José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes
de 2012, nos habla de Cervantes
como un Perdedor:
Siempre
anduvo escapándose de algo: de la justicia, del desamor, de la penuria, del
hastío. No huía, se ausentaba, se desamarraba de un puerto ineficiente para
amarrar en otro puerto igualmente defectuoso. Las secuencias del infortunio
iban señalizando una continuidad narrativa que conducía a la casa del perdedor.
Padeció guerras, cautiverios, descalabros, desdenes. La familia quebrantada, la
voluntad consumida, el destino trunco fueron las únicas credenciales con las
que pretendió lo no alcanzado. Nunca medró en ninguna cofradía porque no era
adicto a la lisonja ni condescendió con la inequidad de los desaprensivos. Residió
de modo recurrente en ciudades impensadas y se ejercitó en oficios indeseados.
Con prosa pobre y humillación mucha solicitó trabajos difusos nunca concedidos.
Compartió lo que amaban los decentes y luchó contra lo que los falsarios
defendían, pues era amigo de los perseguidos y abominaba de los perseguidores.
Un día, fatigado de privaciones tantas, defraudado del que quiso haber sido,
regresó al refugio equívoco de los suyos como un combatiente menoscabado por la
fatalidad. Publicó entonces, ya casi sexagenario, un libro que habría de
constituir hasta hoy mismo una de las cimas triunfantes de la literatura
universal. Ni siquiera se conoce el paradero de sus huesos. Aunque un día se
encontraran, nunca remediarían la obstinación de la injusticia.