De nuevo Álex Grijelmo escribe
en su columna La punta de la lengua
en El País sobre las verdaderas gangas que nos invitan a comprar:
El ‘troll’ no tiene duende
Los
mentirosos, gamberros y asaltadores diversos que pululan por Internet y las
redes se llaman trolls. Viven de la iniciativa
y de las ideas ajenas, para arruinarlas; ensucian cualquier debate limpio y lo
enredan con ramificaciones incontroladas; insultan, difaman, provocan. No
merecerían, por tanto, ser designados con una palabra amable.
La influencia
del término troll en nuestra cultura ha
seguido dos vías. La primera de ellas tiene su origen en el noruego, lengua
donde ese vocablo designa a un “ser sobrenatural”. El troll de la mitología escandinava es, en efecto,
un “monstruo maligno que habita en bosques o grutas”. Así lo define
nuestro Diccionario en
la entrada trol, que la Academia castellanizó en 1989 con una
sola ele.
Y el segundo
camino de este vocablo se traza a partir del inglés. La voz troll es usada ahora en ese idioma —y también por
quienes hablan español— para describir a quien emprende en las redes alguna
acción de torpedeo de cualquier debate sensato o exposición razonable. Esta
versión no ha llegado a nuestro Diccionario académico, pero sí se ha reflejado
en manuales y consejos lingüísticos. Por ejemplo, una nota de la Fundéu (Fundación del Español Urgente) lo relaciona con to troll, verbo que significa “pescar” (si bien
esta acepción no aparece en el voluminoso Diccionario Collins). Un
artículo de la revista Letras libres firmado por Naief Yehya (18 de marzo de 2015) ofrecía como explicación de este
nuevo sentido de “pescar” que en los principios de Internet los gamberros soltaban una carnaza en un ciberforo para
que mordieran el cebo los incautos, lo cual en inglés se puede designar
como trolling. La semejanza entre el verbo que refería
esa provocación y el sustantivo aplicado a los seres imaginarios, que aquí
provocaban con su anzuelo, hizo lo demás.
Pero troll significa también en inglés “duende” (ese
sentido sí lo recoge el Collins), en cierta
conexión con los seres mitológicos noruegos.
Por tanto, en
inglés se puede asociar hoy en día a los reventadores con los duendes; y
también en español si se traduce como el Collins indica.
Esta palabra
castellana, duende, cuenta a su vez
con una historia curiosa. Comenzó siendo peyorativa, pero terminó con el signo
opuesto. Nació de la antigua locución duen de casa (dueño de la casa), que se redujo
a duen de (Juan Gil, 300 historias de palabras). Los
duendes propietarios dejarían paso con el tiempo (más bien a finales del siglo
XV) a los ocupantes ilegales y fantásticos, a la vez que diminutos; unos
espíritus que se adueñaban de una mansión y causaban en ella trastornos y
estruendo.
Ni trolls, ni troles
ni duendes existen (tampoco los
gnomos ni los pitufos, ya que estamos hablando de todo un poco), así que serán
como nosotros los queramos ver. De hecho, con el tiempo su iconografía ha ido
mejorando. En inglés también pasaron del horror al humor. Los seres pequeños
pero temibles de hace siglos se transformaron en simplemente traviesos, como
recogen Corominas y Pascual en su Diccionario etimológico. Ahí están los duendes de la imprenta, a
los que se culpa de las erratas. Y hoy en día les otorgamos cierta magia, arte,
creatividad: “Ese músico tiene duende”, decimos.
Sin embargo,
con los trolls de Internet
y las redes regresa la antigua idea de los duendes perversos. Los designa una
palabra que ya se nos había hecho simpática, pero siempre podremos llamarlos
como lo que son: unos seres malignos sin gracia ninguna.