quijote, a lo que el labrador le responde:

—Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.

El labrador le recuerda la verdad. Vuestra merced es el honrado hidalgo del señor Quijana, y no Valdovinos ni Abindarráez. Pero, el personaje de la novela responde:

Yo sé quién soy—respondió don Quijote—, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.

Yo sé quién soy y sé quién puedo ser. Alonso Quijano sabe quién es, pero también sabe que con la imitación y la imaginación puede ser, jugar a ser hemos dicho en otras partes, quien quiera. Como todos. 

EL QUIJOTE 22. ESTA PRIMERA DE POLLINOS


LA CARTA MERCANTIL

Si la carta de amores estaría firmada por El Caballero de la Triste Figura, la otra ya no puede ser. A Sancho le interesa mucho que aparezca la firma, y que ésta sea legible, y que ponga bien claro el contenido: que la sobrina ha de entregar a Sancho tres de los cinco burros que hay en la casa. Un pago es un pago. Esto es serio.

Leamos el fragmento:

—Ea, pues —dijo Sancho—, ponga vuestra merced en esotra vuelta la cédula de los tres pollinos, y fírmela con mucha claridad, porque la conozcan en viéndola.
—Que me place —dijo don Quijote.
Y, habiéndola escrito, se la leyó, que decía ansí:
Mandará vuestra merced, por esta primera de pollinos, señora sobrina, dar a Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejé en casa y están a cargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se los mando librar y pagar por otros tantos aquí recebidos de contado, que con esta y con su carta de pago serán bien dados. Fecha en las entrañas de Sierra Morena, a veinte y dos de agosto deste presente año.
—Buena está —dijo Sancho—, fírmela vuestra merced.
—No es menester firmarla —dijo don Quijote—, sino solamente poner mi rúbrica, que es lo mesmo que firma, y para tres asnos, y aun para trecientos, fuera bastante.
—Yo me confío de vuestra merced —respondió Sancho—. Déjeme, iré a ensillar a Rocinante, y aparéjese vuestra merced a echarme su bendición, que luego pienso partirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que yo diré que le vi hacer tantas, que no quiera más.

Sépase que en época de Cervantes se leyó esta carta y su contexto como una sátira contra el duque de Lerma: Sancho representa al secretario Pedro Franqueza, y los pollinos a tres de los cinco hijos de Emanuel de Saboya, cuando fueron llamados a España como posibles sucesores de Felipe III. Sea así.

Ya vemos que se reproduce, con modificaciones cómicas, la estructura de una «cédula comercial de libranza».

En fin, todo claro. Sólo falta firmarla, pero Don Quijote asegura que no hace falta firma, sino sólo rúbrica. Firma es el nombre escrito, imprescindible en todo documento mercantil real; la rúbrica es el signo dibujado que acompaña a la firma. ¿Qué documento mercantil no lleva firma? Ninguno. Pero ¿qué firma poner? La transacción económica es real, es un pago, y por lo tanto tendría que aparecer el nombre verdadero. Si Alonso Quijano pone su nombre se estaría desdiciendo de ser Don Quijote; si pone Don Quijote la señora sobrina nunca pagaría.

Todo muy claro, y el hidalgo, muy cuerdo. 

EL QUIJOTE 21. EL ESCUDERO ES EL CORREO


LA CARTA DE AMOR

Volvamos a la novela y al personaje. Sancho habría de llevar una carta de amor, junto al documento de la libranza de los pollinos dirigido a su sobrina. En esa amorosa carta habría de contarle la penitencia y la imitación que andaba haciendo de Amadís:


Sacó el libro de memoria don Quijote y, apartándose a una parte, con mucho sosiego comenzó a escribir la carta, y en acabándola llamó a Sancho y le dijo que se la quería leer porque la tomase de memoria, si acaso se le perdiese por el camino, porque de su desdicha todo se podía temer. A lo cual respondió Sancho:
—Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro, y démele, que yo le llevaré bien guardado; porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate, que la tengo tan mala, que muchas veces se me olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de oílla, que debe de ir como de molde.
—Escucha, que así dice —dijo don Quijote.
CARTA DE DON QUIJOTE A
DULCINEA DEL TOBOSO
Soberana y alta señora: 
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura
—Por vida de mi padre —dijo Sancho en oyendo la carta—, que es la más alta cosa que jamás he oído. ¡Pesia a mí, y cómo que le dice vuestra merced ahí todo cuanto quiere, y qué bien que encaja en la firma El Caballero de la Triste Figura! Digo de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo y que no hay cosa que no sepa.

Recuerde que Oriana escribe una carta a Amadís firmándola: «Yo soy la doncella ferida de punta de espada por el corazón»; la metáfora, que sustituye el arma física por la moral, es, estilísticamente, muy efectiva. Desde la primera letra está imitando este tipo de correspondencia. Es imitación también  el saludo inicial: “Te envía la salud que él no tiene”, pues es un tópico literario ya usado por Cervantes en La Galatea, pero que aquí aparece en forma de endecasílabo. En fin, todo lo que dice son tópicos literarios de la poesía trovadoresca, del amor cortés. Tópicos: no dice nada.

¿No quedamos que mandaba una carta de amor para contarle cómo quedaba en Sierra Morena haciendo penitencia por Dulcinea? Pues eso, que es lo importante, no lo dice. Sino que ya en la carta le encarga a su escudero que sea él el que se lo cuente.

A Don Quijote no le interesa el objetivo de la carta, sino sólo el objeto: la propia carta, que sólo es una taracea de expresiones que aparecen en otras cartas de los libros de caballerías ¿Por qué? Por la propia realidad de Dulcinea, claro. Es decir: su irrealidad. 

EL QUIJOTE 20. ¿ESA ES LA PRINCESA DE SU PENSAMIENTO?


LA HIJA DE LORENZO CORCHUELO Y ALDONZA NOGALES

Estamos ahora en el captulo XXV, que trata de las estrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros. Sancho ha de dejar a don Quijote en Sierra Morena , porque imitando a Amadís de Gaula va a hacer penitencia. Beltenebros es el bello tenebroso, en provenzal, nombre que asume Amadís cuando, rechazado por Oriana, que lo cree desleal, se retira a la isla de la Peña Pobre para hacer penitencia. Don Quijote, actuando como los escritores de la época (¡Sí, HEMOS DICHO ESCRITOES!), decide obrar como en el libro, meditando bajo los árboles y componiendo canciones. A ello se añade la imitación de Orlando, rechazado por Angélica, acaso guiado por el ejemplo de Cardenio, desnudo y saltando por el monte: don Quijote se quedará en camisa y dará volteretas.

Y si Amadís es ahora Beltenebros, él lo será el Caballero de la Triste Figura. El quiere IMITAR a Amadís.

Ya hablaremos más adelante del yelmo de Mambrino. Ahora a lo nuestro:

Don Quijote le dice a Sancho que en el cuaderno de Cardenio escribirá dos textos: uno, la carta de amor para Dulcinea. Otro, la carta mercantil, el documento por el cual su sobrina ha de librar tres burros, la libranza de pollinos, en recompensa para Sancho. En el primer lugar que encuentre a alguien que escriba le ha de mandar que pase los escritos a papel. Pero qué pasa con la firma?:

—Todo irá inserto —dijo don Quijote—; y sería bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles o en unas tablitas de cera, aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como el papel. Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que bien, escribilla, que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o, si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás.
—Pues ¿qué se ha de hacer de la firma? —dijo Sancho.
—Nunca las cartas de Amadís se firman —respondió don Quijote.
—Está bien —respondió Sancho—, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y esa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaréme sin pollinos.
—La libranza irá en el mesmo librillo firmada, que en viéndola mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla. Y en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura». Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces, y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales, la han criado.
—¡Ta, ta! —dijo Sancho—. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?


Releemos:

Porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaría jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces, y aun podría ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales, la han criado.


Ahora es cuando descubre Sancho la verdadera identidad de Dulcinea: la hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales. Y los amores también los conocemos: son platónicos, es decir es un amor que se centra en la esencia de la Belleza, que don Quijote ha depositado en una moza, Aldonza Lorenzo,  a la que sólo ha visto cuatro veces, es decir, unas cuantas veces, y ella a él, tal vez ninguna.

No,  claro que no hay amor real, carnal, sexual, de hombre, Alonso Quijano, a mujer, Aldonza Lorenzo. Es el amor  de las formas o ideas eternas, inteligibles, y perfectas. Ella es sólo la depositaria de ese ideal amoroso platónico que se nos describe en El banquete.

Pero miremos ahora a Sancho:

—¡Ta, ta! —dijo Sancho—. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?
—Esa es —dijo don Quijote—, y es la que merece ser señora de todo el universo.
—Bien la conozco —dijo Sancho—, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justo título puede desesperarse y ahorcarse, que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, solo por vella, que ha muchos días que no la veo y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia, que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado.


Ya sabe quin en REALIDAD Dulcinea: Aldonza Lorenzo. ¿Cómo es ella realmente?
1.       Tan forzuda como el hombre más forzudo del pueblo pues tira la barra como ninguno. Este juego rural consiste en arrojar un rejón con puntas afiladas, unas veces lo más lejos posible, otras a un lugar determinado.
2.       Es hombruna pues tiene pelo en pecho, esto es, valiente.
3.       Es de complexión fuerte y robusta: su rejo, su voz, que le permite llamar a los mozos lejanos desde lo alto del campanario.
4.       Dice de ella que es cortesana, que más aquí significa prostituta que la mujer cortés renacentista.
5.       En nada ha de parecerse a las mujeres de belleza renacentista de las que antes hablábamos, pues  debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire.
6.       Cómo enviar regalos a una mujer que al tiempo de arrodillarse ante ella, como princesa, estuviese ella rastrillando lino o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.

       Y ahora viene el cuento que explica el sentido de que sea Aldonza Lorenzo la amada de don Quijote:

                 Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y sobre todo desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, rollizo y de buen tomo; alcanzólo a saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: «Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir: Este quiero, aqueste no quiero». Mas ella le respondió con mucho donaire y desenvoltura: «Vuestra merced, señor mío, está muy engañado y piensa muy a lo antiguo, si piensa que yo he escogido mal en fulano por idiota que le parece; pues para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles».


  Y concluimos:

Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra.

Para lo que la quiere (tener una enamorada en su imaginación) claro que vale la machorra de Aldonza Lorenzo, si al cabo su belleza es sobrehumana, como ya hemos visto.

Y sigue:

Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y, así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta, y en lo del linaje, importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar, más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa, ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. Y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.


Ya se sabe: Dulcinea es sólo el fruto de su imaginación, una imaginación que CREA la realidad IMITANDO sus modelos.

jueves, 6 de noviembre de 2014

UNA MENTIRA QUE NOS CONVIERTA EN MÁS VIVOS



Carlos Marzal nació en 1961. Se suele decir que él forma parte del grupo de poetas pertenecientes a la Poesía de la experiencia. Ya conocemos a Luis García Montero. Con  Metales pesados obtuvo el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica, y con Fuera de mí ganó el Premio Antonio Machado y el Internacional de Poesía Fundación Loewe. También es autor de novelas, como Los reinos de la casualidad. Hoy leemos este poema suyo, que tiene que ver con algunas cosas que hemos estudiado:


Que otras vidas más hondas sofoquen mi nostalgia
y que el don del valor me sea concedido.
Que el amor se engrandezca y sea fiel y dure
y que ajenos paisajes impidan la tristeza.
Que el olvido y la muerte, que el tiempo y el dolor
formen por esta vez en el bando vencido.
Que las luces se apaguen, y en la noche del cine
una breve mentira nos convierta en más vivos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

EL QUIJOTE 19. LA BELLEZA SOBREHUMANA DE DULCINEA. ¡QUÉ HORROR!


VOLVEMOS A DULCINEA, O A ALDONZA LORENZO
Leamos ahora el siguiente fragmento del capítulo XIII. Don Quijote y Sancho se han encontrado en el camino con unos caminantes, entre los que está Vivaldo. Éste le habla a don Quijote de cómo los caballeros, mientras combaten se encomiendan a sus damas, en lugar de encomendarse a Dios. Además le dice que  «no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados». A esto responde don Quijote

- Eso no puede ser —respondió don Quijote: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón.
Con todo eso —dijo el caminante—, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.
A lo cual respondió nuestro don Quijote:
—Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que el tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.
—Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado —dijo el caminante—, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.
Aquí dio un gran suspiro don Quijote y dijo:
—Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo. Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.
—El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber —replicó Vivaldo.



En fin, Alonso Quijano, ahora ya el caballero don Quijote de la Mancha, lector de novelas de caballerías, sabe que en los estatutos de la orden caballeresca se dice que los caballeros están obligados a servir a una dama. ¡Por eso tiene él una!: Dulcinea del Toboso. Vivaldo, pues, le pide que le diga el nombre, la patria, la hermosura y el linaje. Recordemos sus respuestas:
Nombre: Dulcinea.
Patria: El Toboso.
Calidad: Princesa.
Belleza: sobrehumana.


Veamos. De los dos primeros elementos, nombre y patria, ya hemos hablado. Ella es Dulcinea del Toboso. Es princesa, porque «es reina y señora mía». Listo. Como llamamos princesas también a las que sin serlo, servimos.


Vayamos a su belleza. Contesta don Quijote que es «sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas». 


Es sobrehumana, no humana, no real, o no como las mujeres reales, porque en ella sí son verdad los quiméricos (fantásticos, imaginarios, imposibles) atributos que los poetas fueron almacenando desde Petrarca hasta el comienzo del Barroco. Así, don Quijote hará una descripción de Dulcinea que seguirá el orden que la retórica mandaba para el retrato, comenzando desde la parte superior de su persona:
Los cabellos son oro.
Su frente son campos elíseos. Es decir,  morada eterna de los buenos; aquí, lugar donde residen los pensamientos de Dulcinea..
Sus cejas son arcos del cielo, como el arco iris, rompiendo y jugando con el tópico de las cejas como arcos ‘armas’ del amor, y cuyas saetas son la mirada de la mujer.
Sus ojos son soles.
Sus mejillas son rosas.
Sus labios son corales.
sus dientes son perlas.
Su cuello es alabastro.
Su pecho es mármol.
Sus manos son marfil.
La blancura de su piel es nieve.


Dicho de otro modo. Ella, Dulcinea, no es cabello, frente, cejas, ojos, mejillas, labios, dientes, cuello, pecho. Sino que ella, Dulcinea,  es oro, campos elíseos, arcos del cielo, soles, rosas, corales, perlas, alabastro, marfil y nieve. En ella todos los tópicos se hacen verdaderos. Ella no es humana. Es sobrehumana. 


Recordemos el soneto de Lope de Vega, en el que describe a la amada, su cuerpo, su cabello, sus ojos, su olor...comparándolos con elementos de la naturaleza como el cristal, el ébano, el lino, el oro, el ámbar y la grana: 

No queda más lustroso y cristalino
por altas sierras el arroyo helado
ni está más negro el ébano labrado
ni más azul la flor del verde lino;

más rubio el oro que de Oriente vino,
ni más puro, lascivo y regalado
espira olor el ámbar estimado
ni está en la concha el carmesí más fino,
que frente, cejas, ojos y cabellos
aliento y boca de mi ninfa bella,
angélica figura en vista humana;

que puesto que ella se parece a ellos
vivos están allá, muertos sin ella,
cristal, ébano, lino, oro, ámbar, grana.


Pero nos falta por conocer el linaje. El linaje, prosapia y alcurnia eran los tres conceptos que se pedían para establecer cualquier documento, y en primer lugar la limpieza de sangre. Vivaldo añade, sobre lo legal, la demanda por la hermosura, que ya hemos visto. Veamos, pues, su linaje:

A lo cual respondió don Quijote:
—No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia, Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón, Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla, Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:
Nadie las mueva
que estar no pueda con Roldán a prueba.
—Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo —respondió el caminante—, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos.
—¡Como eso no habrá llegado! —replicó don Quijote.
Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Solo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.



Ella, Dulcinea, no tiene un linaje antiguo, pero otros linajes tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado.  Y nos recuerda que   Cervino, hijo del rey de Escocia y hermano de la reina Ginebra, encuentra en el Orlando furioso el arnés de Roldán, es decir, su armadura,  colgado de un pino, y para que nadie se arme con él graba unos versos en el tronco (trofeo) que lo sostenía: «Armatura d’Orlando paladino», queriendo significar: «Nessun la muova / che star non possa con Orlando a prova», que son los mismos versos  que don Quijote traduce, manteniendo, incluso, la aliteración y la asonancia interna.


Bueno, Sancho, no se entera de nada todavía:
 
Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.


¡Ya se enterará! que ahora estamos leyendo la historia de Grisóstomo y Marcela y Ambrosio. ¡Ah, el amor!