Carles Lalueza Fox es investigador del CSIC. Él nos cuenta algunas cosas sobre el gen del lenguaje, el gen FOXP2:
Los científicos aclaran cómo surgió la capacidad de hablar a
partir de cambios en un solo gen: la versión humana del gen FOXP2 modifica la
actividad de otros 116 genes en el cerebro.
Según han descubierto investigadores de la Universidad de
California en Los Ángeles (UCLA), la versión humana de gen FOXP2 modifica la
actividad de otros 116 genes en el cerebro, de modo que cambia la arquitectura
del cerebro y aparece el don del lenguaje. Este mismo gen actúa también en
otros órganos, especialmente en actividades de coordinación motora, de modo que
el aparato de fonación puede ejecutar la compleja secuencia de movimientos que
permite el habla. FOXP2 emerge así como el interruptor maestro del lenguaje, ya
que de él depende que se produzcan la multitud de modificaciones necesarias en
el cuerpo humano para poder hablar.
El gen FOXP2 ha sido conocido como "el gen del lenguaje" desde que en
el 2001 se descubrió que estaba mutado en varias personas de una misma familia
que sufrían disfunciones lingüísticas. Pero faltaba explicar cómo un único gen
puede regular una función tan compleja como el lenguaje, que afecta a tantas
regiones del cerebro y a tantos órganos distintos.
Se sabía que todos los vertebrados tienen un gen FOXP2, que interviene en
funciones motoras como la coordinación muscular. Y se descubrió que sólo hay
dos diferencias minúsculas entre el FOXP2 de los humanos y el de nuestros
parientes más próximos, los chimpancés: concretamente, dos aminoácidos son
distintos entre la proteína producida por el gen FOXP2 humano y el de los
chimpancés.
Para averiguar qué efectos tienen estos dos cambios de
aminoácidos, los investigadores de UCLA han introducido el FOXP2 del chimpancé
en neuronas humanas. Seguidamente, han analizado qué genes están activos en
estas neuronas. Y han comparado los resultados con los genes activos en
neuronas humanas normales. Cuando los investigadores analizaron los cultivos
celulares con avanzadas técnicas genómicas observaron que más de cien genes
estaban actuando de manera distinta entre las neuronas con FOXP2 humano y de
chimpancé. Estos resultados se confirmaron después analizando la actividad
genética en tejido cerebral de personas y chimpancés.
Otra investigación publicada este año en
la revista Cell ha observado que, si se introduce el gen FOXP2 humano en
ratones, se alargan las dendritas (prolongaciones de las neuronas) en algunas
regiones del cerebro y emiten más vocalizaciones.
Los resultados del equipo de UCLA "muestran que un
pequeño cambio en un gen puede tener grandes consecuencias; por lo tanto, dos
especies pueden tener genomas muy parecidos, como nosotros y los chimpancés, y
sin embargo ser muy distintas en algunos aspectos", destaca Carles Lalueza,
del Institut de Biologia Evolutiva CSIC-UPF.
La nueva investigación ayuda a resolver dos problemas que
tenía planteados hasta ahora el estudio del origen del lenguaje. El primero es
que, si un único gen actúa sobre muchos otros, "no es preciso que se hayan
producido muchas mutaciones genéticas distintas, que era improbable que
hubieran ocurrido al mismo tiempo, para explicar cómo los humano desarrollaron
el lenguaje", apunta Robert Sala.
Segundo, si FOXP2 actúa tanto sobre el cerebro como sobre el
aparato de fonación, la evolución de un único gen basta para explicar cómo
apareció, por un lado, la capacidad de procesar el lenguaje en el cerebro y,
por otro, la capacidad de hablar.
Pero no todo está explicado con FOXP2, advierten los autores de la investigación.
A partir de ahora, señalan, habrá que averiguar cómo influyen en el lenguaje
los 116 genes alterados por la versión humana de FOXP2. Según destaca en un
comunicado Genevieve Konopka, primera autora de la investigación, "al
identificar los genes influenciados por FOXP2, tenemos nuevos instrumentos para
estudiar cómo el lenguaje humano está regulado a nivel molecular".
Los primeros humanos no sabían hablar
Los fósiles de las distintas especies humanas, los restos
arqueológicos que han dejado y los estudios genéticos indican que otras
especies fueron capaces de hablar antes que la nuestra, pero que los primeros
humanos que aparecieron en África hace 2,5 millones de años aún no tenían un
lenguaje desarrollado. Los fósiles de los huesos del oído medio de los Homo
heidelbergensis que vivieron en Atapuerca hace unos 400.000 años indican que
podían discriminar sonidos como nosotros. La base del cráneo de los Homo
heidelbergensis y sus descendientes, los neandertales, revela que la posición
de la laringe respecto a la boca les permitía probablemente articular fonemas.
Pero que pudieron escucharlos y pronunciarlos no significa que lo hicieran. Por
ello, el estudio de los fósiles se complementa con el estudio de su cultura.
Las pruebas más antiguas de pensamiento simbólico están fechadas en más de
200.000 años, como la Venus de Berekhat Ram. Dado que es difícil desarrollar un
pensamiento simbólico complejo sin lenguaje, gran parte de los especialistas en
evolución humana creen que el origen del lenguaje se sitúa entre los 200.000 y
los 500.000 años de antigüedad –es decir, en el último 20% de la historia del
género humano.
Finalmente, los
análisis genéticos de neandertales revelan que ya tenían el gen FOXP2 igual que
nosotros. Este resultado, unido a su avanzado pensamiento simbólico, sugiere
que tenían un lenguaje complejo.
¿Es la capacidad de hablar exclusiva de nuestra especie?
El lenguaje se ha considerado desde antiguo una
característica esencial para definir nuestra humanidad. No es de extrañar que,
cuando le mostraron un chimpancé a Voltaire, este exclamara: "¡Habla, y te
bautizo!". El lenguaje, que percibimos como una cualidad superior,
excelsa, conectada con la divinidad (como se muestra en el inicio del Evangelio
de San Juan), ha sido propuesto como un rasgo único de nuestra especie, algo
que nos distinguiría del mundo natural, incluso de otras especies de humanos.
Aun así, los que defienden esta idea no dirían que una persona con déficit en
el lenguaje, o muda, no es humana. Pero era una propuesta atractiva, porque el
lenguaje actúa como una adaptación externa al organismo que, por tanto, puede
transformarse a más velocidad que la evolución biológica. Este rasgo podría
contribuir a explicar por qué nuestra especie reemplazó aparentemente a los
humanos arcaicos en su expansión fuera de África, hace menos de 100.000 años.
Pero el reciente descubrimiento de que nuestros primos, los neandertales,
también poseían la versión humana moderna del gen FOXP2, ha venido a derribar
esta posible definición de la unicidad humana. El gen ya ha sido recuperado en
dos individuos del yacimiento de El Sidrón, en Asturias, y también en un
individuo del yacimiento croata de Vindija. En realidad, se trataba de una
concepción apriorística sobre lo que nosotros desearíamos que nos definiera
como especie. El proyecto genoma neandertal, cuyo resultado se publicará el
próximo año, nos desvelará qué cambios en qué genes concretos son exclusivos de
nuestra especie, y nos proporcionará por fin una definición empírica y objetiva
de Homo sapiens. Pero ni el FOXP2 ni, con toda probabilidad, los genes sobre
los que influye, estarán en dicho listado. El verbo se hallaba ya en el linaje
humano antes de que llegáramos nosotros.