domingo, 25 de febrero de 2018

NOSOTROS, TAL VEZ; LA LENGUA, NO.

En el suplemento Ideas, del hoy domingo 25 de febrero, en El País, Álex Grijelmo nos presenta algunas de las cuestiones sobre las que nosotros hemos trabajado en clase. Atentos:
LENGUA
No es sexista la lengua, sino su uso
El idioma español sufre acusaciones comprensibles desde la óptica del feminismo, pero tal vez injustas

El feminismo de hombres y mujeres que obran de buena fe ha progresado a costa del lenguaje, porque sus reivindicaciones constituyen un fin superior que no debe detenerse ante daños secundarios que ni causan víctimas ni son irreversibles.

Y realmente no se pueden equiparar la protesta ante el abuso del feminismo en tal o cual palabra y la lucha frente a los maltratos, las vejaciones, la discriminación, la ocultación o los salarios que sufren las mujeres.

Así pues, situarse en la defensa del idioma supone, en la práctica, enfrentarse a la causa feminista. Y criticarla en ese terreno sería como censurar a los bomberos por usar sus hachas para derribar la puerta cerrada y salvar así a las víctimas que se hallan desvanecidas en el interior entre las llamas. Qué importa la integridad de la puerta si se trata de rescatar a seres humanos. Qué importa la integridad del idioma si se trata de una lucha justa.

Por tanto, se puede comprender y compartir esa corriente del feminismo que fuerza las palabras para lograr una conciencia general que a su vez consiga cambiar la situación; del mismo modo que no se criticaría a los bomberos en la tesitura referida… salvo que el portero del inmueble les hubiera dado una llave.

Con una llave, los bomberos seguirían allanando un domicilio sin permiso expreso de los dueños, pero en tal caso nadie juzgaría violenta esa acción.

El uso habitual del hacha contra la lengua ha llevado a muchas personas bienintencionadas a considerarla como un sistema construido por el varón, y por tanto masculino; y por tanto machista y discriminatorio. Se arroja así una sombra de rechazo sobre ese patrimonio cultural, una maquinaria compleja cuando se analiza y sencilla cuando se usa; una lengua que, paradójicamente, llamamos materna.

Y eso que en España no se ha distribuido una circular del Gobierno que, como sí sucedió en Francia en noviembre pasado, condene el lenguaje inclusivo en los documentos de la Administración; ni la Academia española ha criticado, cosa que sí hizo la francesa, la flexión en femenino de los nombres de profesiones y oficios. Más bien todo lo contrario.

Pero quién sabe si muchos adolescentes interesados en la filología, la psicolingüística o la filosofía de la lengua no se habrán desviado de su vocación al toparse con esos denuestos. Si se desprestigia el idioma, se desprestigia todo lo que a él va asociado.

Acusan de machismo a la lengua española, sí, pero el mismo sistema que no ha dado duplicaciones como corresponsal y “corresponsala” ha acogido sin problema guardián y guardiana o capitán y capitana, o bailarín y bailarina. Quienes tienen formación en filología saben que esas decisiones lingüísticas se deben a razones históricas o etimológicas, a veces incluso aleatorias, pero no sexistas.

Idioma y realidad
La lengua no es la realidad, sino una representación de la realidad. Tenemos la palabra padre, que representa a un hombre, y el término madre, que representa a una mujer. Pero si una amiga nos dice “mis padres no están” y yo sé que sus padres son un hombre y una mujer, la palabra padres los representa a ambos, y no cabe invisibilidad alguna de la madre: la realidad conocida influye en el lenguaje y lo modifica.

Si cuento que “en el concurso de belleza de las fiestas participaron veinte jóvenes”, quien me escuche pensará en veinte mujeres a pesar de que no hay marca de género en ese mensaje. Sin embargo, si escribo “entre sólo tres policías detuvieron a los diez terroristas”, en la palabra policías se habrá visto a tres hombres (lo mismo que sólo habrá varones en la palabra terroristas), aunque tampoco se ofrezca ninguna pista gramatical al respecto. Esto sucede por la influencia de la realidad en la percepción de las palabras que la representan: abundan los concursos de belleza femenina, hay más policías varones que policías mujeres y son escasas las terroristas. Cuando la realidad cambie, esas mismas palabras representarán la realidad cambiada. Es la realidad la que cambia la lengua. La lengua en sí misma sólo puede avisar para que la realidad cambie.

Por ejemplo, hace años pudo producirse ocultación de la minoría femenina en una expresión como los diputados españoles, pero ahora ningún ciudadano ignora que en los diputados entran hombres y mujeres. Por la misma razón, si asistimos a una conferencia sobre Los derechos de los españoles y las españolas, sabemos que son los mismos para ambas colectividades. Pero no sucederá lo mismo si la charla se titula Los derechos de los saudíes y las saudíes, pues nuestro conocimiento de la realidad hará que pensemos en derechos diferentes. Una misma estructura sintáctica da resultados distintos. ¿Por qué? Por culpa de la realidad. Cambiémosla.


Las duplicaciones han servido de mucho en la comunicación feminista, han influido en la conciencia general; pero en muchos terrenos la realidad puede hacerlas ya inservibles, por superadas; o, peor aún, contraproducentes por cansinas. El peligro consiste en que esa sensación se dé antes de tiempo: es decir, que el cansancio llegue antes de cumplirse los objetivos que la duplicación pretende.
No obstante, sí cabría combatir algunos usos asimétricos en la lengua sin derribar el sistema con el hacha. Es decir, usando la llave.

Además de reducir la reiteración de duplicaciones para evitar el cansancio y el rechazo, se podría decir, por ejemplo, la persona en vez del genérico masculino el hombre o los hombres. Y también la abogacía en lugar de los abogados, o la juventud en lugar de los jóvenes. La filóloga feminista Mercedes Bengoechea ha elaborado una relación de casos así que vale la pena atender.

Género
También se puede dar una reacción contraproducente con la insistencia en la nueva acepción de la voz género alumbrada hace 23 años —tras la conferencia de Pekín— mediante una mala traducción de la voz gender, que a su vez funcionaba en inglés como eufemismo de sexo por influencia del puritanismo victoriano.

Una silla tiene género, pero no sexo. Los géneros gramaticales agrupan el masculino, el femenino, y el neutro (antaño se incluyeron también el epiceno y el común). Pero la biología sólo acoge el sexo masculino y el femenino (sin que eso excluya el sentimiento de cada cual y el cambio del uno al otro). Así, la confusión entre género y sexo es fuente de grandes malentendidos.

Además, el vocablo género (admitido ya por la Academia en el sentido sociológico) altera su polaridad según el contexto: en violencia de género, esta voz sustituye a machista y refleja una idea firmemente peyorativa. Sin embargo, la locución políticas de género puede equivaler a políticas de igualdad, y del tal modo ese género adquiere un tinte positivo, como sucede también en conciencia de género. Por tanto, esta palabra es en esencia positiva unas veces y negativa otras, lo cual dificulta su valor como idea omnicomprensiva del problema.

Por otro lado, la locución violencia de género se percibe como algo técnico, incluso suave; un término sociológico que se distancia de los hechos; mientras que el concepto machista se condena a sí mismo como algo temible y reprobable, y sería una buena llave para abrir la casa en llamas.

Accidente gramatical
El género es un accidente gramatical. La lengua española no se muestra muy coherente respecto al género. Las palabras terminadas en o suelen ser masculinas, pero tenemos la contralto, la canguro, la modelo, la sobrecargo, la mano… Las palabras terminadas en a suelen ser femeninas, pero decimos el día, el pirata, el pediatra, el fisioterapeuta. La e también se reparte, como en la esfinge y el jefe. Algunas palabras tienen un solo género que vale para los dos sexos (los nombres epicenos), como la persona, la criatura, la víctima, la jirafa, la ballena y otros muchos nombres de animales. Y usamos los femeninos su santidad, su majestad o su excelencia para referirnos a varones. Y, por supuesto, algunas palabras en femenino engloban a hombres y mujeres (la judicatura, las más altas personalidades…), lo mismo que al revés (el profesorado, los altos cargos del partido). Y además hemos fosilizado expresiones con una extraña concordancia masculino-femenino, como “a ojos ciegas” o “a pies juntillas”. Realmente, no se puede decir que el genio del idioma se haya dedicado mucho a que el género se corresponda estrictamente con el sexo.

Sin embargo, la corriente feminista ha hecho causa del asunto, y ha logrado que se abran paso alternativas a términos comunes para el masculino y el femenino, como juez (el juez y la juez, pero ahora la jueza), o líder (la lideresa); si bien eso no ha alcanzado a otros como modelo (el modelo, la modelo) o atleta (el atleta, la atleta)...

Al mismo tiempo, en teórica contradicción con el caso de juez, se desecha el desdoblamiento de el poeta y la poetisa, y no parece haber polémica con el sumiller y la sumiller o el mártir y la mártir, entre otros muchísimos ejemplos posibles.

Es decir, en unos casos se pretende el desdoblamiento, en otros la simplificación y en otros no hay ninguna lucha al respecto. En justa correspondencia con el desorden gramatical.

El mejor árbitro es una mujer
Por otra parte, el tan denostado genérico masculino ofrece sus compensaciones. La final de Copa de rugby masculino, disputada el pasado 30 de abril, fue arbitrada por la granadina Alhambra Nievas, que está considerada “el mejor árbitro del mundo”. Y al decir “Alhambra Nievas es el mejor árbitro del mundo”, estamos dándole un papel preponderante no sólo entre las mujeres sino también entre los hombres. El masculino genérico no la hace desaparecer, sino que agranda su importancia. Por tanto, como sostienen las profesoras y feministas Aguas Vivas Catalá y Enriqueta García Pascual, no se debe confundir la ausencia con la invisibilidad.

Cuestiones de uso
Catalá y García Pascual han escrito también: “Lo que hay que analizar no es el sexismo en el lenguaje, sino el sexismo en el uso del lenguaje”.

He aquí algunos casos, entre otros muchos posibles, en que sí se produce un claro sexismo al usar las palabras, a menudo de forma inconsciente.

El salto semántico. Expresión que acuñó Álvaro García Meseguerautor del primer gran ensayo sobre el sexismo lingüístico en España. Por ejemplo: “Los ingleses prefieren el té al café. También prefieren las mujeres rubias a las morenas”. De ese modo, “los ingleses” reúne a hombres y mujeres; pero en la siguiente oración desaparecen éstas de aquel genérico.

Visión androcéntrica. Se da cuando el papel de la mujer se subordina en el lenguaje al protagonismo del hombre, incluso estando situada al mismo nivel profesional.

Así, hemos podido oír: “Brad Pitt llegó acompañado por Angelina Jolie”. Podría decirse al revés, “Angelina Jolie llegó acompañada por Brad Pitt”; pero sería mejor comentar que “Angelina Jolie y Brad ­Pitt llegaron juntos”. Cuando llegaban juntos, claro.

Del mismo modo, si una empresa recomienda a sus comerciales llevar corbata, está eliminando de un plumazo a las comerciales.

Partículas discriminatorias. A estas tendencias sexistas se suma otra más emboscada aún, y que opera con las conjunciones adversativas y concesivas: “Trabaja muy bien, aunque está embarazada”, o “es una mujer, pero muy competente”.

Asimetrías en los nombres. Ocurren cuando se cita a las mujeres por el nombre y a los hombres por el apellido. El nombre de pila acerca al personaje y refleja un tono familiar; el apellido le otorga un trato más respetuoso. Esa asimetría se dio en este titular: “Destituyen al senador que acusó a Dilma de corrupta”.

El uso sexista se produce asimismo al colocar un artículo femenino delante de los patronímicos de mujeres artistas: la Pantoja o la Callas, que no tienen su correspondencia en el Bisbal o el Serrat. También en el caso de políticas como la Thatcher o la Cifuentes.

Y al denominar las obras de pintores o escultores de fama, se dice un picasso, un miró; pero no un khalo (un cuadro de Fidra Khalo).

Se dan asimetrías igualmente en expresiones arraigadas, como “una mujer de vida alegre”; que se diferencia de “un hombre de vida alegre”, además de la ya conocida diferencia entre ser "un zorro" o "una zorra".En medio de todos estos problemas referidos al uso, está apuntando en él un fenómeno que permite albergar ciertas esperanzas: el femenino genérico. Pero no forzado, sino natural.

Anoté algunos casos durante los Juegos de Londres, todos ellos en boca de varones: un entrenador y distintos periodistas de la cadena SER: “Jugamos tranquilas, ¿eh?” (seleccionador del equipo femenino de balonmano, durante un tiempo muerto). “¡Si ganamos, estamos clasificadas!” (un periodista, sobre el equipo femenino de waterpolo). “Si estamos entre las siete primeras vamos a ser oro” (sobre la regatista española Marina Alabau en windsurf). “Somos terceras después de las rusas” (sobre el equipo de natación sincronizada). “Hemos pecado un poco de inexpertas” (tras una derrota en waterpolo femenino). Y más recientemente: “¡Hoy podemos ser campeonas de Europa de bádminton!” (Carolina Marín).

Conclusión
Quizá resuman todo lo dicho hasta aquí las palabras escritas por Aguas Vivas, Catalá y Enriqueta García Pascual: “Se puede ser feminista sin destrozar el lenguaje. Pero difícilmente se puede evitar un uso sexista de la lengua sin ser feminista”.


Y también lo que defiende la profesora feminista María Ángeles Calero, partidaria de que se deshaga desde la escuela la falsa relación entre género y sexo: El género se debe considerar como un mero accidente gramatical. Un accidente, esperemos, sin daños personales.

NEGRO DE M..., ERES UN HIJO DE P...

En  La punta de la lengua, su columna dominical de El País, Áléx Grijelmo escribe sobre cómo funciona nuestro cerebro para completar nuestro dis…
 Le llamó hijo de p...
Esas omisiones parciales ante las malas palabras nos protegen de oírlas, pero no de pensarlas
El cerebro humano desarrolla un proceso de comprensión lingüística que a menudo activa la percepción de una palabra unos milisegundos antes de que sea escuchada o leída. Se trata de esa misma maquinaria mental que nos invita a pronunciar lo que una persona tartamuda no termina de decir (cosa que no se debe hacer, por cierto) o nos impulsa a redondear un refrán que nuestro interlocutor ha dejado a medias.
Del mismo modo, si alguien nos dice “acostumbro a lavarme la cara cada...”, nuestra mente lingüística completará la oración con los sustantivos mañana o día, y elegirá uno u otro en función de lo que haya oído más recientemente. Cuanto menor sea la “cohorte de candidatos” a ocupar ese lugar, más fácil resultará rellenarlo por nuestra cuenta (Alberto AnulaEl abecé de la psicolingüística. 1998: 52).
Eso ocurre también cuando en los periódicos se omiten palabras malsonantes y se dejan a medias las oraciones en las que se insertaban, pues de todos modos las descodificamos sin querer cuando se integran en una locución estable. Por ejemplo, en “lo llamó hijo de p…” resulta inevitable que la palabra puta se active en el cerebro, a pesar de que no se haya escrito ni leído; porque toda nuestra experiencia se vuelca sobre ese mensaje para redondearlo.
El pasado 14 de enero, el futbolista colombiano del Levante Jefferson Lerma aseguró que Iago Aspas, del Celta, le había insultado durante el partido: “Me ha dicho negro de mierda”.
Al día siguiente, varios medios relataban el incidente pero sin reproducir la última palabra pronunciada por el jugador colombiano. En el caso de una cadena televisiva, eso ocurría tanto en el audio como en el texto que lo acompañaba como subtítulo: “Me ha llamado negro de m….”. Un pitido y los puntos suspensivos reemplazaban al vocablo malsonante.
Días después, un titular deportivo informaba de que Xabi Prieto, jugador de la Real Sociedad, le dijo a su compañero Íñigo Martínez, que iba a fichar por el Athletic, el gran rival: “No me j… que te vas”.
Estas omisiones parciales pretenden proteger a niños y mayores frente a las malas palabras. Pero con ese recurso se protege de oírlas, no de pensarlas. Porque unos y otros habrán rellenado sin dudar lo que faltaba. La cohorte de vocablos candidatos era ciertamente reducida.
En esos supuestos, caben dos opciones: o se refiere el exabrupto entero, sin puritanismos hipócritas, o se deja la textualidad para otra ocasión. En las declaraciones del futbolista Lerma, se habría podido informar de que éste denunció que su rival le dirigió una frase racista, sin más. Pero eso tampoco excluye, claro, que se piense el insulto.
El proceso de reconstrucción de estos mensajes incompletos depende mucho de la expectativa que el receptor tenga al respecto. Resulta más sencillo y más rápido aportar las letras o fonemas que faltan cuando la experiencia más habitual se conecta con ese mensaje. El cerebro establece en tales casos un juicio de probabilidad, porque está acostumbrado a acertar con ese recurso innato de la comprensión.
Y ahí debería residir nuestra principal inquietud. Si al recibir un texto inconcluso como “negro de m...” entendemos en un milisegundo “negro de mierda”, la forma resumida de reproducirlo no arregla nada. El problema reside en que hayamos reunido la suficiente experiencia de insultos y racismos como para completarlo sin dudar.