Mensaje del Día Mundial del Teatro- Europa
A media milla de la
costa de Cirenaica en el norte de Libia existe un vasto refugio rocoso de
80 metros de ancho y 20 de altura. En el dialecto local se le conoce como Hauh Fteah. En 1951 el análisis de
datación por carbono 14 demostró una ocupación humana ininterrumpida de al
menos 100.000 años. Entre los artefactos desenterrados había una flauta de
hueso datada entre 40.000 y 70.000 años. Siendo un niño, al oír esto le
pregunté a mi padre:
-“¿Ellos tenían
música?”
Me
sonrió.
- Al igual que todas las comunidades humanas.
Mi padre era un
arqueólogo estadounidense, el primero en excavar en Hauh Fteah, en Cirenaica.
Me siento muy
honrado y feliz de ser el representante europeo del Día Mundial del Teatro de este año.
En 1963, mi
predecesor, el gran Arthur Miller,
dijo en un momento donde la amenaza de guerra nuclear arrojaba su sombra sobre
el mundo: “Cuando se nos pide escribir en un momento donde la diplomacia y la
política tienen brazos tan terriblemente cortos y débiles, el delicado pero a
veces amplio abrazo del arte debe soportar la carga de sostener unida la
comunidad humana”.
El significado de
la palabra drama deriva del griego dran que significa “hacer”... y la
palabra teatro que procede del
término griego theatron,
literalmente significa el “lugar donde se mira”. Un lugar no solo dónde
miramos, también donde vemos, obtenemos, entendemos. Hace 2.400 años, Polykleitos el Joven diseñó el gran teatro de Epidauro. Con capacidad para 14.000 personas, la asombrosa
acústica de este espacio abierto es milagrosa. Un diálogo desde el centro del
escenario puede ser oído en todos los 14.000 asientos. Como era usual en los
teatros griegos, cuando observabas a los actores, también podías ver el
paisaje detrás de ellos. Esto no solo juntaba varios lugares a la vez, -la
comunidad, el teatro y el mundo natural-, también unificaba todos los tiempos.
De la misma manera que la obra evocaba mitos del pasado en el tiempo presente,
podías ver más allá del escenario tu futuro final. La naturaleza.
Una de las
revelaciones notables de la reconstrucción de El Globo de Shakespeare
en Londres también está
relacionada con aquello que vemos. Esta revelación tiene que ver con la luz.
Tanto el escenario como el auditorio estaban iluminados por igual. Los artistas
y el público se podían ver unos a otros. En todo momento. Dondequiera que
mires hay personas. Y en consecuencia, se nos recuerda que el gran soliloquio
de, digamos, Hamlet o Macbeth, no eran meditaciones
privadas sino debates públicos.
Vivimos en un
tiempo donde es difícil ver con claridad. Estamos rodeados de más ficción
que en cualquier otro momento de la historia o la prehistoria. Cualquier
“hecho” puede ser cuestionado, cualquier anécdota puede reclamar nuestra
atención como una “verdad”. Una ficción en particular nos rodea
continuamente. Aquella que busca dividirnos. De la verdad. Y de unos a otros. Y
así, estamos separados. Las personas de las personas. Las mujeres de los
hombres. Los seres humanos de la naturaleza.
Pero al igual que
vivimos en un tiempo de división y fragmentación, también vivimos en un
tiempo de inmenso movimiento. Como nunca antes en la historia las personas se
están desplazando; muchas veces volando; caminando; nadando si hace falta;
migrando; por todo el mundo. Y esto es solo el comienzo. La respuesta, como
sabemos, ha sido el cierre de fronteras. La construcción de muros. La
exclusión. El aislamiento. Vivimos en un orden mundial tiránico, donde la
indiferencia es moneda y la esperanza una carga de contrabando. Y parte de esta
tiranía es el control, no solo del espacio, sino también del tiempo. Este tiempo
en que vivimos renuncia al presente. Se concentra en el pasado reciente y en el
futuro. Yo no tengo eso... Yo compraré aquello...
Ahora lo he
comprado, necesito tener la próxima... cosa. El pasado lejano está destruido.
El futuro sin consecuencias.
Muchos afirman que
el teatro no puede ni podrá cambiar nada de esto. Pero el teatro no va a
desaparecer. Porque el teatro es un sitio. Me gustaría llamarlo un refugio.
Donde las personas se congregan e inmediatamente forman comunidades. Tal y como
hemos hecho siempre. Todos los teatros son del tamaño de las primeras
comunidades humanas, de cincuenta a 14.000 almas. Desde una caravana de
nómadas a un tercio de la antigua Atenas.
Y dado que el
teatro solo existe en el presente, también cuestiona esta desastrosa visión
del tiempo. El momento presente es siempre un tema del teatro. Sus significados
se construyen mediante un acto comunitario entre el intérprete y el público.
No solo aquí, sino ahora. Sin la actuación del intérprete el público no podría
creer. Sin la creencia del público, la interpretación no sería completa. Nos
reímos al mismo tiempo. Nos conmovemos. Nos quedamos sin aliento o
enmudecemos. Y en ese momento, mediante el teatro descubrimos la más profunda
verdad: que aquella que considerábamos la más privada división entre
nosotros, los límites de nuestra propia conciencia individual, tampoco tiene
fronteras. Es algo que compartimos.
Y no nos pueden
parar. Cada noche reapareceremos. Cada noche los actores y la audiencia se reunirán
de nuevo y la misma obra volverá a ser representada. Porque, como dice el
escritor John Berge, “Muy dentro de
la naturaleza del teatro hay un sentido de retorno ritual”, la razón por la
cual ha sido siempre la forma de arte de los desposeídos, algo que a causa del
desmantelamiento de nuestro mundo, somos todos. Dondequiera que haya
intérpretes y audiencias las historias que no se pueden contar en ningún otro
sitio se representarán, ya sea en las óperas y teatros de nuestras grandes
ciudades, o en los campos que acogen migrantes y refugiados en el norte de Libia y en todo el mundo. Siempre
estaremos unidos, en comunidad, en esta representación.
Y si estuviéramos en Epidauro
podríamos levantar la vista y observar cómo compartimos todo esto con un
panorama mayor. Porque siempre somos parte de la naturaleza y no podemos
escapar de ello así como no podemos escapar del planeta. Si nos encontráramos
en El Globo veríamos como preguntas
aparentemente privadas se nos plantean a todos nosotros. Y si pudiésemos tener
la flauta cirenaica de hace 40.000 años entenderíamos el pasado y el presente
como indivisibles, y que la cadena que une la comunidad humana nunca será rota
por los tiranos y demagogos.