Si El manco de Lepanto viviera el Premio Cervantes se lo darían a Lope de Vega. Lo dice el escritor Andrés Trapiello, entre la rabia y la
desazón. Sabe que es una predicción pesimista, pero no puede sacudírsela cuando
le mencionan que están buscando con afán los huesos del Príncipe de las
Letras en la cripta del Convento
de las Trinitarias de Madrid. ¿Y qué
hacemos con tan famosa osamenta, si la encontramos? “Aparezca o no, es evidente
que este país no la merece”.
El año de gracia de 1568 un altercado con
espadas, muy del gusto de la época, deja herido, según algunos cervantistas, a Antonio de Sigura, que era algo así
como el encargado de obras real, y Felipe
II dicta un castigo de extrema severidad: que detengan a Miguel de Cervantes (1547-1616), se le
destierre por diez años y se le corte la mano derecha. Salió huyendo el
perseguido hasta Italia, dicen algunas crónicas, se enroló en los tercios
comandados por Juan de Austria y, en
vez de la derecha, fue a perder su mano izquierda “en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni
esperan ver los venideros”, o sea, la batalla de Lepanto, o lo que es lo
mismo, la Liga Santa contra el
turco.
Los tres arcabuzazos recibidos, dos en el
pecho y uno en el brazo, no le amputaron la mano pero se quedó agarrotada para
siempre y constituyen hoy, siglos más tarde, las pruebas físicas más elocuentes
para identificar los restos que andan buscando entre una treintena de nichos.
¿Y qué hacemos con tan famosa osamenta, si damos con ella? “A mí me gustaría
que a partir de los seis dientes, esos que dice que tenía, reconstruyan el
cadáver entero, lo embalsamen y lo pongan en la Plaza de España, como a Lenin
en la Plaza Roja, para que pasemos
todos a verlo”. Quien con tanta chanza se expresa ahora es otro escritor, Antonio Orejudo, al que todo este
asunto de los huesos cervantinos le mueve a la risa: “Si hay que jugar se juega
hasta el final, pero yo, de verdad, estoy al margen de estas reconstrucciones
fetichistas, homenajear a un escritor va por otros derroteros: se trata de
explicar su obra, de ponerla al día, de mostrársela a los niños, de leerlo,
todo lo demás es show business”, lamenta. Y mucho se teme, él y otros,
que esto se va a quedar en la “reconstrucción del dinosaurio”.
Fenomenal dinosaurio, en todo caso, nada
menos que el padre de El Quijote. La catedrática de
Literatura Rosa Navarro Durán, que ha sido jurado de los Príncipe de Asturias de las Letras y
del mismo Cervantes, tiene una idea
que espanta el pesimismo y dignifica al autor: “Si dan con el cadáver, yo le
haría una tumbita discreta, con gusto, sin abalorios, y la dejaría en el mismo
sitio donde está, él así lo eligió, pero lo abriría al turismo, que vayan todos
y dejen dinero, que se mueva su nombre, que se convierta en un atractivo
turístico de gran repercusión mediática”. No desperdicia carcajadas Rosa Navarro cuando enumera estos
planes, pero su objetivo es bien serio: “Si uno solo de los que le visita lee
su obra, bien empleados estarán todos los esfuerzos, porque, al final, la única
forma de honrar a un escritor es leerlo. Yo soy erasmista de raíz y, como él,
digo: es mejor leer a San Pablo que venerar sus huesos”.
Esta emocionante empresa de radiografiar
los nichos de la cripta trinitaria, en el Convento
de San Ildefonso, donde reposaban gentes de bien, para encontrar a Cervantes, que allí fue enterrado con
su esposa, Catalina Salazar, está
comandada por la Sociedad Científica
Aranzadi y cuenta con una aportación del Ayuntamiento de 50.000 euros;
otros 12.000 se aportaron en una primera fase prospectiva. Los expertos,
forenses, arqueólogos, geofísicos, un espectacular equipo al que mira medio
mundo, no han hallado aún el tesoro, pero han removido maderas podridas,
descartado tibias infantiles y cráneos femeninos y hasta dieron con un ataúd
con dos iniciales claveteadas, M. C., que cortaron la respiración
por unas horas. Pero parece que la ilusión “fuese y no hubo nada”, al menos por
ahora.
Esta feria de los huesos no parece, sin
embargo, emocionar mucho a los escritores, cervantistas, filólogos: “Esto va
camino de convertirse en la búsqueda del Santo
Grial por el III Reich”, se
indigna Trapiello. Pero luego se
ablanda ante la figura de Cervantes:
“Yo seré el primero que le lleve un ramo de rosas”, concede. “Pero no hace
falta que aparezca, puede que a los que no le han leído nunca les haga falta,
pero yo sé en qué lugar está colocado en mi vida. Que terminen esta locura y lo
dejen todo como estaba, sin peregrinaciones a Lourdes… Lo menos grave que puede
pasar es que le hagan un funeral de Estado a quien murió pobre y desdeñado por
sus colegas”, vuelve a indignarse con serenidad.
Trapiello teme que un espectáculo alrededor de los restos de Cervantes lave la imagen de un país que
no ha cuidado a sus genios como merecían. “Pueden hacer creer que a los hombres
de talento y genio se les han honrado en su vida y en su muerte…”. Rosa Navarro opina, sin embargo, que
hay algo mucho más prosaico en esta iniciativa, que ella no desprecia: “A mí
todo esto me parece una exhibición de un método científico… Estamos tan
contentos por poder averiguar la identidad de la gente con las nuevas técnicas
que lo probamos con los famosos, Ricardo
III, Cervantes… Toda la
experiencia científica para demostrar nuestra eficacia detectivesca. No les
interesa la utilidad de la identificación, sino la identificación en sí misma.
Pero no importa, que se genere entusiasmo colectivo asociado a un hecho
cultural es importante, aunque a mí los huesos me traen sin cuidado”.
Verdaderamente, si consiguen encontrar lo
que buscan, la utilidad no aumentará en mucho el conocimiento escaso que se
tiene sobre la vida del autor de La
Galatea. “Yo defiendo que era un hombre de carácter, aunque
algunos cervantistas no creen que fuera él quien dejó malherido a Sigura y piensan que el rey buscaba a
otro Miguel de Cervantes para darle
castigo. Pero él acabó como soldado en los tercios que se enfrentaron a los
turcos en Lepanto, varios años fuera de España”. Uno puede pasar un día entero
escuchando al profesor Jorge García
López, doctor en filología española, que ultima una biografía de Cervantes para la editorial Pasado y Presente, que verá la luz
hacia abril. “Era un 7 de octubre de 1571, a eso de las doce y media de la
mañana cuando comenzó de verdad la batalla… Miguel había amanecido con fiebre y los compañeros le dijeron que
no se expusiera mucho, pero él insistió en colocarse en la proa, quizá la parte
más peligrosa del barco, la que entra en choque con las demás galeras antes de
iniciar el cuerpo a cuerpo entre espadas y arcabuces… Fue una matanza en la que
cayeron más de 30.000 hombres. Él recibió aquellos tiros que le dejaron entre la
vida y la muerte, estuvo meses ingresado…”. Aquella metralla pudiera servir hoy
de pista para dar con él. ¿Qué deben hacer si eso ocurre?
“Dejarlo donde está, él así lo quería. Pero
sí me parece interesante identificarlo y que el público pueda visitarlo. Otra
cosa es que un escritor se define por sus obras y este es el escritor máximo,
el gran referente europeo para la literatura posterior”, señala Carme Riera, miembro de la Real Academia Española, escritora,
guionista, cervantista. “Yo, al que me encuentro que no ha leído El Quijote le doy la
enhorabuena, porque aún puede pasar esa experiencia”.
“Que se quede donde está”, recomienda
también el académico y distinguido cervantista Francisco Rico: “El cadáver es el excremento de una vida y lo único
que no merece es un trato indigno. Los libros, las obras, en cambio, son los
frutos y las flores que se mantienen siempre frescos y sabrosos”. “Puedo
entender que se rinda cierto culto fetichista”, sigue Rico, pero cree, como decía Machado,
que de aparecer el soldado desconocido al que se homenajea en su tumba habría
que decirle: “Torna a la huesa, ¡oh, Pérez, infeliz! porque nada de esto va
contigo”.