VOLVEMOS A DULCINEA, O A ALDONZA LORENZO
Leamos ahora el siguiente fragmento del capítulo XIII. Don Quijote y Sancho se han encontrado en el camino con unos caminantes, entre los que está Vivaldo. Éste le habla a don Quijote de cómo los caballeros, mientras combaten se encomiendan a sus damas, en lugar de encomendarse a Dios. Además le dice que «no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados». A esto responde don Quijote:
- Eso no puede ser —respondió don Quijote: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. Con todo eso —dijo el caminante—, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero. A lo cual respondió nuestro don Quijote: —Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que el tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero. —Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado —dijo el caminante—, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece. Aquí dio un gran suspiro don Quijote y dijo: —Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo. Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas. —El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber —replicó Vivaldo. |
En fin, Alonso Quijano, ahora ya el caballero don Quijote de la Mancha, lector de novelas de caballerías, sabe que en los estatutos de la orden caballeresca se dice que los caballeros están obligados a servir a una dama. ¡Por eso tiene él una!: Dulcinea del Toboso. Vivaldo, pues, le pide que le diga el nombre, la patria, la hermosura y el linaje. Recordemos sus respuestas:
Nombre: Dulcinea.
Patria: El Toboso.
Calidad: Princesa.
Belleza: sobrehumana.
Veamos. De los dos primeros elementos, nombre y patria, ya hemos hablado. Ella es Dulcinea del Toboso. Es princesa, porque «es reina y señora mía». Listo. Como llamamos princesas también a las que sin serlo, servimos.
Vayamos a su belleza. Contesta don Quijote que es «sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas».
Es sobrehumana, no humana, no real, o no como las mujeres reales, porque en ella sí son verdad los quiméricos (fantásticos, imaginarios, imposibles) atributos que los poetas fueron almacenando desde Petrarca hasta el comienzo del Barroco. Así, don Quijote hará una descripción de Dulcinea que seguirá el orden que la retórica mandaba para el retrato, comenzando desde la parte superior de su persona:
Los cabellos son oro.
Su frente son campos elíseos. Es decir, morada eterna de los buenos; aquí, lugar donde residen los pensamientos de Dulcinea..
Sus cejas son arcos del cielo, como el arco iris, rompiendo y jugando con el tópico de las cejas como arcos ‘armas’ del amor, y cuyas saetas son la mirada de la mujer.
Sus ojos son soles.
Sus mejillas son rosas.
Sus labios son corales.
sus dientes son perlas.
Su cuello es alabastro.
Su pecho es mármol.
Sus manos son marfil.
La blancura de su piel es nieve.
Dicho de otro modo. Ella, Dulcinea, no es cabello, frente, cejas, ojos, mejillas, labios, dientes, cuello, pecho. Sino que ella, Dulcinea, es oro, campos elíseos, arcos del cielo, soles, rosas, corales, perlas, alabastro, marfil y nieve. En ella todos los tópicos se hacen verdaderos. Ella no es humana. Es sobrehumana.
Recordemos el soneto de Lope de Vega, en el que describe a la amada, su cuerpo, su cabello, sus ojos, su olor...comparándolos con elementos de la naturaleza como el cristal, el ébano, el lino, el oro, el ámbar y la grana:
No queda más lustroso y cristalino
por altas sierras el arroyo helado ni está más negro el ébano labrado ni más azul la flor del verde lino; más rubio el oro que de Oriente vino, ni más puro, lascivo y regalado espira olor el ámbar estimado ni está en la concha el carmesí más fino, que frente, cejas, ojos y cabellos aliento y boca de mi ninfa bella, angélica figura en vista humana; que puesto que ella se parece a ellos vivos están allá, muertos sin ella, cristal, ébano, lino, oro, ámbar, grana. |
Pero nos falta por conocer el linaje. El linaje, prosapia y alcurnia eran los tres conceptos que se pedían para establecer cualquier documento, y en primer lugar la limpieza de sangre. Vivaldo añade, sobre lo legal, la demanda por la hermosura, que ya hemos visto. Veamos, pues, su linaje:
A lo cual respondió don Quijote:
—No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia, Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón, Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla, Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:
Nadie las mueva
que estar no pueda con Roldán a prueba.
—Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo —respondió el caminante—, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos.
—¡Como eso no habrá llegado! —replicó don Quijote.
Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Solo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.
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Ella, Dulcinea, no tiene un linaje antiguo, pero otros linajes tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado. Y nos recuerda que Cervino, hijo del rey de Escocia y hermano de la reina Ginebra, encuentra en el Orlando furioso el arnés de Roldán, es decir, su armadura, colgado de un pino, y para que nadie se arme con él graba unos versos en el tronco (trofeo) que lo sostenía: «Armatura d’Orlando paladino», queriendo significar: «Nessun la muova / che star non possa con Orlando a prova», que son los mismos versos que don Quijote traduce, manteniendo, incluso, la aliteración y la asonancia interna.
Bueno, Sancho, no se entera de nada todavía:
Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso. |
¡Ya se enterará! que ahora estamos leyendo la historia de Grisóstomo y Marcela y Ambrosio. ¡Ah, el amor!