Otro domingo más en El País es Álex Grijelmo es el que nos ayuda a pensar
sobre cómo hablamos. Todos hemos escuchado al flamante presidente del
Parlamento catalán llamar a la vicepresidente sólo por su nombre de pila. Y ese
es un uso discriminatorio que hay que eliminar. Hoy, en La punta de la
lengua escribe sobre ello. Leamos:
Vicepresidenta Soraya
Llamar por el nombre de pila señala cercanía o
subordinación. Hacerlo por el apellido indica respeto
Roger Torrent, presidente del Parlamento catalán, se refirió dos veces
en su discurso del martes a Soraya Sáenz
de Santamaría como “vicepresidenta Soraya”.
A continuación, mencionó al último presidente de la Generalitat con la fórmula
“el presidente Puigdemont”.
En efecto, el
nombre de pila de la vicepresidenta aparece de vez en cuando en el lenguaje
público sin la compañía del apellido, mientras que se hace difícil imaginar una
cita como “el presidente Mariano”.
Esa asimetría
en la manera de nombrar a mujeres y hombres ya tenía antecedentes. Keiko Fujimori, candidata a presidir Perú, fue citada muchas veces por su
solo nombre de pila, frente al apellido o el nombre completo de su rival, Pedro Pablo Kuczynski. Por su parte, Dilma Rousseff se quedó en Dilma para muchos titulares a diferencia de lo que
ocurría con su contrincante, José Serra.
Se pueden
encontrar en Internet muchos
ejemplos de “Dilma promete” o “Dilma asegura”, pero no de “José propone”.
Y sí, el nombre de la ahora expresidenta de Brasil es muy significativo, por
inhabitual entre nosotros; pero también su apellido habría bastado para
designarla.
Se han dado
casos de nombres masculinos citados igualmente sin la compañía del patronímico.
Sucedía con Felipe (González) incluso en diarios serios de
información general, y ocurre ahora con Florentino
(Pérez) en la prensa deportiva.
Cuando se trata de textos en los que no se produce asimetría entre hombres y
mujeres, el fenómeno puede pasar como una mera economía tipográfica, aunque
también el resultado ofrezca ángulos dudosos. Pero cuando en el mismo discurso
o en la misma serie de textos se halla presente un nombre femenino al que no se
trata del mismo modo que a sus iguales masculinos, deben saltar las alarmas.
Los usos
sociales han establecido que llamar a alguien por su nombre de pila implica
confianza, cercanía, subordinación. Hacerlo por el apellido señala distancia y
respeto. Situar a las mujeres en el primer cajón y a los hombres en el segundo
constituye un acto discriminatorio (quizás inconsciente, y por tanto
comprensible) que vale la pena corregir.
Las filólogas Eulàlia Lledó y Susana Guerrero Salazar, entre otras, han señalado este rasgo
sexista. La costumbre, escribió Lledó viene
desde los colegios, en muchas de cuyas aulas se llama a los niños por el
apellido y a las niñas por su nombre, y a menudo con diminutivos.
Guerrero añade: “Cuando en un espacio como el académico conservamos
los tratamientos más respetuosos para los varones y los más familiares para las
mujeres, afianzamos la idea de que los hombres son más importantes y, por
tanto, merecedores de ser tratados con más respeto. Hay que tener especial
cuidado en que esto no suceda”.
Ya hace años
que en España se corrigió la asimetría de no mencionar a las mujeres con cargo
público por su mero apellido. Antaño no se habría escrito “Arrimadas anuncia” o “Díaz
dice”, sino “Inés Arrimadas” y “Susana Díaz” como únicos sujetos
posibles. Y los diarios de sólo un par de decenios atrás habrían escrito “la Merkel” como en su día hicieron con “la
Thatcher”, otra asimetría notoria.
Keiko, Soraya, Dilma, Susana… Son los nombres de personas que han de ser evaluadas por
sus ideas y sus actos sin necesidad de que se recuerde subliminalmente a cada
rato que se trata de una mujer.