Cervantes después de La Galatea
En los
veinte años que siguieron a la impresión de La Galatea (1585), Cervantes sólo publicó el romance de Los
celos y unos cuantos sonetos laudatorios. Entonces solamente le
interesaba el teatro. Presumía de que algunas de sus obras como Los
tratos de Argel, La destrucción de Numancia y La
batalla naval o La confusa se estrenaran “sin que se
le ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza”. Y que “corrieron su carrera sin silbos,
ni gritos ni barahundas”.
Mientras, comía de recaudar impuestos para la Armada Invencible o para la hacienda
real. Llegó en 1590 solicitar al rey un oficio real en Índias. Pero le
respondió “Busque por acá en qué se le
haga merced”. Tuvo que seguir embargando bienes por los pueblos andaluces,
y llegó a ser excomulgado por esquilmar el trigo de unos canónigos de Écija.
Estuvo preso en Castro del Río, y varios meses estuvo también preso en la
cárcel de Sevilla. Allí imaginó su novela:
Bien
como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento
y donde todo triste ruido hace su habitación
|
Alonso Fernández de Avellaneda, el autor de el
otro Quijote, nos lo recuerda con malicia en su malintencionado prólogo:
Disculpan
los hierros de su primera parte, en esta materia, el haberse escrito entre los
de una cárcel; y así no pudo dejar de salir tiznado dellos ni salir menos que
quejosa, murmuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados
|
Después anduvo entre Madrid, Esquivias y
Valladolid. Dio fin al Quijote y cuando hubieron de iniciarse sus desavenencias
con Félix Lope de Vega y Carpio. Cervantes había tenido hasta entonces
con él una muy buena relación, y había escrito un soneto encomiástico en los
preliminares de La Dragontea, y Lope se lo devolviera en La Arcadia. Pero en 1604 Lope suelta veneno en una carta:
De
poetas, no digo: buen siglo es este. Muchos están en cierne para el año que
viene, pero ninguno hay como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”
|
Lope de
Vega no dejará de llamar a Cervantes matasiete, soberbio, pobretón y aún
tullido, como hizo en La dama boba o en la comedia San
Diego de Alcalá.