De nuevo Álex Grijemo, para los que desde lejos quieren votar aquí. Muy interesante. Lo leemos en El País:
Rogativas por un voto
El vocabulario burocrático acude mucho a términos basados en
“rogar” y “suplicar”
Pocas locuciones habrá tan desafortunadas en el lenguaje administrativo
como voto rogado, expresión que se
aplica al sufragio que deben tramitar los emigrantes.
El ejercicio de un derecho democrático inherente a la persona,
se halle ésta donde se halle, no puede asociarse con el verbo rogar, que consiste precisamente en
pedir algo como gracia o favor. Es decir, como si no se tuviera derecho.
La condición de elector se adquiere con la mera formalidad de
constar como español mayor de edad, y eso no parece compatible con los infames
trámites que han de cumplir quienes viven fuera de España para enviar sus
papeletas a las urnas; hasta el punto de que solamente la mitad de quienes lo
intentan consigue su objetivo. Tras regularse el voto rogado en 2010, los votantes españoles en el
extranjero pasaron del 30% al 5%.
El Diccionario del español jurídico define así voto rogado: “Necesidad de que los
electores formalicen su intención de votar en unas elecciones para poder
ejercer su derecho”. Y la verdad es que el concepto rogado no aflora en la definición. Si se formulara al revés
(primero se lee la definición y luego se busca la locución definida), seguramente
aportaríamos opciones como voto
anunciado, o voto formalizado o voto tramitado. Pero rogar, ¿por qué?
En eso no tiene ninguna culpa el referido diccionario, por
supuesto, sino la consideración que el lenguaje administrativo viene dando a un
acto que no debería superar el rango de la simple solicitud o la más sencilla
instancia. Pero de ahí a rogar que se conceda la posibilidad de depositar el
voto, hay un tortuoso trecho: los trámites suelen provocar incluso que no
lleguen a tiempo las papeletas de quienes los han superado con resignación y
perseverancia.
A la Administración le han solido gustar determinados verbos: “Suplico a V. I. sea aceptado el recurso”,
“ruego a usted me sea devuelto el
dinero…”. El vocabulario burocrático acude mucho a términos basados en rogar y suplicar: rogatoria, comisión rogatoria, rogación, principio de rogación, recurso
de suplicación, suplicatorio, súplica… A veces se trata de supuestos
en los que alguien se adentra en un terreno donde no es soberano; y, por tanto,
debe pedir alguna especie de permiso o transmitir una solicitud. Pero en otras
ocasiones parece más bien que ha sobrevivido hasta nuestros días el léxico de
los tiempos en los que el ciudadano se había de humillar ante el poder, y sólo
rogando o suplicando podía obtener la gracia que esperaba merecer de V. I.
(vuestra ilustrísima, recuérdese).
Los dos grandes partidos españoles (el PP y el PSOE por ahora)
han mostrado una notoria incompetencia a la hora de resolver este problema que ellos mismos crearon. Intentaban
evitar una ínfima parte de voto irregular, y consiguieron una amplísima parte
de voto imposible.
Como la segunda acepción de rogar
señala que también equivale a rezar,
a lo mejor se trata de que los emigrantes o los estudiantes en fase de superior
formación en el extranjero saquen a algún santo en procesión para rogarle el
voto.
Mientras eso no suceda, en
casos así estaremos obligados a ver el mundo del revés: no son los políticos
quienes ruegan a los electores que los voten, sino que son los electores
quienes ruegan a los políticos que les dejen votar.