sábado, 15 de noviembre de 2014

TRADUCIRSE EN PALABRAS


De Miriam Reyes (1974) hemos leído Desalojos  y Bella durmiente, ambos en Hiperión, y también Espejo negro, en DVD ediciones. Siempre que nos preguntamos por las palabras, por poder decir, o no, lo que queremos, recordamos este poema que ahora traemos a clase.  Sus poemas nunca hablan como los libros, y cuando vemos sus videos sabemos que sus libros hablan como los hombres. Por eso nos gusta, y nos asusta, y nos desola, y nos angustia, y nos … . Porque siempre está presente su necesidad de traducirse en palabras.





Las preposiciones no siempre se ajustan.
Deberían tener gomas en las esquinas como las sábanas bajeras,
para aguantar en su sitio las convulsiones de un cuerpo.
Cuando dices que piensas en mi no siempre piensas en mi:
Piensas acerca de mi pero desde lejos

EL QUIJOTE 25. FELIZ ALONSO QUIJANO, TAMBIÉN LLAMADO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, HONRA Y PREZ DE LA CABALLERÍA ANDANTE, QUE MURIÓ SIN CONOCER LO QUE LA VIDA LES TENÍA RESERVADO A SUS PARIENTES Y AMIGOS. FELIZ ÉL.


El periodista Winston Manrique  Sabogal, en El País de hoy nos presenta la última de las novelas de Andrés Trapiello, que gira en tono, otra vez, a los personajes vivos tras la muerte de Don Quijote. Muy interesante. Ya habíamos leído Al morir don Quijote y, luego, iremos a comprar ésta para este fin de semana de lluvia, frío y, ay, desaliento:
Sancho Panza viaja a las Indias
Andrés Trapiello retoma su homenaje a Cervantes con una novela en la cual fabula con las aventuras en ultramar del escudero tras la muerte de Don Quijote



¡El mundo al revés! Sancho Panza se ha quijotizado del todo. Muerto el Caballero de la Triste Figura ahora salen a resolver entuertos y vencer miedos quienes le sobrevivieron al ir detrás de una misión harto difícil, cambiar de vida en las Indias. Solo que se toparán con la aventura más insospechada: encontrarse a sí mismos. La cita es en El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino), donde Andrés Trapiello (Manzaneda de Torio, León, 1953) junta al fiel escudero con el bachiller Sansón Carrasco, su esposa Antonia y sobrina de Alonso Quijano y al ama Quiteria.
Los cuatro conviven en una novela que continúa el camino abierto por Miguel de Cervantes en su obra maestra al mezclar realidad, presente y ficción como un solo mundo. Viven esas criaturas con su creador, con la presencia ausente de don Quijote, con el falso caballero y su escudero copiados por Avellaneda, y el efecto de la obra cervantina en la gente.
Es la continuación del homenaje a Cervantes iniciado hace 10 años por Trapiello en Al morir Don Quijote, donde recreaba lo que sucedía con los personajes de la obra en aquel lugar de La Mancha tras el fallecimiento del ingenioso hidalgo. El final de Sancho Panza… “es una manera de resarcir el sueño de Cervantes. De hacer justicia poética a él mismo porque cuando llega de la guerra de Argel intenta pasar a las Indias. Pero menos mal que no lo hizo porque, tal vez, no habría escrito su obra”, recuerda el escritor dentro de la Torre del Oro, a orillas del Guadalquivir.
Cuatro siglos después, una parte del sueño está a punto de hacerse realidad. La locura de don Quijote de trastocar el mundo.
Inmensas nubes grises rodean Sevilla, mientras su río tiene encima el cielo azul. En un día así, como el del miércoles, pudo haber embarcado Sancho Panza a las Indias, en compañía de sus tres amigos, junto a pícaros y maltrapillos, en la nao La Favorita. La Torre del Oro habría sido testigo de sus aventuras físicas, morales y existenciales.
El final de Sancho Panza…. es una confirmación de que don Quijote vive. De que sus personajes son tan reales como su creador. No se trata de competir con Cervantes porque eso es imposible. Su genio y su lengua son únicos y esa empresa es absurda. Se trata de simpatizar con su espíritu”, dice Trapiello. Esta no es una novela histórica, busca extender los ideales de libertad y cierta anarquía cervantina, “las causas del Quijote no están perdidas”.
Unos trece años ha estado el autor leonés con esta novela cuyos tres pilares de investigación se basan en lo literario (El lazarillo de Tormes, las Cartas de Santa Teresa y Don Quijote), en lo histórico (Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de las Casas, Crónicas de Indias, etcétera) y en la vida cotidiana (Cartas privadas de Emigrantes de Indias 1540-1616, compiladas por Enrique Otte).
Sevilla es el punto de encuentro del pasado y del futuro de esta historia de convivencia entre el creador y sus criaturas, entre la realidad y la ficción. Sevilla fue importante para Cervantes antes de escribir su gran obra. Una ensoñación cervantina allí es imposible, pero un asomo a través de los sitios por donde habrían estado Sancho Panza y sus amigos no, con Andrés Trapiello como guía.
Las gradas de la Catedral donde transcurría la vida de sevillanos, cambistas, indianos, marinos, sacerdotes y demás gentes que decidían parte del destino del mundo ahora vive el trasiego de turistas. En uno de sus frentes el Archivo de Indias, antes Casa de la Contratación, la zona “donde se escuchaba el sonido de una lengua que se estaba haciendo”.
Una manzana más abajo, hacia el río, la Casa de la Moneda, “lo más cervantino que se conserva, junto a las iglesias donde está guardado el siglo XVII”. Detrás, la Torre del Oro, donde fondeaban los barcos, donde la ilusión partía y los rezos por un buen viaje se compartían entre los que se iban y los que se quedaban. Donde las naos han sido reemplazadas por embarcaciones de turistas.
A su derecha, entrando por una de las calles del Arenal, la antigua playa de Sevilla, el Hospital de la Caridad. Al lado, las atarazanas sumergidas en el silencio y las sombras de sus arcos de ojivas. En la esquina, el postigo del Aceite, una de las pocas puertas para entrar a la ciudad que se conservan. Culebreando un poco la antigua cárcel, donde estuvo un día Cervantes y donde en la novela de Trapiello durmió su escudero, solo hay una placa.
Detrás, la Plaza de San Francisco con su palmera solitaria, bajo cuya sombra está la escultura de quien da origen a todo esto, don Miguel de Cervantes Saavedra.

domingo, 9 de noviembre de 2014

EL QUIJOTE 24. ¿POR QUÉ HUBO DE HACER REÍR EL HOMBRE QUE MÁS MELANCÓLICAMENTE HAYA LLEVADO UNA CABEZA SOBRE UNOS HOMBROS VENCIDOS?



Luis Martín Santos es el autor de una de las más importantes novelas del siglo XX. Publicada en 1961, Tiempo de silencio es  una simple novela folletinesca de argumento buen sencillo, pero su estructura es de enorme complejidad.

En un determinado momento, Pedro, el protagonista, va por la calleen la que vivió Cervantes en Madrid. Este es el pretexto para introducir esta interesante digresión:


Venía un airecillo cortante desde el este. Para evitarlo, dejó a un lado la cuesta de Atocha con toda su apertura desabrida y se metió por las callejas más retorcidas y resguardadas de la izquierda. Estaban casi vacías. Siguió andando por ellas, acercándose sin prisa, dando rodeos, a la zona de los grandes hoteles. Por allí había vivido Cervantes -¿o fue Lope?- o más bien los dos. Sí; por allí, por aquellas calles que habían conservado tan limpiamente su aspecto provinciano, como un quiste dentro de la gran ciudad. Cervantes, Cervantes. ¿Puede realmente haber existido en semejante pueblo, en tal ciudad como ésta, en tales calles insignificantes y vulgares un hombre que tuviera esa visión de lo humano, esa creencia en la libertad, esa melancolía desengañada tan lejana de todo heroísmo como de toda exageración, de todo fanatismo como de toda certeza? ¿Puede haber respirado este aire tan excesivamente limpio y haber sido consciente como su obra indica de la naturaleza de la sociedad en la que se veía obligado a cobrar impuestos, matar turcos, perder manos, solicitar favores, poblar cárceles y escribir un libro que únicamente había de hacer reír? ¿Por qué hubo de hacer reír el hombre que más melancólicamente haya llevado una cabeza serena sobre unos hombros vencidos? ¿Qué es lo que realmente él quería hacer? ¿Renovar la forma de la novela, penetrar el alma mezquina de sus semejantes, burlarse del monstruoso país, ganar dinero, mucho dinero, más dinero para dejar de estar tan amargado como la recaudación de alcabalas puede amargar a un hombre? No es un hombre que pueda comprenderse a partir de la existencia con la que fue hecho. Como el otro –el pintor caballero- fue siempre en contra de su oficio y hubiera querido quizá usar la pluma sólo para poner floripondiadas rúbricas al pie de letras de cambio contra bancas ginovesas. ¿Qué es lo que ha querido decirnos el hombre que más sabía del hombre de su tiempo? ¿Qué significa que quien sabía que la locura no es sino la nada, el hueco, lo vacío, afirmara que solamente en la locura reposa el ser-moral del hombre?

Pero la cosa es muy complicada. Mientras que Pedro recorre taconeando suave el espacio que conociera el cuerpo del caballero mutilado, su propio racionalismo mórbido le va envolviendo en sus espirales sucesivas.

Primera espiral: Existe una moral -una moral vulgar y comprensible- según la cual es bueno, sensato y razonable el que lee libros de caballería y admite que estos libros son falsos. El libro de caballería intenta superponer sobre la realidad otro mundo más bello; pero este mundo -ay- es falso.

Segunda espiral: Surge, sin embargo, un hombre que intenta que lo que no puede en realidad ser, a pesar de todo sea. Decide pues creer. El mal -que sólo era virtual- se hace real con este hombre.

Tercera espiral: Quien así procede -a pesar de ello- es llamado por sus conciudadanos El Bueno.

Cuarta espiral: La creencia en la realidad de un mundo bueno no le impide seguir percibiendo la constante maldad del mundo bajo. Sigue sabiendo que este mundo es malo. Su locura (si bien se mira) sólo consiste en creer en la posibilidad de mejorarlo. Al llegar a este punto es preciso reír puesto que es tan evidente -aun para el más tonto- que el mundo no sólo es malo, sino que no puede ser mejorado en un ardite. Riamos pues.

Quinta espiral: Pero tras la risa, surge la sospecha de si será suficiente con reír, si no será preciso más bien crucificar al hombre loco. Porque lo específicamente escandaloso de su locura es que pretende imponer y hacer real la misma moralidad en que los que de él se ríen -según afirman- creen. Si alguien dejara de reír por un momento y lo mirara fijamente pudiera llegar a contagiarse. ¿Será un peligro público?

Sexta espiral: Pero no hay que exagerar. No hay que llevar esta conjetura hasta sus límites. No debemos olvidar que el loco precisamente está loco. En ese «hacer loco» a su héroe va embozada la última palabra del autor. La imposibilidad de realizar la bondad sobre la tierra no es sino la imposibilidad con que tropieza un pobre loco para realizarla. Todas las puertas quedan abiertas. Lo que Cervantes está gritando a voces es que su loco no estaba realmente loco, sino que hacía lo que hacía para poder reírse del cura y del barbero, ya que si se hubiera reído de ellos sin haberse mostrado previamente loco, no se lo habrían tolerado y hubieran tomado sus medidas montando, por ejemplo, su pequeña inquisición local, su pequeño potro de tormento y su pequeña obra caritativa para el socorro de los pobres de la parroquia. Y el loco, manifiesto como no-loco, hubiera tenido, en lugar de jaula de palo, su buena camisa de fuerza de lino reforzado con panoplias y sus veintidós sesiones de electroshockterapia."

Pero no se sabe quién fue aquel a quien llama Don Miguel que conociera la calle provinciana, tranquila y limpia. Nunca dominado por la furiosa locura que, sin embargo, dormitaba en él: sólo la soñaba y expulsando fantasmas de su cabeza dolorida, evitó acabar siendo el Mesías. Porque él no quería ser Mesías. Él quería ganar dinero, cobrar impuestos, casar la hija, conseguir mercedes, amasar y volverse benigno a los grandes. La historia del loco y todas las otras historias admirables no fueron nada esencial para él sino fatiga divertida, muñequitos pintarrajeados, hijos espurios que tuvo que ir echando al mundo par precisamente (y ésta es la última verdad) al no ganar dinero, al no cobrar sus débitos, al malcasar la hija, al no lograr mercedes, al ser despreciado y olvidado hasta en las ansias de la muerte poder no enloquecer.