jueves, 28 de enero de 2016

EL QUIJOTE 54. LOS DESPRECIOS

“Que los ingleses se queden a Cervantes; lo tratarán mejor”

Los escritores y académicos critican la inacción del Gobierno ante la conmemoración el IV centenario del autor de El Quijote

El retraso en el anuncio de estrategia y programa respecto al año Miguel de Cervantes ha provocado una catarata de reacciones de indignación. Escritores y miembros de la Real Academia Española (RAE) se muestran decepcionados, escandalizados y dolidos ante la falta de información, los retrasos y la escasa ambición de miras respecto al autor de El Quijote. La Comisión del Año Cervantes, es decir, 2016, cuando se cumplen 400 años de su muerte, no ha anunciado ninguna iniciativa, lo que ha levantado protestas en el ámbito de la creación y el mundo académico.

Javier Marías, escritor y miembro de la RAE
“Hace algunas semanas escribí un artículo titulado Reino de los muertos. En él denunciaba el olvido e ingratitud con el que en España hemos tratado a nuestras mejores figuras y particularmente a los que han muerto. No me extraña. En los últimos tiempos, a ninguno de los partidos políticos que han concurrido a las elecciones se les ha escuchado hablar de cultura. Este olvido respecto a Cervantes puede deberse a que en los últimos años se han celebrado sucesivas conmemoraciones, aunque hayan pasado sin pena ni gloria. Durante los años ochenta y los noventa pareció que íbamos a prestar más atención a estas cosas, pero compruebo que hemos vuelto al desdén, al olvido, a la injuria y en estos últimos cuatro años a una hostilidad equiparable a la que existió hacia el mundo de la cultura en la época del franquismo. No me lo acabo de explicar”.

Arturo Pérez Reverte, escritor y miembro de la RAE

Todos los últimos Gobiernos españoles han despreciado la cultura; pero el actual la agrede directamente”.

Manuel Gutiérrez Aragón, cineasta, escritor y miembro de la RAE

“Me he enterado por El País de que la conmemoración de Cervantes estaba en pañales. La verdad es que a estas alturas confío más en la voluntad de los maestros y profesores que en cualquier otra cosa. Así empezamos a leer El Quijote, poco a poco y con cariño, gracias a los enseñantes. En los últimos tiempos parece que ha habido una persecución a las humanidades y a la enseñanza en profundidad. ¿Qué quiere que le diga? Esto debe ser cosa de todos los días y no de unos fastos efímeros. Seguramente lo mejor es contar con la radiotelevisión pública, ¿aún existe?”.

Soledad Puértolas, escritora, miembro de la RAE

“Es un signo de nuestra incapacidad tanto de visión y valor cultural como económica. Somos un país, primero, que no ha podido encauzar bien la educación y la cultura. Pero tampoco sacar rentabilidad en términos de valor económico a estos fastos. Hay miopía en esos asuntos. Creativamente, además, en relación a Shakespeare, si con el inglés culmina una época con el español comienza toda una era en la narración a nivel universal”.

Javier Cercas, escritor

“Como cualquier persona, medianamente sensata, no creo que estas cosas en España sirvan para lo que tienen que servir. Si tuvieran que ser de ayuda para algo, lo que está ocurriendo respecto al retraso de la conmemoración, me parece normal: un ejemplo del desprecio que las élites de su tiempo sintieron por Cervantes y más concretamente por El Quijote. Esto me ha resuelto una duda. Me había preguntado muchas veces si los españoles nos merecíamos a Cervantes. Ahora ya sé que no. Es más: que los ingleses se queden a Cervantes; lo tratarán mejor. Lo prefiero. Fueron ellos antes que nadie quienes pusieron en valor El Quijote y lo utilizaron como referencia de lo que consideraron la primera novela moderna”.
Andrés Trapiello, escritor


“Aparte de la indecencia de nuestros gobernantes, resulta todo un síntoma en un país que parece más entretenido en destruirse que en construirse. Pero también da cuenta de una encuesta del CIS de 2015 que revelaba que sólo dos de cada diez españoles admitían haber leído El Quijote. Las últimas grandes celebraciones en torno a esta obra datan de hace 100 años, cuando formaba parte de la vida nacional. En Reino Unido, Shakespeare está presente en los colegios, en los teatros, con un lenguaje actual, mientras que en España resulta ajeno a nuestros contemporáneos. En vez de dedicarnos a desenterrar sus huesos, los de un cuerpo muerto, deberíamos prestar atención a su obra, que es lo realmente vivo”.

miércoles, 27 de enero de 2016

EL QUIJOTE 53. LA VIDA DE SHAKESPEARE

Marcos Ordóñez, ahora, nos presenta  cómo sería un día en la cabeza del dramaturgo inglés:

Shakespeare por un día
Lo que Shakespeare pensaba, creía y sentía vas a encontrarlo en la suma de sus obras

Borges escribió un cuento crepuscular donde un hombre hereda la memoria de Shakespeare “y es como si le ofrecieran el mar”. Se me ocurre, con todo respeto, una variante de pasado mañana: un mago cibernético, al que presto la cara benévola de Ray Bradbury, inventa una máquina del tiempo y, entre incontables opciones, ofrece ser Shakespeare por un día. Viajar por un día al interior de su cabeza y ver cómo funciona. Encasquetarte sus ojos, sus orejas, su imaginación siempre alerta. Ver todo lo que ve, todo lo que olfatea, todo lo que selecciona y atesora. En La cualidad de la misericordia, de Peter Brook, hay un precioso pasaje en el que el joven Will llega a Londres, camina por las ruidosas y animadas calles y devora todo lo que hay a su alrededor. Brook imagina a Shakespeare atrapando “relatos de viajantes, rumores de intrigas palaciegas, disputas religiosas, elegantes réplicas mordaces, obscenidades violentas”. Y añade algo tan obvio como esencial: “Un poeta absorbe todo lo que experimenta, pero solo un genio sabe destilarlo y relacionar impresiones absolutamente distintas y contradictorias”.

Exacto: lo que yo quiero es ver cómo se ponía en marcha esa esponja absoluta, pero no acabo de decidirme, porque el mago cibernético despliega un catálogo muy variado. La llegada de Shakespeare a Londres abre un ramillete de grandes fulguraciones. Ahí está también el día en que se abismó sobre la Crónica de Holinshed, que será su gran fuente de historias. O la tarde en que escuchó la encendida perorata de un borracho donde reconocemos un párrafo que heredará el futuro Falstaff. O este momentazo (un poco más caro, porque hay mucho travelling): Will camina por Shoreditch, deja atrás leproserías, burdeles y patíbulos, y entra, como imantado, en el teatro del viejo Burbage, aquel imponente edificio poligonal, enyesado en blanco y negro, con tres galerías, patio cubierto y techumbre de tejas, sede de la compañía de los Lord Chamberlain’s Men, y decide que ellos serán su familia.

Puedo viajar también al día en que rompió a escribir la primera parte de Enrique VI. Cuando toma posesión, por así decirlo, del pentámetro yámbico, hasta entonces casi una fórmula alquímica, y la hace resonar como nunca había resonado antes, ni con Marlowe, y podemos ver de qué modo los versos le marcan ya al actor, sin indicaciones, cómo ha de respirarlos: dónde están las pausas, dónde los galopes. ¡Ah, poder atrapar el instante originario en que ese verbo poético, como señalan los detectives Pérez y Balló en El mundo, un escenario, “construye la imagen en el oyente, y se hace visión aunque no llegue a visualizarse”. O cuando brota esa conciencia, nunca plasmada hasta entonces, que “habla mientras piensa y se escucha a sí misma”, y echa a andar, y se llama Hamlet, como el hijo muerto.

Por supuesto que me gustaría verle escribiendo, líneas y líneas como sangre negra y fresca, pero Shakespeare exige algo más teatral.

El mago abre entonces la segunda baraja y sugiere asistir a la noche en que Will, entre jarras de cerveza, cuenta a su band of brothers lo que parece ser el plan, todavía titubeante, de su próxima obra. Ver cómo trocea y rearma el material de Holinshed, y lo hace crecer hacia lo alto para que vuele, y lo hinca en el suelo para que el público lo reconozca y lo haga suyo; verle trazar saltos de tiempo y espacio, dibujar en voz alta y apasionada páramos del norte, grandes batallas, la antigua Roma, bosques habitados por la magia. O, ya metidos en harina teatral, ¿quién no querría viajar al Globe la gloriosa mañana en que subió por primera vez a las tablas y les dijo “Que la acción responda a la palabra y la palabra a la acción, poniendo especial cuidado en no traspasar los límites de la sencillez de la naturaleza”.

Habría lógico overbooking para vivir su primer revolcón con la Dama Oscura o con el igualmente innominado joven de los sonetos, pero tampoco faltaría pasaje para verificar si el poemario era un juego de voces líricas, hijo exclusivo de su imaginación. Y habría un viaje último a la primavera de 1616 para tratar de desvelar, en palabras de Borges, el “árido testamento, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario”.


Queda, por supuesto, el gran misterio, el definitivo: aprehender el pensamiento de aquel hombre que “a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser”. Y como has pagado por varios viajes, el mago te susurra al oído que no gastes más, que lo que Shakespeare pensaba, creía y sentía vas a encontrarlo en la suma de sus obras, y que no entender eso es no entender la naturaleza de todo dramaturgo.

EL QUIJOTE 52. SAL GORDA PARA NIÑOS

En El País,  Francisco Rico nos vuelve a ayudar a leer el Quijote:

Un libro divertido y sencillo

El éxito editorial del Quijote no tiene parangón en la historia de las letras europeas. La colección canónica del teatro de Shakespeare, el First Folio de 1623, se reimprime nueve años después y no reaparece hasta 1663; en el ínterin, tampoco se publican sino tres obras sueltas, contempladas ya como antiguallas del “old Shakespeare”. En todo el siglo XVII, el escritor ‘nacional’, el poeta italiano por excelencia, es todavía Petrarca, y la Commedia dantesca se asoma a las prensas sólo tres veces.

El Quijote no ha conocido eclipses similares. En sus dos primeros decenios rozó la veintena de ediciones; entre 1625 y 1635 sufrió en Castilla el veto general de estampar novelas y comedias, pero siguió viendo la luz en las traducciones, y desde entonces apenas ha pasado año sin ser impreso, una o muchas veces, en español o en otras lenguas y sin que su valoración dejara de caminar in crescendo. Si Lope de Vega lo juzgaba indigno de merecer unos versos de elogio, con el tiempo se ha vuelto común, casi trivial, otorgarle la etiqueta que Cervantes asignó a otra novela española: “el mejor libro del mundo”. Así lo saludan ya en nuestro milenio encuestas de The New York Times y El País, el Club del Libro noruego o The Guardian, avalados por escritores y críticos del máximo prestigio.

Cuál es la clave de tan buena estrella no creo que nadie pueda averiguarlo con certeza. El aprecio para una obra de ficción lo consigue el autor con procedimientos literarios, pero la regla general es que el lector no lo conceda por razones literarias, sino, digamos, humanas, del mismo género de las que lo mueven a estimar otras realidades no literarias. Quizá va por ahí la pista más segura para explicar la fortuna universal del Quijote: la fascinación que produce la figura del protagonista (con la silueta de Cervantes al trasluz), siempre radicalmente inverosímil y absolutamente natural. Según la temprana descripción de Guillén de Castro, el héroe despierta inevitable e inseparablemente “lástima y amistad”. El caballero andante loco, desaforado, grotesco, y el Alonso Quijano lúcido, sensato e irreprochable, suscitan idéntica simpatía, y el deleite que provoca la novela consiste notablemente en el ir y venir del uno al otro, entre las acciones nacidas de la locura y las palabras inspiradas por la lucidez. Otro tanto cabría decir de Sancho, y también glosarlo indefinidamente.

El Quijote es muchas cosas, que cada época ha valorado en diversa medida. El lector moderno tal vez se impacienta con la novelita pastoral de Cardenio, pero no otro fue el episodio que Shakespeare se complació en escenificar en un drama ¿perdido? No obstante, por encima de contener todas las posibilidades de la futura narrativa, es en primer término una historia cómica, un libro que siempre se ha juzgado enormemente divertido. No faltan la ironía y el gracejo apacible, pero no nos engañemos: el suyo es principalmente un humor de sal gruesa, de slapstick, bromas pesadas, garrotazo y tente tieso. En tal elementalidad, como de dibujos animados, radica considerablemente la excepcional acogida que se le ha dado a lo largo de cuatro siglos. Vale la pena recordar, con el gran Leo Spitzer, que “en Europa Don Quijote es ante todo un libro para niños”.

En línea con esa comicidad primaria está la evidencia de que la novela “es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella”, nada que no se comprenda en seguida: “los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran” (II, 3). El testimonio de Sansón Carrasco parece convincente: si la obra de Cervantes ha sido “tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes”, tiene que ser muy transparente y muy sencilla. En la acción, ni raras enseñanzas ni mensajes trascendentes. Las moralejas y las disquisiciones teóricas son uniformemente las de un sentido común que nadie en sus cabales puede rechazar y a nadie disgustar.


Et pourtant... Sin embargo, en ningún otro libro se ha hallado, como apuntaba Ortega, “tan grande poder de alusiones simbólicas al sentido de la vida”. Conviene aquí tener presente que el Quijote es un texto y es un mito, independiente del texto, no sujeto a él, y que hoy resulta casi imposible abordarlo sin falsillas previas. Las más pertinaces las fijó el romanticismo alemán: el tema de la obra, definía Schelling, es “la lucha de lo real con lo ideal”. ¿Por qué no? A mí me gusta lucubrar que el Quijote ilustra en grado soberano un aspecto esencial de la condición humana: vivir contándonos a todo propósito historias sobre nosotros mismos que se enfrentan con las limitaciones y condicionamientos de las circunstancias. Refútelo quien quiera. Porque, como fuere, la invitación a ir más allá de la letra, y aun a postergarla, forma parte de la grandeza y la vigencia del Quijote.

EL QUIJOTE 51. MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES

Jesús Ruiz de Matilla nos pone al día en El País de cómo van los cosas que a nosotros sí nos preocupan:


Mucho Shakespeare y poco Cervantes

Los británicos se vuelcan en la celebración del cuarto centenario del bardo, mientras aún no se han presentado los fastos ni las estrategias oficiales para la conmemoración del autor del Quijote

Con mucha seguridad en sí mismo debió escribir William Shakespeare estos dos primeros versos de uno de sus gloriosos Sonetos: “Ni el mármol ni los regios monumentos son más indestructibles que estas rimas”.

Cuando 400 años después, el primer ministro británico David Cameron, lanzaba un artículo a nivel mundial para anunciar que 2016 será un año dedicado en cuerpo y alma a la conmemoración de la muerte de su autor universal, muchas reliquias que no han durado tanto no pueden decir lo mismo.

Parece que no ocurre igual con el homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra,  muerto el 22 de abril de 1616, mientras Shakespeare habría fallecido entre el 23 de abril y el 3 de mayo del mismo año. Aunque la leyenda dice que ambos murieron el 23 de abril. En España, diferentes instituciones se muestran entre ofendidas y preocupadas ante el secretismo con que se llevan las conmemoraciones de Estado. Cuando aún no se han anunciado públicamente iniciativas ni estrategias, algunos califican el debido homenaje a Cervantes de fracaso.

Poco se sabe de los trabajos de la Comisión dedicada al cuarto centenario del autor de Don Quijote. Desde el ministerio de Educación, Cultura y Deporte adelantan que próximamente se anunciarán, pero en varios círculos califican de caótico y poco efectivo su funcionamiento. La prueba es que pasado un mes, apenas nada se sabe al respecto salvo que hay 130 proyectos aprobados, de orden académico, cultural, turístico o educativo.

Desde la Real Academia Española (RAE),  advierten de que llevan dos años avisando. Si director, Darío Villanueva, muestra cierta pesadumbre: “El tiempo empieza a correr y la conmemoración de Estado no se conoce mientras que con preocupación vemos como desde el Reino Unido, el primer ministro ha comparecido para anunciar los fastos del año Shakespeare”.

Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, realizó unas declaraciones en octubre de 2015 en las que alertaba sobre el retraso de los trabajos de la Comisión. Desde la secretaría de Estado de Cultura mostraron su molestia. Pero cuando va a finalizar enero de 2016 y todavía no se conocen más que leves esbozos, el tiempo le ha dado la razón, pese a que en su última comparecencia para presentar el anuario del Cervantes, García de la Concha atribuyera el retraso al vacío de poder.

Un poco de previsión no hubiese resultado de más. Después de todo, un acontecimiento así puede preverse con siglos de antelación si se toma más o menos en serio. Desde la secretaría de Estado de Cultura no aportan datos económicos concretos más allá de que aplicarán fuertes deducciones de hasta el 90% a patrocinadores por tratarse de un acontecimiento especial, contemplado así por el ministerio de Hacienda. Pero desde instituciones como la RAE también apuntan que a cambio de ese trato fiscal de favor, han retirado una partida presupuestaria específica.

La Comisión está formada por diversos organismos. La integran representantes de diferentes ministerios y gobiernos autónomos, así como miembros del Instituto Cervantes, la Biblioteca Nacional, el museo del Prado, Acción Cultural Española o el ayuntamiento de Alcalá de Henares.

La estrategia con respecto a Shakespeare ha arrancado con toda la fuerza de penetración global de la que es capaz el Gobierno británico. El programa Shakespeare lives, anunciado por Cameron en su artículo del día 5, abarca una ofensiva internacional con acciones en 140 países. La parte específicamente española será anunciada hoy en el British Council de Madrid.

Su director, Andy Mackay,  destaca que la estrategia de Shakespeare lives trata de acercar la obra del autor de Hamlet principalmente a las nuevas generaciones: “Más allá de emplear brillo de su obra como forma de conocimiento de nuestro idioma, la idea es hacerlo encajar en el mundo de hoy en torno a temas absolutamente contemporáneos, como los problemas de género, la emigración o la democracia”, asegura Mackay.

La difusión de su obra a través de los medios de comunicación –la BBC es una de las instituciones públicas implicadas en la conmemoración, al tiempo que no existe ni rastro de RTVE dentro de la estrategia española con Cervantes- y las nuevas tecnologías son algunos de los pilares del año Shakespeare. “También penetrar en barrios deprimidos y convertir su obra e inspiración en un motor de cambio social”, agrega Mackay. El encuentro entre las obras de ambos autores también será abordado en actividades conjuntas y foros como la Universidad de Alcalá o el Hay Festival de Segovia.


Mientras las comparaciones y semejanzas meramente literarias entre ambos superan cada vez con mayor fuerza la prueba del tiempo, conviene no abordar las de otra índole. Como cuenta el propio Alonso Quijano en un pasaje del Quijote: “Digan lo que quisieren, que desnudo nací, desnudo me hallo. Ni pierdo ni gano, aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí”. Parece que por parte de la comisión del centenario, ya entrado de sobra el año, poco tienen que aportar. Así que estos meses tendremos mucho Shakespeare y poco Cervantes.