ü “De cuyo nombre no quiero acordarme”
‘no voy, no llego
a acordarme ahora’ (e incluso ‘no entro ahora en si me acuerdo o no’); quiero puede tener aquí valor de auxiliar,
análogo al de voy o llego en las perífrasis equivalentes; en
el desenlace, sin embargo, C. recupera el sentido propio del verbo:
«cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente...»
(II, 74, 1222). La indeterminación de ese comienzo, que tiene numerosos
análogos en narraciones de corte popular, contrasta con los prolijos detalles
con que se abren algunos libros de caballerías.
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Pero Cervantes
no reitera una fórmula conocida en la literatura popular, sino que ese "no
quiero acordarme" es la presencia del narrador en la ficción como un
elemento indispensable en ella porque no se limita a relatar, a presentar, sino
a valorar lo que nos relata. Es un
narrador que no permanece oculto en la obra, sino que está presente por voluntad propia para manipular el cuento de otro cuento como un narrador omnisciente.
Se ha interpretado muy certeramente como un arrogante manifiesto de
irrenunciable libertad del novelista con respecto a la tradición literaria, es
una ironía con la que da el primer paso para crear una nueva realidad literaria
y da libertad a su héroe, que en un proceso de autodeterminación se hace dueño
de su destino, él mismo se crea su nombre, al contrario que Amadís de Gaula y Lázaro de Tormes, determinados a ser desde el principio o un héroe
o un antihéroe.
Su intención fue parodiar
las novelas de caballerías, pero su ambigüedad transcendió este sentido de obra
humorística. Se ha visto en ella el idealismo derrotado en un mundo movido por
intereses mezquinos, don Quijote
como defensor de causas perdidas. También que refleja el desengaño ante la
decadencia del país con unos ideales caducos. O que representa una doble utopía
(la vida caballeresca y el gobierno de la ínsula Barataria), a la vez que una
reacción realista contra esos proyectos imposibles en la sociedad de la época,
es decir, nos exhorta a poner los pies en la tierra, pero sin abandonar
nuestros más íntimos ideales. Un canto a la libertad, un ejemplo de la eterna
capacidad humana de ilusión, una síntesis poética del ser humano...
Decir parodia remite a unos procedimientos y a
una actitud (del artista) que el DRAE recoge en la siguiente definición:
PARODIA. Imitación burlesca, las más de las veces
escrita en verso, de una obra seria de la literatura.
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La imitación nos llevará a la comparación del
modelo y la parodia. El adjetivo burlesco confirma la comicidad. Así es
importante la existencia del “modelo”, por ejemplo, el Amadís. Tiene que estar
presente de modo referencial. Hoy en día la parodia ha dejado de ser efectiva
por ausencia del modelo. . El lector moderno no es consciente de la
“degradación”, aunque las menciones a Amadís permiten reconocer el modelo
y su imitador
La palabra
"aventura" originariamente en latín significaba "lo que ha de
venir", significado que refleja en cierto modo el contenido fundamental de
este tipo de novelas: un conjunto de sucesos extraordinarios y peligrosos que
le sobrevienen al protagonista. Para que haya aventura se necesita de un
caminante y un azar, o muchos azares.. Lo que une una aventura a otra, es el
camino. Pero las aventuras suceden en un tiempo y en un espacio: “los tiempos
de Maricastaña”, “las tierras del preste Juan”. Pero en esta novela las cosas
suceden “En un lugar de la mancha”
y “no ha mucho tiempo”. . No en la tierra del preste Juan, sino aquí, al
lado. ; y tampoco en tiempos de Maricastaña, sino hace poco, ayer o anteayer.
Así se aleja la expectativa del lector del “modelo” y confinarla en el momento
en el que vive, en el real. SE anula lo extraordinario y se sustituye por lo
cotidiano. De este modo desaparece su atractivo usual, el prestigio del que gozaban estas novelas de caballerías.
El hilo argumental se va tejiendo mediante el
encadenamiento de acciones sucesivas que culminan en el punto de máxima
tensión.
¿Quién cuenta El Quijote? ¿El autor? A primera vista así parece. Miguel de Cervantes se declara
repetidas veces único autor de la novela. Y lo hace en los dos prólogos que
compuso para las dos partes. El narrador dice haberla tomado, al menos en
parte, de ciertos documentos, y más adelante, de un manuscrito arábigo: el
artificio del “manuscrito hallado”., pero con la diferencia de que el narrador
no lo transcribe, sino que lo cuenta, con lo que hay un segundo narrador que
tiene nombre propio –Cide Hamete
Benengeli-, pero que en el texto es sólo término de referencia.
Así aparece alguien que habla en primera
persona del singular del presente de indicativo: no quiero acordarme. No aparece
un yo explícito (pronombre personal)., aunque vaya implícito en el verbo y se
refuerce con el pronombre reflexivo. Se trata de un narrador que no se
esconde, sino que se manifiesta, y lo hace de manera activa y singular. Y es
singular porque se dedica juzgar. Así, en el segundo párrafo se lee:
Y llegó a tanto su curiosidad y desatino
en esto
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Con “curiosidad” el narrador designa un hecho, con “desatino” lo juzga. En el primer capítulo los juicios se reiteran, se
sistematizan. Y los juicios se refieren a los protagonistas, a su modo de ser y
a su conducta.