domingo, 18 de febrero de 2018

MÁS MACHISMO EN NUESTROS USOS DE LA LENGUA

Otro domingo más en El País es Álex Grijelmo es el que nos ayuda a pensar sobre cómo hablamos. Todos hemos escuchado al flamante presidente del Parlamento catalán llamar a la vicepresidente sólo por su nombre de pila. Y ese es un uso discriminatorio que hay que eliminar. Hoy, en La punta de la lengua escribe sobre ello. Leamos:

Vicepresidenta Soraya

Llamar por el nombre de pila señala cercanía o subordinación. Hacerlo por el apellido indica respeto

Roger Torrent, presidente del Parlamento catalán, se refirió dos veces en su discurso del martes a Soraya Sáenz de Santamaría como “vicepresidenta Soraya”. A continuación, mencionó al último presidente de la Generalitat con la fórmula “el presidente Puigdemont”.
En efecto, el nombre de pila de la vicepresidenta aparece de vez en cuando en el lenguaje público sin la compañía del apellido, mientras que se hace difícil imaginar una cita como “el presidente Mariano”.
Esa asimetría en la manera de nombrar a mujeres y hombres ya tenía antecedentes. Keiko Fujimori, candidata a presidir Perú, fue citada muchas veces por su solo nombre de pila, frente al apellido o el nombre completo de su rival, Pedro Pablo Ku­czynski. Por su parte, Dilma Rousseff se quedó en Dilma para muchos titulares  a diferencia de lo que ocurría con su contrincante, José Serra.
Se pueden encontrar en Internet muchos ejemplos de “Dilma promete” o “Dilma asegura”, pero no de “José propone”. Y sí, el nombre de la ahora expresidenta de Brasil es muy significativo, por inhabitual entre nosotros; pero también su apellido habría bastado para designarla.
Se han dado casos de nombres masculinos citados igualmente sin la compañía del patronímico. Sucedía con Felipe (González) incluso en diarios serios de información general, y ocurre ahora con Florentino (Pérez) en la prensa deportiva. Cuando se trata de textos en los que no se produce asimetría entre hombres y mujeres, el fenómeno puede pasar como una mera economía tipográfica, aunque también el resultado ofrezca ángulos dudosos. Pero cuando en el mismo discurso o en la misma serie de textos se halla presente un nombre femenino al que no se trata del mismo modo que a sus iguales masculinos, deben saltar las alarmas.
Los usos sociales han establecido que llamar a alguien por su nombre de pila implica confianza, cercanía, subordinación. Hacerlo por el apellido señala distancia y respeto. Situar a las mujeres en el primer cajón y a los hombres en el segundo constituye un acto discriminatorio (quizás inconsciente, y por tanto comprensible) que vale la pena corregir.
Las filólogas Eulàlia Lledó y Susana Guerrero Salazar, entre otras, han señalado este rasgo sexista. La costumbre, escribió Lledó viene desde los colegios, en muchas de cuyas aulas se llama a los niños por el apellido y a las niñas por su nombre, y a menudo con diminutivos.
Guerrero añade: “Cuando en un espacio como el académico conservamos los tratamientos más respetuosos para los varones y los más familiares para las mujeres, afianzamos la idea de que los hombres son más importantes y, por tanto, merecedores de ser tratados con más respeto. Hay que tener especial cuidado en que esto no suceda”.
Ya hace años que en España se corrigió la asimetría de no mencionar a las mujeres con cargo público por su mero apellido. Antaño no se habría escrito “Arrimadas anuncia” o “Díaz dice”, sino “Inés Arrimadas” y “Susana Díaz” como únicos sujetos posibles. Y los diarios de sólo un par de decenios atrás habrían escrito “la Merkel” como en su día hicieron con “la Thatcher”, otra asimetría notoria.
Keiko, Soraya, Dilma, Susana… Son los nombres de personas que han de ser evaluadas por sus ideas y sus actos sin necesidad de que se recuerde subliminalmente a cada rato que se trata de una mujer.