domingo, 8 de abril de 2018

ESTO NO ES UNA TROLA

De nuevo Álex Grijelmo escribe en su columna La punta de la lengua en El País sobre las verdaderas gangas que nos invitan a comprar:

El ‘troll’ no tiene duende

Los mentirosos, gamberros y asaltadores diversos que pululan por Internet y las redes se llaman trolls. Viven de la iniciativa y de las ideas ajenas, para arruinarlas; ensucian cualquier debate limpio y lo enredan con ramificaciones incontroladas; insultan, difaman, provocan. No merecerían, por tanto, ser designados con una palabra amable.

La influencia del término troll en nuestra cultura ha seguido dos vías. La primera de ellas tiene su origen en el noruego, lengua donde ese vocablo designa a un “ser sobrenatural”. El troll de la mitología escandinava es, en efecto, un “monstruo maligno que habita en bosques o grutas”. Así lo define nuestro Diccionario en la entrada trol, que la Academia castellanizó en 1989 con una sola ele.

Y el segundo camino de este vocablo se traza a partir del inglés. La voz troll es usada ahora en ese idioma —y también por quienes hablan español— para describir a quien emprende en las redes alguna acción de torpedeo de cualquier debate sensato o exposición razonable. Esta versión no ha llegado a nuestro Diccionario académico, pero sí se ha reflejado en manuales y consejos lingüísticos. Por ejemplo, una nota de la Fundéu (Fundación del Español Urgente) lo relaciona con to troll, verbo que significa “pescar” (si bien esta acepción no aparece en el voluminoso Diccionario Collins). Un artículo de la revista Letras libres firmado por Naief Yehya (18 de marzo de 2015) ofrecía como explicación de este nuevo sentido de “pescar” que en los principios de Internet los gamberros soltaban una carnaza en un ciberforo para que mordieran el cebo los incautos, lo cual en inglés se puede designar como trolling. La semejanza entre el verbo que refería esa provocación y el sustantivo aplicado a los seres imaginarios, que aquí provocaban con su anzuelo, hizo lo demás.

Pero troll significa también en inglés “duende” (ese sentido sí lo recoge el Collins), en cierta conexión con los seres mitológicos noruegos.

Por tanto, en inglés se puede asociar hoy en día a los reventadores con los duendes; y también en español si se traduce como el Collins indica.

Esta palabra castellana, duende, cuenta a su vez con una historia curiosa. Comenzó siendo peyorativa, pero terminó con el signo opuesto. Nació de la antigua locución duen de casa (dueño de la casa), que se redujo a duen de (Juan Gil300 historias de palabras). Los duendes propietarios dejarían paso con el tiempo (más bien a finales del siglo XV) a los ocupantes ilegales y fantásticos, a la vez que diminutos; unos espíritus que se adueñaban de una mansión y causaban en ella trastornos y estruendo.

Ni trolls, ni troles ni duendes existen (tampoco los gnomos ni los pitufos, ya que estamos hablando de todo un poco), así que serán como nosotros los queramos ver. De hecho, con el tiempo su iconografía ha ido mejorando. En inglés también pasaron del horror al humor. Los seres pequeños pero temibles de hace siglos se transformaron en simplemente traviesos, como recogen Corominas y Pascual en su Diccionario etimológico. Ahí están los duendes de la imprenta, a los que se culpa de las erratas. Y hoy en día les otorgamos cierta magia, arte, creatividad: “Ese músico tiene duende”, decimos.


Sin embargo, con los trolls de Internet y las redes regresa la antigua idea de los duendes perversos. Los designa una palabra que ya se nos había hecho simpática, pero siempre podremos llamarlos como lo que son: unos seres malignos sin gracia ninguna.

UNA GANGA

De nuevo Álex Grijelmo escribe en su columna La punta de la lengua en El País sobre las verdaderas gangas que nos invitan a comprar:

Menuda ganga

Una nueva palabra invade las zonas comerciales de las ciudades españolas: outlet. Por extraño que parezca, este anglicismo pretende seducir a miles de potenciales consumidores que desconocen su significado.

Outlet significa “orificio de salida”, “desagüe”, “abertura”. O simplemente “salida”. Así, to find an outlet for the product significa “buscarle una salida al producto”. Y de ahí le viene.

Se oye a menudo que el español debe sucumbir ante la superioridad técnica del mundo anglosajón. Si eso fuera así, habría que nombrarlo casi todo en inglés, pues no se inventaron entre nosotros ni el frigorífico, ni la aspiradora, ni el microondas… Aquí se inventó la fregona, eso sí; pero no consta que su nombre español la haya acompañado por el mundo. (En inglés se dice mop; y en francés, vadrouille).

Además el término outlet no señala ningún avance formidable, sino lo que se ha denominado toda la vida saldos: “resto de mercancías que el fabricante o el comerciante venden a bajo precio para despacharlas pronto”.

La palabra saldo nos llegó desde el italiano, que la tomó del latín solidus. Saldo en italiano significa “entero”, “intacto”, “firme”, “recio” (Corominas y Pascual), ideas que ya se sugerían en el término latino (“sólido”, “macizo”, “consistente”, “completo”). Por tanto, los saldos son los productos intactos que se exponen como nuevos aunque lleven una buena temporada (o dos) sin salir del almacén. Porque cuando se mira dentro de la palabra saldo (documentada en español hacia el año 1800) se ve esa referencia a un producto no deteriorado a pesar de su veteranía. En cambio, si se mira dentro del término inglés, se ve un orificio por el que se debe achicar lo que estorba. Vaya una manera eficaz de vender el paño.

Y a pesar de eso, el ímpetu de las tiendas y las ofertas llamadas outlet está desplazando a saldos de los carteles y de los nombres comerciales (cómo no recordar los ya desaparecidos Saldos Arias,  en Madrid y otras ciudades), quizás porque nuestra sinrazón percibe más elegante el vocablo en inglés. Podríamos blandir aquí como alternativa el término ganga, usado aún entre los consumidores pero ya no tanto en los escaparates. Y se entiende que ganga ceda terreno en ellos, porque este término elogia a quien compra y deja en mal lugar a quien vende.

Ganga tiene a su vez su origen remoto en un ave cuyo canto se reproducía a manera de onomatopeya con esa misma palabra: ganga. El pájaro ganga carece de virtudes: difícil de desplumar y de cazar, y es además de carne dura. Por eso en el siglo XVII se asoció su nombre con los objetos poco útiles. El sentido irónico con el que se extendió después el término (para expresar lo contrario de lo que se enunciaba, como sucede con las ironías) le dio la vuelta al sentido, y así la ganga pasó a ser algo valioso que se obtiene a bajo precio o con poco esfuerzo (Juan Gil300 historias de palabras. Espasa, 2015).


Con todo, no es lo peor que ganga dejara el sitio a saldos, ni que saldos esté sucumbiendo ante outlet; sino que en ese proceso quizás vayan cambiando también los precios. No sé ustedes, pero si yo leo ganga en un escaparate, a lo mejor compro; si ponen saldos, quizás entre en la tienda; y si el letrero luminoso dice outlet, entonces desconfío; porque, desde que percibí la diferencia entre clase business y clase turista, no me abandona la sensación de que todo lo que se anuncia en inglés te sale más caro.

EL MODISTA

Ahora Álex Grijelmo escribe en su columna La punta de la lengua en El País sobre modisto:

Modistos y costureras

El modista Lorenzo Caprile me insistió hace tiempo para que escribiera sobre el término modisto, del que él reniega. Lo fui dejando para mejor ocasión, y eso me hacía sentir en deuda con él. Me parecía una batalla perdida como tantas otras que en estos tiempos acaban produciendo vías de agua en el sistema de nuestra lengua. Pero quizás esa mejor ocasión sea ésta, a raíz de la polémica que ha desatado portavoza.

La respetada filóloga feminista Eulàlia Lledó ha escrito un artículo en el HuffPost español donde señala que portavoz es una palabra de género común (es decir, que vale tanto para hombres como para mujeres, lo mismo que modelo o corresponsal, pongamos por caso) y por tanto no necesita la adición de una a para el femenino. Pero le opone el caso de modista, que cumplía la misma condición de portavoz como sustantivo de género común y que sin embargo se consagró en el Diccionario de 1984 con la opción modisto para designar a hombres con ese oficio. Ella sugiere que la influencia de los modistas para no ser equiparados con las modistas de toda la vida propició que se aceptara la modificación, mientras que con portavoza parece producirse la presión contraria.

El sistema lingüístico del español contiene entre sus herramientas el sufijo -ista, que forma una sola pieza. Es decir, esa letra a con la que termina no es una marca de género, sino una parte solidaria en el engranaje del elemento, igual que sus compañeras la i, la s o la t. Salvo en modista, que se puede convertir en modisto, ninguna otra palabra del español general con esa sufijación forma una alternativa en masculino: idealista, socialista, anarquista, taxista o especialista, entre algunos centenares de términos posibles en nuestra lengua.

Por tanto, la creación de modisto provoca un fallo en el sistema, igual que lo haría portavoza, que además en su segundo elemento incurriría en doble femenino (pues voz ya tiene ese género).

El problema que se deduce de lo que plantea Lledó reside en si pueden escandalizarse ante portavoza quienes defienden modisto. Y a mi entender, tiene toda la razón.

El Libro de estilo de EL PAÍS dice sobre modista: “Aunque la Academia admite también modisto debido a su extendido uso, en EL PAÍS debe escribirse el modista, como el periodista, el electricista, etcétera, pues la palabra se forma sobre la base moda y el sufijo -ista, que denota oficio o profesión y construye palabras de género común”.

Así pues, el manual de este diario rechaza desde hace decenios modisto. Pero se trata sólo de estilo, es decir, una elección propia; encaminada a evitar cierto sexismo que se puede deducir del deseo de algunos diseñadores de no alinearse con la tradicional modista de barrio; a la que el Diccionario académico de 1884 retrataba así: “Mujer que tiene por oficio cortar y hacer vestidos y adornos para las señoras”.

Antes de incorporarse esa definición, se describía a la modista como “la que tiene tienda de modas”; porque entonces quienes componían o arreglaban vestidos se llamaban a su vez costureras.

El prestigio de la palabra modista fue creciendo, gracias a la categoría de muchos diseñadores y diseñadoras, pero quizás aquéllos, como explica Lledó, quisieron separarse del recuerdo histórico de costureras y modistillas. Desde luego, Lorenzo Caprile no figura en ese grupo.


Deuda saldada.

UN CAMPO DE NABOS EN LOS GOYA

De nuevo Álex Grijelmo escribe en su columna La punta de la lengua en El País sobre lo que pasa con las redes sociales:

Un campo de nabos

No conviene decir “todo el mundo sabe que no hay que asar la manteca”. Porque alguien preguntará enseguida si se puede estar convencido realmente de que eso lo sabe todo el mundo. Para empezar, lo desconocen los bebés, que son excluidos de la frase y por tanto discriminados.

La comunicación leal se basa en que el emisor y el receptor desean cooperar para entenderse, y eso permite que existan las implicaturas (Herbert Paul Grice, 1975). Los hablantes no detallan todo de todo, sino que escogen una parte y desechan otra.

Imaginemos que alguien nos cuenta: “Mi hermana se presentó a las oposiciones. Pero en cuanto empezó a trabajar, cayó enferma”. Ahí no se dice que las aprobó, pero lo deducimos al creer que el hablante no pretende engañarnos, porque coopera con nosotros.

En toda narración contamos una parte y ocultamos otra; bien porque ésta es irrelevante o bien porque se va a deducir con facilidad. Y los receptores del mensaje procuran entender generalmente qué queremos decir, más allá de lo que decimos exactamente.

¿Por qué no lo contamos todo de todo? Porque en tal caso las conversaciones se harían interminables y muy aburridas.

En la ceremonia de los premios Goya, la actriz y guionista Leticia Dolera describió la gala con una afirmación que se ha hecho famosa: “Os está quedando un campo de nabos feminista precioso”. El “campo de nabos” se refería a la gran abundancia de hombres tanto en la sala como en las candidaturas. El público se rio con el chiste, porque enseguida entendió el sentido más allá del significado. ¿Y por qué lo había entendido? Porque cooperaba en la conversación.

Sin embargo, ahora aparecen a cada rato quienes no desean cooperar. La frase fue criticada al instante en las redes, aunque no por su dudoso gusto; y la actriz se sintió obligada a pedir perdón: “No pensé que invisibilizaba a las mujeres que tienen pene”.

Los seres humanos funcionamos en nuestra comunicación con ciertos prototipos. Si alguien nos pide que dibujemos una persona, trazaremos una cabeza, un tronco, unos brazos y unas piernas. Es el prototipo de persona en el que piensa cualquiera, incluido un niño. Pero ¿eso significaría que un manco no sería una persona? En absoluto. Eso significa que hemos dibujado un prototipo.

Al hablar, nos entendemos a base de prototipos retóricos. Leticia Dolera expresó un prototipo de hombre con la intención de mostrar la exclusión de un prototipo de mujer. Pero su afirmación intentaba abarcar a todos los individuos de cada grupo. Su objetivo consistía en expresar metafóricamente que allí había muchos hombres y pocas mujeres, si bien al menos los hombres eran feministas. Quien haya cooperado con su mensaje habrá entendido eso; y a su vez las mujeres con pene que también hayan cooperado se habrán sentido igualmente fuera del prototipo metafórico; no por tener nabo, sino por no ser hombres.

El principio de cooperación, obligatorio en toda conversación leal, permite que nos comuniquemos bien así. De otro modo, Leticia Dolera debería haber dicho: “Os está quedando un campo de nabos feminista precioso, teniendo en cuenta que ‘nabo’ significa ‘pene’ y que con esa metáfora me refiero a los hombres, y no a las mujeres que tengan pene. Aunque también incluyo a los hombres que carezcan de pene por haber sufrido algún accidente o malformación, pues no obstante siguen siendo hombres, aunque sin pene”.


Qué difícil va a ser esto de hacer caso a las redes.