Como los perros ladran,
los caballos relinchan, los gatos maúllan y los pájaros cantan, y como todos estos sonidos son perfectamente audibles por nosotros concluimos que los animales se comunican. Y es que no hay vida sin comunicación, y que ésta no se limita a las manifestaciones
sonoras: el barrenillo (un insecto coleóptero), por ejemplo, se sirve de
sustancias olorosas, determinados peces utilizan señales luminosas, las abejas
recurren a la danza… incluso los organismos unicelulares se comunican también
entre sí.
De todo esto nos habla Heribert Schmid (1927) en su libro Cómo se comunican los animales, donde nos explica cómo se aprovechan las posibilidades existentes, qué
requisitos han de cumplirse para que los animales puedan emitir, recibir y
elaborar señales y qué papel desempeña la comunicación en su vida social y
desarrollo posterior. Ahora leeremos el modo que tienen las amebas más simples de comunicarse mediante la acrasina. No lo hacen de modo muy distinto a como se comunican Clara y Javier por medio de sus móviles. Atentos:
Con un tarro de conservas recogimos una muestra del lodo estancado en un pequeño charco(...). Dejamos reposar el recipiente durante varias horas para que los miles de diminutos organismos contenidos en el fango se calmaran y pudieran adaptarse al nuevo entorno. Para alimentarlos añadimos al agua una o dos gotas de leche condensada y colocamos también algunas plantas acuáticas.
Al día
siguiente tomamos una pequeña muestra del lodo, la mezclamos con una gota de
agua y la depositamos en un porta, sobre el que colocamos un cubre a fin de
examinarla al microscopio. Descubrimos que la gota de lodo estaba poblada por
multitud de minúsculos organismos. Entre la miríada de paramecios, vorticelas y
ciliados que se mueven agitadamente
de un lado para otro, buscamos un espécimen más tranquilo y reposado. Por fin,
al cabo de algún tiempo descubrimos un tímida ameba, que se adaptaba magníficamente a nuestros propósitos. Este
organismo es una masa gelatinosa y flexible, rodeada de una membrana elástica
que cambia constantemente de forma a medida que se desplaza el animal, para lo
cual emite unas prolongaciones digitiformes que reciben el nombre de
pseudópodos. El cuerpo propiamente dicho está constituido por una sola célula
que posee todas las propiedades características de la vida, es decir, puede
desplazarse, ingerir alimento y desarrollarse. Cuando la ameba alcanza un tamaño determinado, se divide sencillamente por la
mitad, dando lugar a dos nuevas células. Este proceso puede repetirse cada 24
horas.
Con un
poco de paciencia observaremos todos estos
procesos-desplazamiento, división e ingestión de partículas alimenticias- en la
ameba que hemos seleccionado. Con toda
seguridad, este diminuto organismo es capaz de diferenciar un grano de arena
indigerible de una partícula alimenticia. La única forma de comprobarlo es
recurrir a la experimentación. La ameba
debe estar dotada por tanto de algo parecido a un sentido que le permite
distinguir unas sustancias de otras y quizá también reconocer a sus congéneres,
pues ocasionalmente puede observarse que dos amebas se unen para intercambiar
sus núcleos (conjugación).
El
reconocimiento es el requisito primordial para este proceso, pues en caso
contrario, las amebas pasarían
indiferentes una al lado de otras. Este constituye un ejemplo de lo que hemos
dado en llamar comunicación entre los
animales. Las amebas emiten
algún tipo de señal que es captada y reconocida por otros miembros de su
especie. ¿En qué consisten esas señales? ¿Cómo se reconocen las amebas?
En la
tierra húmeda viven amebas del
género Dictyostelium discoideum. En
épocas de escasez de alimento, la colonia, formada por multitud de organismos
aislados, sufre una auténtica conmoción y los individuos se desplazan desde
todos los rincones hasta un punto determinado para celebrar una
"asamblea" multitudinaria, con cientos de miles de asistentes. Las amebas trepan unas encima de otras
hasta formar una torre puntiaguda que al final acaba derrumbándose. Esta
"columna" de amebas, que
se desplaza como un solo individuo, mide unos 2 milímetros de largo y es
perfectamente visible a simple vista. Esta curiosa formación, que va dejando
tras de sí un rastro gelatinoso, avanza incansable, a veces durante largo
tiempo, hasta encontrar un lugar cálido y soleado.
Este
hecho es ya de por sí sumamente singular. Mientras las amebas viven como individuos independientes, buscan siempre lugares
húmedos y oscuros para evitar la desecación. Sin embargo, cuando se reúnen en
la formación descrita, sus preferencias cambian por completo. Cuando encuentran
el hábitat idóneo forman de nuevo una torre compuesta por un tallo estrecho de
un centímetro de alto rematado por una esfera. Las amebas que forman el tallo secretan paredes de celulosa que
confieren mayor consistencia a la construcción, lo cual no deja de ser
sorprendente, pues, a excepción de las amebas,
las plantas son los únicos organismos capaces de producir celulosa.
Por su
parte, los individuos que componen la esfera que remata esta especie de torre
de televisión en miniatura se repliegan y secretan una envultura resistente, y
reciben entonces la denominación de quistes
o esporas. Los quistes son muy resistentes al calor, al frío y a la sequedad y
pueden sobrevivir durante largos periodos de tiempo en este estado. Cuando un
gusano u otro animal pequeño pasa junto a ellos, se adhieren a su cuerpo y son
transportados así hasta otros lugares.
Si las
condiciones del lugar de destino son favorables, de los quistes emergen nuevas amebas,
reanudándose el ciclo desde el principio. Tanto los quistes como las amebas
a que dan origen son los únicos supervivientes de la formación, pues las que
constituyen el tallo mueren inevitablemente, es decir, se
"autosacrifican" para asegurar la supervivencia de la especie.
¿Cómo es
posible que esta especie de ameba
sea capaz de realizar un trabajo comunitario de semejante envergadura?
Lógicamente, los individuos deben disponer de algún sistema de comunicación.
Los investigadores han descubierto la señal que convoca a las amebas a la
"asamblea". Se trata simplemente de una sustancia química, llamada acrasina, que secregan únicamente las
denominadas amebas fundadoras. Esta sustancia, que se difunde por el
medio, atrae indefectiblemente a todos los individuos.
El
proceso es el siguiente: una ameba
(emisor) emite una señal (acrasina),
que es captada por otra ameba
(receptor), con lo que se tienen así los tres elementos básicos de todo sistema
de información.
Los tres
elementos son fundamentales y son
los mismos que utiliza la moderna técnica de las telecomunicaciones. Lo vemos
en un ejemplo: Javier quiere hablar
con su amiga Clara, que vive en el
extremo opuesto de la ciudad. ¿Qué hace entonces Javier? Sencillamente, decide llamarla por teléfono, aparato que
convierte sus palabras en impulsos eléctricos, lo que le permite salvar grandes
distancias. Esta conversión implica a su vez una codificación, lo que garantiza
así la confidencialidad del contenido del mensaje transmitido por Javier. Las señales son captadas y
decodificadas por el destinatario, en este caso, el teléfono de Clara. Al descolgar el auricular, los
impulsos eléctricos se transforman en ondas sonoras y Clara escucha la voz de Javier.
En el ejemplo citado hemos topado con un nuevo elemento: la codoficación de la
señal.
También
entre las amebas existe la
codificación, representada por la acrasina.
Tan sólo las amebas de la especie Dictyostelium
discoideum comprenden el sentido del mensaje; el resto de los animales
no lo capta o no le confiere ningún significado especial, lo que sin duda
representa una gran ventaja, pues entre otras cosas impide que eventuales
enemigos descubran el lugar de reunión de las amebas.
La
diversidad y multitud de sustancias químicas existentes convierten a éstas en
mágnificas señales secretas, y entre sus numerosas ventajas hay que destacar su
gran durabilidad, pues una sustancia química secretada por el emisor actúa como
señal durante mucho tiempo, incluso aunque el emisor abandone el lugar o
interrumpa su actividad emisora.
Por otra
parte, las señales químicas apenas se ven afectadas por las perturbaciones.
¿Qué queremos decir con esto? Volvamos a la conversación telefónica entre Javier y Clara. A veces, cuando hablamos por teléfono, nuestras palabras se
hacen inaudibles debido a ruidos, pitidos y chasquidos extraños procedentes del
exterior.
Estas
perturbaciones constituyen uno de los problemas más molestos en el ámbito de la
comunicación. Las sustancias químicas, en cambio, apenas se ven afectadas, pues
además de ser muy resistentes, no son fáciles de modificar.