domingo, 2 de noviembre de 2014

EL QUIJOTE 18. ¿Y DICE USTED QUE ESTABA LOCO?


Seguimos leyendo el primer capítulo:
En efeto, rematado ya su juicio vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

Empeñado este narrador en la locura de nuestro personaje nos dice que decide hacerse caballero andante e irse a buscar las aventuras  para deshacer agravios y cobrar nombre y fama.  La aventura, no es más ni menos, que “lo que ha de venir”. Lo que quiere hacer (desagraviar al agraviado y ganar fama) no es cosa de locos, sino de cuerdos. Todos podríamos quererlo.  Todos querríamos hacerlo. Nada raro.  Pero para ser caballero andante se necesitan algunos requisitos:
ü  Tener armas de caballero,
ü  Tener caballo,
ü  Tener un nombre y
ü  Tener una dama
Leamos cómo construye su personaje, pues él no se cree caballero andante, sino que necesita tiempo, no poco tiempo, en construir la realidad que desea. Así, lo primero son las armas:


Y lo primero  que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Acude al doblao de la casa y toma las armas que sí fueron de la caballería, las armas que fueron de sus abuelos  y las prepara, las limpia. Para que puedan servir en este nuevo tiempo. Ya ven, este es hidalgo de pueblo, cuyos derechos se reducían a estar exentos de la mayoría de los impuestos y de cargas como alojar y avituallar a las tropas de paso. Y, además sólo tiene mermadas propiedades (hanegas de tierra, cuatro cepas y dos yugadas, cuatro o cinco pollinos, tres yeguas) que le permiten vivir sin lujos ni demasiadas estrecheces.
Desde la época de Felipe II la función militar que en la Edad Media había correspondido a la caballería estaba ahora en manos de los ejércitos profesionales. Los hidalgos rurales, se abrieron a veces camino enrolándose en los nuevos ejércitos, pasando a las Indias o cursando estudios en la universidad. O la corte, o la milicia, o el mar, o la iglesia. Esos eran los únicos caminos posibles para ellos.
Pero Alonso Quijano, o Quesada, o Quijada, no pudo hacer nada de eso, posiblemente se tuvo que hacer cargo por razones que no vienen al caso (una muerte en un parto era tan frecuente) de una sobrina huérfana, cuyo padre también pereció joven Y él allí, en su lugar de la Mancha, sin poder vivir una vida que añoraba. Por eso esas lecturas. Por nostalgia. Los nobles sentían la nostalgia de las glorias guerreras y los esplendores caballerescos del otoño de la Edad Media, la edad de oro de sus mayores. En la corte y en las ciudades, una buena parte del tiempo se les iba en entretenimientos que remedaban los modos y costumbres de la caballería medieval: además de la caza, torneos y pasos de armas, juegos de cañas y sortijas, entradas, saraos... Los libros de caballerías se contaban entre sus lecturas preferidas (I, 49) porque alimentaban esa nostalgia. Recuerde que luego, más adelante, don Quijote se proponía participar en las «famosas justas» que organizaba regularmente en Zaragoza la más notoria de las maestranzas y hermandades caballerescas, la cofradía de San Jorge (I, 52 y II, 4): allí, o en otras competiciones y festejos similares, podía haber entrado en liza, como muchos lo hicieron, disfrazado tras el nombre y las armas de «Palamedes», «Branforte» o el «Caballero del Fénix». Pero en una región como la Mancha, donde solo una mínima parte de la población era hidalga —al revés que en el norte de la Península—, y en la soledad de su «lugar» no había ocasión para tales escapes imaginativos.

Limpió, decimos, sus armas, pero “vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera”. Ya  ven con cartones hizo una celada de papelón.

Y al probarla con su espada, ésta sí que debía ser verdaderamente suya, comprobó qué fácilmente le había sido romperla; por eso volvió a hacerla de nuevo, y reforzó los cartones con unos alambres. Pero, consciente de la realidad, no la volvió a probar. Él sabe perfectamente la realidad. Sabe que aquella no es verdadera celada, y por eso no la prueba. Como el niño que tenía una espada de madera, que jugando a ser pirata con pata de palo, con cara de malo, con parche en el ojo, golpea sin fuerza su espada sabedor de que se puede romper. Conoce la realidad. Juega a ser pirata, pero sabe y conoce la realidad. Más de dos semanas en todo ello. 

El loco, desde el minuto primero, se sabe otro (“Soy Napoleón”). Él no. Él dedica tiempo a sus elaboraciones, consciente de la realidad: “Quiero ser caballero andante”. Él no es otro, se quiere hacer otro, se quiere hacer alguien distinto de quien es, hacerse otro, ajeno al que es, quiere enajenarse. Salir de sí para vivir otras vidas. Como queremos todos, dejar de vivir nuestras vidas grises y vivir otras, las vidas de los otros. Por eso leemos. Pero a veces leer es poco. Queremos ser de verdad otros distintos. Aunque, cuando la vida se acaba, a veces es demasiado tarde.

Siempre que pienso en esta idea me acuerdo de la canción de Joaquín Sabina:

No soy un fulano con la lágrima fácil,
de esos que se quejan solo por vicio.
si la vida se deja yo le meto mano.

y si no aún me excita mi oficio,
y como además sale gratis soñar,
y no creo en la reencarnación,

con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida,
a vivir otras vidas,

a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré:
Al Capone en Chicago,
legionario en Melilla,
pintor en Mont Parnesse,
mercader en Damasco,
costalero en Sevilla,
negro en Nueva Orleans,
viejo verde en Sodoma,
deportado en Siberia,
sultán en un harén,
¿policía?: ni en broma,
triunfador de la feria,
gitanito en Jeréz,
tahúr en Montecarlo,
cigarrillo en tu boca,
taxista en Nueva York.
El más chulo del barrio,
Tiro porque me toca,
suspenso en religión,
Confesor de la reina,
banderillero en Cádiz,

tabernero en Dublín.
Comunista en Las Vegas,
ahogado en el Titanic.

Flautista en Hamelín.
Billarista a tres bandas,
insumiso en el cielo,
dueño de un cabaret.
Arañazo en tu espalda,
tenor en Rigoletto,
pianista de un burdel.
Bongosero en La Habana,
Casanova en Venecia,
anciano en Shangri La,
polizón en tu cama,
vocalista de orquesta,
mejor tiempo en Le Mans.
Cronista de sucesos,
detective en apuros,
conservado en alcohol.
Violador en tus sueños.
Suicida en el viaducto,
tío guapo en un culebrón,
morfinómano en China,
desertor en la guerra,
boxeador en Detroid.
Cazador en la India,
marinero en Marsella,
fotógrafo de Play Boy.
Pero si me dan a elegir
entre todas las vidas
yo escojo
la del pirata cojo con pata de palo,

con parche en el ojo,

con cara de malo,
el viejo truhán, capitán
de un barco que tuviera por bandera
un par de tibias y una calavera.




 Vamos a escuchar la canción: 

Ser otro, pero ser otro que ya no se puede ser.

En segundo lugar, en esa tarea de construir su personaje, necesitará un famoso caballo. Y acude, de nuevo a la realidad, a lo que él tiene, a su rocín:
 Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría porque —según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí procuraba acomodársele, de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

El proceso es aún más complicado. Toma la realidad, ante sus ojos, el ROCÍN, y durante cuatro días después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar «Rocinante». Nada es irreflexivo. Todo minucioso, con cuidado, construyendo una imaginación, teniendo en cuenta la realidad. ¿Cómo llamamos a los que son conscientes de la realidad: cuerdos o locos?

Siguiendo el mismo procedimiento, partir de la realidad, llega a la fantasía con su propio nombre:
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar «don Quijote»; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar «Quijada» , y no «Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó «Amadís de Gaula», así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Se trata de una IMITACIÓN. Y el modelo más frecuente es el Amadís de Gaula. Pero a diferencia éste se va a llamar don Quijote, para así no olvidar nunca su propia realidad, su identidad (Quijada se debió llamar), y como Lanzarote terminará su nombre. Pero la patria no será un país desconocido, como el de Amadís, Gaula, sino, otra vez su propia realidad: ¿Es consciente de ella? ¿Es loco?.

Sólo le falta una dama:
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él:
—Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»?
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

“¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso”, dice el narrador, que ya llama sin serlo, caballero al hidalgo al que también llamó loco. ¡Y tanto! Es para holgarse, pues qué bien conoce cómo funcionan las novelas de caballerías, y así las podrá imitar mejor.
  Parece que, dice el narrador, que el hidalgo anduvo enamorado de una moza vecina, aunque ni él dijo nunca nada ni ella se dio por enterada. Parece que fue un tímido. Es posible.
La princesa de la que enamorarse  -su dulce señora- sería una moza labradora, de muy buen parecer, que se llamaba Aldonza Lorenzo. Luego sabremos que era hija de Lorenzo Corchuelo y de Aldonza Nogales.  Lo que sí sabemos es que habría de ser dulce Por eso se llamará Dulcinea. ¿Qué hay en común entre Dulcinea y Aldonza:


D
U
L
C
I
N
E
A
A
L
D
O
N
Z
A


Efectivamente, la realidad de su dama, que como requisito imaginativo tiene que tener la cualidad de ser dulce, se forma desde la propia realidad fonética de Aldonza. Y para más asegurar la realidad, de concede la patria de ser de El Toboso, su lugar cercano al suyo.

Ya ha construido el personaje, y lo ha hecho sin alejarse un punto de la realidad.