sábado, 8 de noviembre de 2014

EL QUIJOTE 23. YO SÉ QUIÉN SOY


MÁS CLARO TODAVÍA
Hemos estando planteado a lo largo de las entradas anteriores cómo Don Quijote es una creación de un Alonso Quijano cuerdo, que decide, por distintas razones, jugar a ser caballero andante imitando sus lecturas. Esto se ve muy claro en el arranque del capítulo V de la primera parte. Leamos.

CAPÍTULO V

Donde se prosigue la narración de la desgracia 
de nuestro caballero
Viendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros, y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. Esta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se hallaba, y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mesmo que dicen decía el herido caballero del bosque:
   —¿Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.
Y desta manera fue prosiguiendo el romance, hasta aquellos versos que dicen:
   —¡Oh noble marqués de Mantua,
mi tío y señor carnal!
Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mesmo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía, que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyó sin duda que aquel era el marqués de Mantua, su tío, y, así, no le respondió otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la mesma manera que el romance lo canta.
El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos, de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo:
—Señor Quijana, —que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante—, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte?
Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida, pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecerle caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico y de cuando en cuando daba unos suspiros, que los ponía en el cielo, de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en La Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual dijo:
—Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo.

Nuestro personaje, en el suelo, trata de imitar algún episodio de sus libros. Pero en los libros de caballerías no hay ninguna derrota tan infamante, le viene a la memoria el romance del Marqués de Mantua, como sucede en el anónimo Entremés de los romances, del que ya hablamos, en el que Bartolo, el protagonista, apaleado con su propia lanza, recuerda ese mismo romance. Se haría, pues, entre el capítulo anterior y este, la parodia de una parodia.

Carloto es el hijo de Carlomagno, y el herido es Valdovinos. Los romances de Valdovinos y del Marqués de Mantua derivan de la leyenda francesa de Ogier li Danois. Era un romance, en efecto, muy conocido pues este larguísimo texto se empleaba en las escuelas para aprender a leer. Aunque la versión que recuerda Don Quijote no procede directamente del romance antiguo, sino de una adaptación que aparece en la Flor de varios romances nuevos de Pedro de Moncayo (1591). Aunque el lo modifica  diciendo “mi tío y señor carnal”, cuando el romance antiguo dice «mi señor tío carnal» quedando la versión de Don Quijote  no sólo algo disparatada, sino que suena hoy divertidamente obscena.

Su vecino, le limpia el rostro y descubre que es Alonso Quijano. La acción del labrador coincide con lo que el romance dice de Daniel Urgel al encontrar a Valdovinos malherido.

Ya en el jumento del labrador, éste, al oírle suspirar, le pregunta qué le pasa y olvidando el romance de Valdovinos se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. Se trata de la historia de El Abencerraje y la hermosa Jarifa, incluida en el Inventario de Antonio de Villegas, y recogida en el libro IV de La Diana de Jorge de Montemayor a partir de la edición de Valladolid de 1561. Jarifa es ahora Dulcinea del Toboso le dice don Quijote, a lo que el labrador le responde:

—Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.

El labrador le recuerda la verdad. Vuestra merced es el honrado hidalgo del señor Quijana, y no Valdovinos ni Abindarráez. Pero, el personaje de la novela responde:

Yo sé quién soy—respondió don Quijote—, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.

Yo sé quién soy y sé quién puedo ser. Alonso Quijano sabe quién es, pero también sabe que con la imitación y la imaginación puede ser, jugar a ser hemos dicho en otras partes, quien quiera. Como todos.