SEGUNDA PARTE
DEL INGENIOSO CAVALLERO
DON QUIXOTE
DE LA MANCHA.
Por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de su primera parte.
Dirigida a don Pedro Fernández de Castro, Conde de Le-
mos, de Andrade, y de Villalba, Marqués de Sarria, Gentil-
hombre de la Cámara de Su Majestad, Comendador de la
Encomienda de Peñafiel, y la Zarza de la Órden de Al-
cántara, Virrey, Gobernador, y Capitán General
del Reyno de Nápoles, y Presidente del Su-
premo Consejo de Italia.
Año 1615.
CON PRIVILEGIO
En Madrid, Por Juan de Cuesta.
Véndese en casa de Francisco de Robles, librero del Rey N.S.
Así reza la portada de la Segunda Parte de la novela que Cervantes, tal vez deprisa, deprisa, deprisa deprisa, publicó en 1615. Este curso hará cuatrocientos años. Por eso lo queremos festejar, y estudiar y trabajar. Desolador es que haya españoles, hablantes del español como lengua madre, que no hayan leído El Quijote. Trataremos de arreglarlo.
La portada de El Quijote de 1615 sigue en líneas generales la estrutura tipográfica y de contenido desarrollada en 1605, con dos variaciones, además del cambio de dedicación. Como se trata de una Segunda parte, se indica en la primera línea con un cuerpo menor que la primera del título, y a continuación del nombre de Cervantes figura la precisión «autor de su Primera parte», con lo que se pretende diferenciarla de la continuación firmada por «Alonso Fernández de Avellaneda».
Aunque Juan de la Cuesta figura como impresor, en realidad se trata de un nombre comercial del taller que fue de Pedro Madrigal. A fines de 1607, Juan de la Cuesta abandonó Madrid, dejando deudas y a su mujer María de Quiñones embarazada. En 1615, el regente del taller era otro impresor, quizá todavía Jerónimo de Salazar, no Juan de la Cuesta.Si quiere fantasear sobre este mundo de autores e impresores lea Ladrones de tinta. Mateo Sagasta es su autor. Diez años después de que Francisco Robles editara El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, un tal Alonso Fernández de Avellaneda osa publicar una segunda parte. Robles, furioso porque alguien interfiera en su negocio, encarga a un empleado, Isidoro de Montemayor, que encuentre a Avellaneda y le ajuste las cuentas. Eso no resulta tan fácil, pues Montemayor descubre que Avellaneda no existe y que tras ese nombre se esconde un individuo que quiere llevar a Cervantes a la hoguera acusándolo de cornudo y homosexual. Mateo Sagasta nos sumerge en el Madrid del Siglo de oro y plasma con maestría y riqueza de todo detalle, así como agilidad y sentido del humor, un período único en la historia española.