martes, 21 de octubre de 2014

EL QUIJOTE 16. ¿Y QUIÉN ES ÉL?


El hidalgo


La primera distinción que cabe hacer es la de hidalgo de sangre e hidalgo de privilegio. 



El hidalgo de sangre, también llamado escudero o infanzón, era aquel a quien la nobleza le venía por descender de quienes habían disfrutado de ella desde tiempo inmemorial. El que ha litigado por su hidalguía y ha probado ser hidalgo de sangre era reconocido como hidalgo de ejecutoria. Hidalgo de solar conocido era el hidalgo que tenía casa solariega, o que desciende de una familia hidalga que la tiene o la ha tenido. Para ser reconocido como hidalgo solariego, era necesario justificar que los cuatro abuelos habían sido a su vez hidalgos. Los hidalgos de privilegio eran tratados de manera despectiva en muchas ocasiones por los de sangre, y se les apartaba de los actos sociales y de participar en hermandades. Estos eran los recién nombrados por algún servicio o tarea y muchos de los que estudiaban en las universidades.
La hidalguía de privilegio no llevaba aparejada automáticamente la hidalguía de sangre, ya que "el Rey puede fazer cavalleros mas non fidalgos" y era preciso el paso de tres generaciones que pudiesen acreditar la asunción del more nobilium desde el otorgamiento del privilegio para que al "hijo de padre y abuelo" se le reconociese la hidalguía. Aquel que podía probar que sus abuelos paternos y maternos eran hidalgos (de cualquier clase) era denominado hidalgo de cuatro costados.
Otras clases de hidalguía hacían referencia a costumbres o fueros específicos otorgados generalmente por la realeza: así, por nacer en determinados lugares: por ejemplo, la madre que paría sobre una determinada piedra del municipio aragonés deCaspe, adquiría para su hijo la categoría de infanzón, o todos los nacidos desde principios del siglo XIV en determinados señoríos vascos eran reconocidos como hidalgos según Fuero de Castilla por el privilegio de hidalguía universal, o el padre que engendraba en legítimo matrimonio siete hijos varones consecutivos adquiría para sí el derecho de hidalguía (era llamado hidalgo de bragueta). Por último, los hidalgos de gotera eran los hidalgos reconocidos como tales en un pueblo determinado, de modo que perdían los privilegios de su hidalguía si cambiaban de domicilio trasladándose a otro pueblo distinto.

Esos privilegios diferenciados también servían para clasificar a diferentes tipos de hidalgos: en Castilla, los hidalgos de devengar quinientos sueldos eran los que por fuero inmemorial tenían derecho a cobrar 500 sueldos como satisfacción de las injurias que se les hacían, en lo que parece ser una reminiscencia del antiguo derecho visigodo a recibir compensaciones económicas por no aplicar la Ley del Talión. 

Esta condición social llevaba aparejados ciertos deberes y privilegios. Era su obligación mantener caballo y armas, así como recibir periódicamente preparación militar, a fin de acudir a la guerra en el momento en el que el Rey le llamase. Como contrapartida, entre otros privilegios, estaba exento de pago de ciertos tributos. El contenido de los deberes y obligaciones de los hidalgos en España fue variando a lo largo de los siglos. Sus pleitos se dirimían ante el alcalde de los hijosdalgo que existía en cada uno de los ayuntamientos españoles donde se diese la división de estados (la mayoría) y en segunda instancia, en las Salas de los Hijosdalgo de las Reales Chancillerías de Valladolid y Granada, la Real Audiencia de Oviedo y otros tribunales. Con el paso del tiempo se fue transforma2ndo su régimen jurídico hasta la completa abolición de sus privilegios con el advenimiento del liberalismo en el primer tercio del siglo XIX. Esto, no obstante, no supuso la abolición de la nobleza.


vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredo. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana», . Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

La descripción que se hace del Don Quijote como “un hidalgo de los de …” es muestra de los hidalgos rurales con pocos medios de fortuna (por debajo, pues, de los caballeros, hidalgos ricos y con derecho a usar l don) y sin otra ocupación que mantenerse ociosos, para no decaer al estado de los pecheros perdiendo los contados privilegios que aún contaban, como la exención de muchos impuestos.



Para que esta nueva situación se produzca, el personaje ha nacido en un lugar cercano, en un tiempo memorable. Y lo mismo parece que sucede con el resto de los personajes, que parece que han sido tomados de la realidad.



Vive en la aldea. No se pretende averiguar ni su nombre, ni su tamaño. Seguramente no se diferenciará mucho de las aldeas manchegas que vio Azorín. Allí, cuando nos sentimos asfixiados por el ambiente, tomamos un tren y nos vamos a la capital. “A la corte” se decía entonces; y a la corte emigraban. También tenían la salida de la milicia, la iglesia o las Indias. El hambre ayudaba a tomar la decisión. Pero este hidalgo no pasaba hambre. La idea de gloria la descubrió con sus lecturas. Buscar la gloria por la acción en aquella ´poca ya no se le ocurría a nadie. A Hernán Cortes, que era un humanista, en tiempos del Emperador, le interesaba la gloria; a su pariente Francisco de Pizarro, que era un analfabeto, le movía el interés. ¿Por qué cuando las trompetas en la plaza del pueblo reclamaban voluntarios para combatir al luteranismo, o soldados contra el otomano no cogió las armas? A lo mejor porque su pecunia le alcanzaba para ir tirando Sin embargo su vida debió ser aburrida, una vida en un pueblo en el que cada día es igual al siguiente. Y el único remedio contra el aburrimiento es la enajenación, vivir las vidas de los otros. Si se lee es por eso. Como todo lector, sustituye su propia vida, su propia acción, por vidas y acciones de otros., con los que se identifica.



El narrador dice que en un momento estuvo a punto de meterse a escritor. ¿Por qué no lo hizo? Porque si lo hubiera hecho no habría novela. A los cincuenta años Don quijote, desde el aposento de los libros, lo oye pasar cada tarde. Para él está a punto de pasar el último tranvía. Y sin pesarlo mucho, va y lo toma.



Insistamos en la idea de escribir libros de caballerías. En concreto dar cima al inconcluso Don Belianís:

y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Al final del Belianís, se afirma que «el sabio Fristón», supuesto autor de la obra, había perdido la continuación del original; y Jerónimo Fernández da «licencia a cualquiera a cuyo poner viniere la otra parte» para que «la ponga junto con esta» (CL), y Carlos V llegó a encargar que se escribiera esa «otra parte». Pero no queda claro cuál es la promesa del autor
El narrador, así, reconoce en el hidalgo capacidades imaginativas.



Pero lo que quiere Alonso Quijano, o como se llame, es ser otro.

Así el hidalgo de esta novela a lo largo del primer capítulo se nos presenta como “un loco simpático”. La simpatía es consecuencia de sus indudables excelentes cualidades morales.



Empezamos sin saber cómo se llama. El narrador no lo sabe a ciencia cierta, y los nombres que propone, Quesada o Quijada, no está tampoco seguro. Más adelante se dice que se llama Alonso Quijano, y más adelante sabremos su sobrenombre: el Bueno.



En los siglos XVI y XVII, la esperanza de vida al nacer se situaba entre los veinte y los treinta años; entre quienes superaban esa media, solo unos pocos, en torno al diez por ciento, morían después de los sesenta. En términos estadísticos, pues, Alonso Quijano está en sus últimos años, y como «viejo», «enfermo» y «por la edad agobiado» lo ve su sobrina (II, 6, 674). 



Era opinión común que la complexión oconstitución físicaestaba determinada por el equilibrio relativo de las cuatro cualidades elementales (seco, húmedo, frío y caliente), que, por otro lado, a la par que los cuatro humores constitutivos del cuerpo (sangre, flema, bilis amarilla o cólera, y bilis negra o melancolía), condicionaban el temperamento o manera de ser. La caracterización tradicional del individuo colérico coincidía fundamentalmente con los datos físicos de DQ, quien, sobre ser enjuto y seco, tiene «piernas... muy largas y flacas» (I, 35, 416), es «amarillo» (I, 37, 436), «estirado y avellanado de miembros» (II, 14, 736), y alardea de «la anchura ... de sus venas» (I, 43, 508). A su vez, la versión de la teoría de los humores propuesta en el Examen de ingenios (1575), de Juan Huarte de San Juan, atribuía al colérico y meláncólico unos rasgos de inventiva y singularidad con paralelos en nuestro ingenioso hidalgo.



El hidalgo vive en un lugar acompañado de un ama y una sobrina. Vaya: en la soledad. El ama, a sus tareas; la sobrina, a las suyas. Tal vez por eso en su juventud no se fue a la corte. Cuida de una sobrina cuya madre murió tal vez en el parto. Él se hizo cargo y eso fue una carga para toda su vida. Ahora, ya viejo, y a fuerza de sus lecturas, decide jugara ser caballero andante, decide ser otro.



Y allí está cazando, preocupado, poco, por su hacienda, leyendo las novelas de caballerías que caen en sus manos, conversando a veces con el cura y el barbero de la aldea, siguiendo leyendo cuando llega a casa, leyendo también por las tardes, y más y más leer. Como muchos hacen: matando el aburrimiento.

Pero el narrador dice que

se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos

Sí, la tierra apenas valían nada y los libros eran caros. De sus libros hablaremos luego.

Gastaba en libros. Como cada uno gastamos en lo que queremos. A veces eso es caro, otras barato. Pero si podemos, lo hacemos. Para vivir otras vidas. Como ese señor que ve películas y películas en la televisión disfrutando tanto con Harry el sucio; como esa señora que vive atenta a la vida de Belén, la mamá que quiere que su niña se como el pollo. Y así. Todos viviendo otras vidas, no las suyas, porque las de cada uno no valen nada, porque nadie daría nada por nuestras vidas aburridas.

y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete

Y lo hubiera hecho muy bien a tenor de cómo narra en el capítulo XXI, pues don Quijote hace un perfecto resumen de la trama de una novela de caballerías:
No dices mal, Sanchorespondió don Quijote, mas antes que se llegue a ese término es menester andar por el mundo, como en aprobación buscando las aventuras, para que acabando algunas se cobre nombre y fama tal, que cuando se fuere a la corte de algún gran monarca ya sea el caballero conocido por sus obras, y que apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen dando voces, diciendo: «Este es el Caballero del Sol», o de la Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo de la cual hubiere acabado grandes hazañas. «Este esdiránel que venció en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que desencantó al Gran Mameluco de Persia del largo encantamento en que había estado casi novecientos años.» Así que de mano en mano irán pregonando sus hechos, y luego al alboroto de los muchachos y de la demás gente, se parará a las fenestras de su real palacio el rey de aquel reino, y así como vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa del escudo, forzosamente ha de decir: «¡Ea, sus! Salgan mis caballeros, cuantos en mi corte están, a recebir a la flor de la caballería, que allí viene». A cuyo mandamiento saldrán todos, y él llegará hasta la mitad de la escalera y le abrazará estrechísimamente, y le dará paz, besándole en el rostro, y luego le llevará por la mano al aposento de la señora reina, adonde el caballero la hallará con la infanta, su hija, que ha de ser una de las más fermosas y acabadas doncellas que en gran parte de lo descubierto de la tierra a duras penas se pueda hallar. Sucederá tras esto, luego en continente, que ella ponga los ojos en el caballero, y él en los della, y cada uno parezca a otro cosa más divina que humana, y, sin saber cómo ni cómo no, han de quedar presos y enlazados en la intricable red amorosa y con gran cuita en sus corazones, por no saber cómo se han de fablar para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allí le llevarán sin duda a algún cuarto del palacio, ricamente aderezado, donde, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto de escarlata con que se cubra; y si bien pareció armado, tan bien y mejor ha de parecer en farseto. Venida la noche, cenará con el rey, reina e infanta, donde nunca quitará los ojos della, mirándola a furto de los circustantes, y ella hará lo mesmo, con la mesma sagacidad, porque, como tengo dicho, es muy discreta doncella. Levantarse han las tablas, y entrará a deshora por la puerta de la sala un feo y pequeño enano, con una fermosa dueña que entre dos gigantes detrás del enano viene, con cierta aventura hecha por un antiquísimo sabio, que el que la acabare será tenido por el mejor caballero del mundo. Mandará luego el rey que todos los que están presentes la prueben, y ninguno le dará fin y cima sino el caballero huésped, en mucho pro de su fama, de lo cual quedará contentísima la infanta, y se tendrá por contenta y pagada además por haber puesto y colocado sus pensamientos en tan alta parte. Y lo bueno es que este rey o príncipe o lo que es tiene una muy reñida guerra con otro tan poderoso como él, y el caballero huésped le pide, al cabo de algunos días que ha estado en su corte, licencia para ir a servirle en aquella guerra dicha. Darásela el rey de muy buen talante, y el caballero le besará cortésmente las manos por la merced que le face. Y aquella noche se despedirá de su señora la infanta por las rejas de un jardín, que cae en el aposento donde ella duerme, por las cuales ya otras muchas veces la había fablado, siendo medianera y sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se fiaba. Sospirará él, desmayaráse ella, traerá agua la doncella, acuitaráse mucho porque viene la mañana y no querría que fuesen descubiertos, por la honra de su señora. Finalmente, la infanta volverá en y dará sus blancas manos por la reja al caballero, el cual se las besará mil y mil veces, y se las bañará en lágrimas. Quedará concertado entre los dos del modo que se han de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogarále la princesa que se detenga lo menos que pudiere; prometérselo ha él con muchos juramentos; tórnale a besar las manos y despídese con tanto sentimiento, que estará poco por acabar la vida. Vase desde allí a su aposento, échase sobre su lecho, no puede dormir del dolor de la partida, madruga muy de mañana, vase a despedir del rey y de la reina y de la infanta; dícenle, habiéndose despedido de los dos, que la señora infanta está mal dispuesta y que no puede recebir visita; piensa el caballero que es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y falta poco de no dar indicio manifiesto de su pena. Está la doncella medianera delante, halo de notar todo, váselo a decir a su señora, la cual la recibe con lágrimas y le dice que una de las mayores penas que tiene es no saber quién sea su caballero y si es de linaje de reyes o no; asegúrala la doncella que no puede caber tanta cortesía, gentileza y valentía como la de su caballero sino en subjeto real y grave; consuélase con esto la cuitada: procura consolarse por no dar mal indicio de a sus padres, y a cabo de dos días sale en público. Ya se es ido el caballero; pelea en la guerra, vence al enemigo del rey, gana muchas ciudades, triunfa de muchas batallas, vuelve a la corte, ve a su señora por donde suele, conciértase que la pida a su padre por mujer en pago de sus servicios; no se la quiere dar el rey porque no sabe quién es; pero, con todo esto, o robada o de otra cualquier suerte que sea, la infanta viene a ser su esposa, y su padre lo viene a tener a gran ventura, porque se vino a averiguar que el tal caballero es hijo de un valeroso rey de no qué reino, porque creo que no debe de estar en el mapa. Muérese el padre, hereda la infanta, queda rey el caballero, en dos palabras. Aquí entra luego el hacer mercedes a su escudero y a todos aquellos que le ayudaron a subir a tan alto estado: casa a su escudero con una doncella de la infanta, que será sin duda la que fue tercera en sus amores, que es hija de un duque muy principal.