martes, 17 de febrero de 2015

EL QUIJOTE 29. NADA DE ESTO VA CONTIGO, CERVANTES

Si El manco de Lepanto viviera el Premio Cervantes se lo darían a Lope de Vega. Lo dice el escritor Andrés Trapiello, entre la rabia y la desazón. Sabe que es una predicción pesimista, pero no puede sacudírsela cuando le mencionan que están buscando con afán los huesos del Príncipe de las Letras en la cripta del Convento de las Trinitarias de Madrid. ¿Y qué hacemos con tan famosa osamenta, si la encontramos? “Aparezca o no, es evidente que este país no la merece”.

El año de gracia de 1568 un altercado con espadas, muy del gusto de la época, deja herido, según algunos cervantistas, a Antonio de Sigura, que era algo así como el encargado de obras real, y Felipe II dicta un castigo de extrema severidad: que detengan a Miguel de Cervantes (1547-1616), se le destierre por diez años y se le corte la mano derecha. Salió huyendo el perseguido hasta Italia, dicen algunas crónicas, se enroló en los tercios comandados por Juan de Austria y, en vez de la derecha, fue a perder su mano izquierda “en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”, o sea, la batalla de Lepanto, o lo que es lo mismo, la Liga Santa contra el turco.

Los tres arcabuzazos recibidos, dos en el pecho y uno en el brazo, no le amputaron la mano pero se quedó agarrotada para siempre y constituyen hoy, siglos más tarde, las pruebas físicas más elocuentes para identificar los restos que andan buscando entre una treintena de nichos. ¿Y qué hacemos con tan famosa osamenta, si damos con ella? “A mí me gustaría que a partir de los seis dientes, esos que dice que tenía, reconstruyan el cadáver entero, lo embalsamen y lo pongan en la Plaza de España, como a Lenin en la Plaza Roja, para que pasemos todos a verlo”. Quien con tanta chanza se expresa ahora es otro escritor, Antonio Orejudo, al que todo este asunto de los huesos cervantinos le mueve a la risa: “Si hay que jugar se juega hasta el final, pero yo, de verdad, estoy al margen de estas reconstrucciones fetichistas, homenajear a un escritor va por otros derroteros: se trata de explicar su obra, de ponerla al día, de mostrársela a los niños, de leerlo, todo lo demás es show business”, lamenta. Y mucho se teme, él y otros, que esto se va a quedar en la “reconstrucción del dinosaurio”.

Fenomenal dinosaurio, en todo caso, nada menos que el padre de El Quijote. La catedrática de Literatura Rosa Navarro Durán, que ha sido jurado de los Príncipe de Asturias de las Letras y del mismo Cervantes, tiene una idea que espanta el pesimismo y dignifica al autor: “Si dan con el cadáver, yo le haría una tumbita discreta, con gusto, sin abalorios, y la dejaría en el mismo sitio donde está, él así lo eligió, pero lo abriría al turismo, que vayan todos y dejen dinero, que se mueva su nombre, que se convierta en un atractivo turístico de gran repercusión mediática”. No desperdicia carcajadas Rosa Navarro cuando enumera estos planes, pero su objetivo es bien serio: “Si uno solo de los que le visita lee su obra, bien empleados estarán todos los esfuerzos, porque, al final, la única forma de honrar a un escritor es leerlo. Yo soy erasmista de raíz y, como él, digo: es mejor leer a San Pablo que venerar sus huesos”.

Esta emocionante empresa de radiografiar los nichos de la cripta trinitaria, en el Convento de San Ildefonso, donde reposaban gentes de bien, para encontrar a Cervantes, que allí fue enterrado con su esposa, Catalina Salazar, está comandada por la Sociedad Científica Aranzadi y cuenta con una aportación del Ayuntamiento de 50.000 euros; otros 12.000 se aportaron en una primera fase prospectiva. Los expertos, forenses, arqueólogos, geofísicos, un espectacular equipo al que mira medio mundo, no han hallado aún el tesoro, pero han removido maderas podridas, descartado tibias infantiles y cráneos femeninos y hasta dieron con un ataúd con dos iniciales claveteadas, M. C., que cortaron la respiración por unas horas. Pero parece que la ilusión “fuese y no hubo nada”, al menos por ahora.

Esta feria de los huesos no parece, sin embargo, emocionar mucho a los escritores, cervantistas, filólogos: “Esto va camino de convertirse en la búsqueda del Santo Grial por el III Reich”, se indigna Trapiello. Pero luego se ablanda ante la figura de Cervantes: “Yo seré el primero que le lleve un ramo de rosas”, concede. “Pero no hace falta que aparezca, puede que a los que no le han leído nunca les haga falta, pero yo sé en qué lugar está colocado en mi vida. Que terminen esta locura y lo dejen todo como estaba, sin peregrinaciones a Lourdes… Lo menos grave que puede pasar es que le hagan un funeral de Estado a quien murió pobre y desdeñado por sus colegas”, vuelve a indignarse con serenidad.

Trapiello teme que un espectáculo alrededor de los restos de Cervantes lave la imagen de un país que no ha cuidado a sus genios como merecían. “Pueden hacer creer que a los hombres de talento y genio se les han honrado en su vida y en su muerte…”. Rosa Navarro opina, sin embargo, que hay algo mucho más prosaico en esta iniciativa, que ella no desprecia: “A mí todo esto me parece una exhibición de un método científico… Estamos tan contentos por poder averiguar la identidad de la gente con las nuevas técnicas que lo probamos con los famosos, Ricardo III, Cervantes… Toda la experiencia científica para demostrar nuestra eficacia detectivesca. No les interesa la utilidad de la identificación, sino la identificación en sí misma. Pero no importa, que se genere entusiasmo colectivo asociado a un hecho cultural es importante, aunque a mí los huesos me traen sin cuidado”.

Verdaderamente, si consiguen encontrar lo que buscan, la utilidad no aumentará en mucho el conocimiento escaso que se tiene sobre la vida del autor de La Galatea. “Yo defiendo que era un hombre de carácter, aunque algunos cervantistas no creen que fuera él quien dejó malherido a Sigura y piensan que el rey buscaba a otro Miguel de Cervantes para darle castigo. Pero él acabó como soldado en los tercios que se enfrentaron a los turcos en Lepanto, varios años fuera de España”. Uno puede pasar un día entero escuchando al profesor Jorge García López, doctor en filología española, que ultima una biografía de Cervantes para la editorial Pasado y Presente, que verá la luz hacia abril. “Era un 7 de octubre de 1571, a eso de las doce y media de la mañana cuando comenzó de verdad la batalla… Miguel había amanecido con fiebre y los compañeros le dijeron que no se expusiera mucho, pero él insistió en colocarse en la proa, quizá la parte más peligrosa del barco, la que entra en choque con las demás galeras antes de iniciar el cuerpo a cuerpo entre espadas y arcabuces… Fue una matanza en la que cayeron más de 30.000 hombres. Él recibió aquellos tiros que le dejaron entre la vida y la muerte, estuvo meses ingresado…”. Aquella metralla pudiera servir hoy de pista para dar con él. ¿Qué deben hacer si eso ocurre?

“Dejarlo donde está, él así lo quería. Pero sí me parece interesante identificarlo y que el público pueda visitarlo. Otra cosa es que un escritor se define por sus obras y este es el escritor máximo, el gran referente europeo para la literatura posterior”, señala Carme Riera, miembro de la Real Academia Española, escritora, guionista, cervantista. “Yo, al que me encuentro que no ha leído El Quijote le doy la enhorabuena, porque aún puede pasar esa experiencia”.


“Que se quede donde está”, recomienda también el académico y distinguido cervantista Francisco Rico: “El cadáver es el excremento de una vida y lo único que no merece es un trato indigno. Los libros, las obras, en cambio, son los frutos y las flores que se mantienen siempre frescos y sabrosos”. “Puedo entender que se rinda cierto culto fetichista”, sigue Rico, pero cree, como decía Machado, que de aparecer el soldado desconocido al que se homenajea en su tumba habría que decirle: “Torna a la huesa, ¡oh, Pérez, infeliz! porque nada de esto va contigo”.