lunes, 20 de octubre de 2014

EL QUIJOTE 12. DESOCUPADO LECTOR: ¡ATENTO, MUY ATENTO!



EL PRÓLOGO DE LA NOVELA



Por otras ideas ya comentadas anteriormente el Prólogo de la Primera Parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha fue redactado en 1604, cuando Cervantes había terminado ya el libro, lo que le daba una perspectiva de su obra con la que no contaba al inicio de su escritura, pues se sabemos que su intenciónaprimera era mucho más modesta y que, sólo una vez avanzada la obra, se dio cuenta de lo distinta que era del proyecto inicial. No era sólo la crítica de los libros de caballería la única intención del autor.

Es cierto que se critican las novelas de caballerías, pero la novela sería muy pobre si sólo se dedicara a eso. A Cervantes le desagradaban estas novelas y las consideraba literatura de segunda, aunque reconocía la calidad de algunas de ellas. Eran de gran éxito popular y no se explicaba cómo unos libros planteados como realidad (los libros de caballerías se basaban, según sus autores, en historias reales recogidas y transcritas por ellos mismos) podían tener tanta aceptación entre sus lectores cuando, a todas luces, eran frutos de una fantasiosa imaginación. Si desprecia estas novelas, también desprecia a sus lectores.


En el Prólogo de la Primera parte de 1605, el narrador se esconde tras un velo de falsa modestia, y dice que escribirlo le está dando mucho más trabajo que la obra, que se siente confuso porque teme presentar una obra como “una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro”. Estas afirmaciones están llenas de ironía, pues Cervantes era contrario a este tipo de artificios que acompañaban a los libros que disfrutaban de admiración en la época:
“como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes”.
 Cervantes arremetía así contra el estilo literario imperante en los finales del siglo XVI y los comienzos del XVII, particularmente contra Lope de Vega y, especialmente, contra su Arcadia. El mismo autor afirma por medio de su narrador que
 “solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse”.
Cervantes presenta su estilo: “dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos”. Además, Cervantes pretende crear una obra innovadora, sin atender a las exigencias del mercado (de hecho las contradice creando un antihéroe de los exitosos caballeros andantes). El propio Cervantes, por boca del narrador del Prólogo, deja clara esta idea: se arriesga a que los lectores, “el antiguo legislador al que llaman vulgo”, no lo acepte y vea su creación como un hijo feo.

Por último, hay que destacar una intención secundaria: el autor (por medio de sus narradores) nos introduce en su juego de realidad-ficción. La realidad directa que debería ser el prólogo se trata de una ficción indirecta (pues trata de engañarnos, hacernos creer que es real) que forma parte de la novela misma. Así, la realidad ficticia, la realidad literaria, comienza a formarse en la propia realidad.

El epíteto, desocupado lector, al que se dirige Cervantes, no hace referencia solo a que no tiene nada que hacer, sino que está cargado de ironía y significado. La intención primaria de Cervantes, como dijimos, era ridiculizar, castigar al libro de caballerías y a sus lectores. Para ello comienza rebajando al lector (y con ello a su lectura) tratándolo de ‘desocupado’, adjetivo bajo el que se esconde la condición del lector de caballería, el cual debería estar verdaderamente desocupado.

Encontraremos en el texto dos narradores. El primero, el ‘Yo Narrador’ tras el que se presenta Cervantes, dirigiéndose al lector, al desocupado lector, nos introduce en su (ficticia) realidad y nos expone sus problemas para construir el prólogo a su obra, afirmando que su “estéril y mal cultivado ingenio” no le permite crear un bello, noble y admirado personaje, falsa modestia bajo la que se esconde una gran ironía que convierte la alabanza en burla: “las musas más estériles” (los autores de los libros de caballería) pueden escribir libros que asombren, a las que no sin ironía les llama “partos”. Él mismo se llama padre y no padrastro,  reforzando la mentira de que la historia ha sido recopilada de textos y manuscritos ya existentes, por lo que el padre sería el historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, que se nos presentará en el capítulo IX.

Continúa mostrando su deseo de dejar su historia sin un proemio lleno de exornaciones, sin la erudición de la que presumen sus contemporáneos (crítica donde la figura de Lope está más que presente).

El narrador principal nos introduce otra figura prologal: el amigo al que presenta como una realidad física, como un hombre de carne y hueso al que le confiesa sus preocupaciones y dificultades con el Prólogo. Sin embargo ese amigo es una ficción, un personaje imaginario, que le ofrece la posibilidad de hacer la crítica más clara a  los libros de caballerías y las pomposas costumbres de los prefacios y elogios que preceden las obras de sus coetáneos.

Así, este amigo, tras conocer el problema que le plantea el narrador, crea un discurso que es todo un ataque contra lo anteriormente citado y, sin muchas complicaciones, derriba punto por punto los problemas del escritor. Para eso, le expone una serie de citas escolásticas y proverbiales, mitos clásicos y fragmentos bíblicos (no siempre de modo correcto), que le sirvan para salir al paso de sus dificultades. Dentro de la sátira es oportuno destacar que algunos de los dardos verbales son dirigidos a Lope de Vega: en la cita “Donec eris felix, multos numerabis amicos, Tempora si fuerint nubila, solus eris”, dice ‘felix’ donde debía decir ‘sospes’, tal y como escribió Ovidio (y no Catón, como se dice en el texto) en Tristia (I, 9, versos 5-6), clara referencia al susodicho Lope, cuyo primer nombre era Félix.

Por otro lado, critica a los autores que ofrecen en sus libros una lista “de la A a la Z” que acota todos los clásicos en los que se ha inspirado y/o una serie de poesías elogiosas de personajes ilustres. Esta es una clara referencia burlesca a la Arcadia (1598) de Lope de Vega, así como al Isidro (1599), La hermosura de Angélica y a El peregrino en su patria (1604).

Cervantes, cuando escribe este prólogo, lo hace como una reaparición literaria, pues hacía veinte años que no publicaba nada. Lo último había sido La Galetea, en 1585, y no sabía cómo iba a reaccionar el lector, el curioso lector, el ocioso lector.

Cuando escribe el prólogo a la Segunda parte se enfrenta a la aparición del Quijote de Avellaneda, al que se ve obligado a responder, dejando claro las diferencias y la autenticidad del primer Quijote