EL PRÓLOGO DE LA NOVELA
Por otras
ideas ya comentadas anteriormente el Prólogo de la
Primera Parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
fue redactado en 1604, cuando Cervantes había terminado ya el
libro, lo que le daba una perspectiva de su obra con la que no
contaba al inicio de su escritura, pues se sabemos que su intenciónaprimera era
mucho más modesta y que, sólo una vez avanzada la obra, se dio cuenta de lo
distinta que era del proyecto inicial. No era sólo la crítica de los libros de
caballería la única intención del autor.
Es cierto
que se critican las novelas de caballerías, pero la novela sería muy pobre si
sólo se dedicara a eso. A Cervantes le desagradaban estas novelas y las
consideraba literatura de segunda, aunque reconocía la calidad de algunas de
ellas. Eran de gran éxito popular y no se explicaba cómo unos libros planteados
como realidad (los libros de caballerías se basaban, según sus autores, en
historias reales recogidas y transcritas por ellos mismos) podían tener tanta
aceptación entre sus lectores cuando, a todas luces, eran frutos de una
fantasiosa imaginación. Si desprecia estas novelas, también desprecia a sus lectores.
En el
Prólogo de la Primera parte de 1605, el narrador se esconde tras un velo de
falsa modestia, y dice que escribirlo le está dando mucho más trabajo que la
obra, que se siente confuso porque teme presentar una obra como “una leyenda
seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos
y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin
anotaciones en el fin del libro”. Estas afirmaciones están llenas de ironía,
pues Cervantes era contrario a este tipo de artificios que acompañaban a
los libros que disfrutaban de admiración en la época:
“como veo
que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de
sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de
filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres
leídos, eruditos y elocuentes”.
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Cervantes
arremetía así contra el estilo literario imperante en los finales del siglo
XVI y los comienzos del XVII, particularmente contra Lope de Vega y,
especialmente, contra su Arcadia. El mismo autor afirma por medio
de su narrador que
“solo
quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la
inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios
que al principio de los libros suelen ponerse”.
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Cervantes presenta su estilo: “dando a entender vuestros
conceptos sin intricarlos y escurecerlos”. Además, Cervantes
pretende crear una obra innovadora, sin atender a las exigencias del mercado
(de hecho las contradice creando un antihéroe de los exitosos caballeros
andantes). El propio Cervantes, por boca del narrador del Prólogo, deja
clara esta idea: se arriesga a que los lectores, “el antiguo legislador al que
llaman vulgo”, no lo acepte y vea su creación como un hijo feo.
Por último,
hay que destacar una intención secundaria: el autor (por medio de sus
narradores) nos introduce en su juego de realidad-ficción. La realidad
directa que debería ser el prólogo se trata de una ficción indirecta (pues
trata de engañarnos, hacernos creer que es real) que forma parte de la novela
misma. Así, la realidad ficticia, la realidad literaria, comienza a formarse
en la propia realidad.
El epíteto, desocupado
lector, al que se dirige Cervantes, no hace referencia solo a que no
tiene nada que hacer, sino que está cargado de ironía y significado. La
intención primaria de Cervantes, como dijimos, era ridiculizar, castigar
al libro de caballerías y a sus lectores. Para ello comienza rebajando al
lector (y con ello a su lectura) tratándolo de ‘desocupado’, adjetivo bajo el
que se esconde la condición del lector de caballería, el cual debería estar
verdaderamente desocupado.
Encontraremos
en el texto dos narradores. El primero, el ‘Yo Narrador’ tras el que se
presenta Cervantes, dirigiéndose al lector, al desocupado lector, nos introduce
en su (ficticia) realidad y nos expone sus problemas para construir el prólogo
a su obra, afirmando que su “estéril y mal cultivado ingenio” no le permite
crear un bello, noble y admirado personaje, falsa modestia bajo la que se
esconde una gran ironía que convierte la alabanza en burla: “las musas más
estériles” (los autores de los libros de caballería) pueden escribir libros que
asombren, a las que no sin ironía les llama “partos”. Él mismo se llama padre y
no padrastro, reforzando la mentira de que la historia ha sido recopilada
de textos y manuscritos ya existentes, por lo que el padre sería el historiador
arábigo Cide Hamete Benengeli, que se nos presentará en el capítulo IX.
Continúa
mostrando su deseo de dejar su historia sin un
proemio lleno de exornaciones, sin la erudición de la que presumen sus
contemporáneos (crítica donde la figura de Lope está más que presente).
El narrador
principal nos introduce otra figura prologal: el amigo al que presenta como una
realidad física, como un hombre de carne y hueso al que le confiesa sus
preocupaciones y dificultades con el Prólogo. Sin embargo ese amigo es
una ficción, un personaje imaginario, que le ofrece la posibilidad
de hacer la crítica más clara a los libros de caballerías y las pomposas
costumbres de los prefacios y elogios que preceden las obras de sus coetáneos.
Así, este
amigo, tras conocer el problema que le plantea el narrador, crea un discurso
que es todo un ataque contra lo anteriormente citado y, sin muchas
complicaciones, derriba punto por punto los problemas del escritor. Para eso,
le expone una serie de citas escolásticas y proverbiales, mitos clásicos y
fragmentos bíblicos (no siempre de modo correcto), que le sirvan para salir al
paso de sus dificultades. Dentro de la sátira es oportuno destacar que algunos
de los dardos verbales son dirigidos a Lope de Vega: en la cita
“Donec eris felix, multos numerabis amicos, Tempora si fuerint nubila, solus
eris”, dice ‘felix’ donde debía decir ‘sospes’, tal y como escribió Ovidio (y
no Catón, como se dice en el texto) en Tristia (I, 9, versos
5-6), clara referencia al susodicho Lope, cuyo primer nombre era Félix.
Por otro
lado, critica a los autores que ofrecen en sus libros una lista “de la A a la
Z” que acota todos los clásicos en los que se ha inspirado y/o una serie de
poesías elogiosas de personajes ilustres. Esta es una clara referencia burlesca
a la Arcadia (1598) de Lope de Vega, así
como al Isidro (1599), La hermosura de
Angélica y a El peregrino en su patria (1604).
Cervantes, cuando escribe este prólogo, lo hace como una reaparición
literaria, pues hacía veinte años que no publicaba nada. Lo último había sido La
Galetea, en 1585, y no sabía cómo iba a reaccionar el lector, el
curioso lector, el ocioso lector.
Cuando escribe el prólogo a la Segunda parte se enfrenta a
la aparición del Quijote de Avellaneda, al que se ve
obligado a responder, dejando claro las diferencias y la autenticidad del
primer Quijote