De nuevo es Álex
Grijelmo el que nos avisa sobre la asimetría en el lenguaje entre hombres y
mujeres. Es en su columna La punta de la lengua, de El País. Leamos:
Su cambio, caballero
La
palabra caballero anda en boca de
camareros, conserjes, taxistas, mensajeros y de quienes desempeñan cualquier otro
cometido en el que se preste algún servicio al público. “Aquí tiene su café,
caballero”, “muchas gracias, caballero”, “pase usted, caballero”, “ya hemos
llegado, caballero”.
Se
trata de un fenómeno reciente, no tanto por su uso (pues existe desde antiguo)
como por su abundancia. Un varón que visite bares y restaurantes, se traslade
en transporte público o emprenda a menudo gestiones administrativas escuchará
la palabra caballero al menos dos o
tres veces al día.
Quizás
esta costumbre nueva se relacione con la inmigración de Latinoamérica y la
amabilidad de estas gentes hermanas al desempeñar algunos oficios, en contraste
con el rudo proceder histórico de sus colegas españoles; quienes, sin embargo,
han ido incorporando con el tiempo esta expresión.
Y desde luego que se percibe con agrado la cortesía
implícita en esa palabra, porque el término caballero sólo muestra connotaciones positivas (por ejemplo, en su
definición como “hombre que se comporta con distinción, nobleza y generosidad”).
Sin embargo, uno se queda intranquilo al pensar qué
apelativo aplican tan amables trabajadores (y trabajadoras) a las mujeres que
acuden a esos mismos establecimientos. El término simétrico sería dama. Porque también el Diccionario considera
este vocablo un tratamiento de respeto hacia una mujer, a la que, según la
acepción primera, se estaría considerando igualmente “noble o distinguida”.
Ahora bien, el Diccionario omite
en el caso femenino la “generosidad” que sí hallábamos en la definición de caballero. Pero quizás la Academia no tenga la culpa, sino el uso
que los hablantes y escribientes venimos haciendo; y del que salen las
definiciones. Si la palabra caballero
aparece asociada a casos de generosidad y no ha sucedido históricamente lo
mismo con dama, el Diccionario sólo
estará reflejando el sexismo de la sociedad.
Esa diferencia de uso entre caballero y dama se
puede apreciar también en los servicios referidos. Un camarero (y una camarera)
pueden señalar “ahí tiene el cambio, caballero”, pero seguramente no se les
ocurrirá decir “ahí tiene su café, dama”. La igualdad en estas fórmulas parece
haberse quedado reducida al consabido “damas y caballeros” tan usado en el
mundo del espectáculo.
En mi experiencia, los camareros, taxistas, mecánicos o
administrativos dicen en esas mismas ocasiones señora, si aprecian en la clienta una edad adulta difícil de
definir en estas líneas. Y señora
debería encontrar su equivalente en el apelativo señor, pero, como venimos exponiendo, éste ha sido reemplazado por
caballero.
Se trata de actitudes que tienden a la amabilidad y a la
cortesía, tan apreciables en el sector servicios español. Pero sí es cierto que
con esta nueva costumbre se aprecia un caso de asimetría en el diferente trato
que se otorga a hombres y mujeres mediante el lenguaje.
No quisiera echar sobre los hombros de gentes honradas,
trabajadoras y serviciales ninguna responsabilidad en ello, pues en el terreno
de lo consciente sólo se puede imaginar buena intención. Ese trato exquisito no
debería implicar ninguna preocupación adicional…, siempre que se quedase ahí.