Dice Helena
Pimenta que hemos visto una “comedia de ambiente urbano, perteneciente al
género llamado de capa y espada, de enredo e intriga que nos transmite las
incertidumbres del hombre de la época y las obsesiones de un autor que nos ha
dejado tantas obras geniales. Tras La vida es sueño y El
alcalde de Zalamea, obras que he dirigido en la CNTC, mi inquietud sobre los temas calderonianos ha aumentado y no
deja de sorprenderme cómo el autor los trata desde otra mirada en La
dama duende. Es una obra con estructura circular y dinámica que alberga
un extraordinario verbo y unos personajes contradictorios. Una comedia que
divierte, entretiene y critica con ironía las costumbres de una sociedad que
tiene encerrada a una mujer viuda, incapaz de superar la ruina en que su
caballero la ha dejado. Entre el sueño y la realidad, entre la risa y el
asombro, las palabras de Calderón
nos descubrirán, una vez más, situaciones relativas a la mujer, a los
sentimientos, al engaño, a la libertad. Situaciones que proceden de nuestro
pasado lejano y cercano e incluso de nuestro presente. El humor se aliará con
nosotros para perder el miedo a enfrentarlas.”
El REPARTO,
por orden de intervención, lo forman Rafa
Castejón
(don Manuel), Álvaro de Juan
(Cosme), Marta Poveda
(doña Ángela), David Boceta
(don Luis),
Paco Rojas (Rodrigo),
Joaquín Notario
(don Juan), Nuria Gallardo (Beatriz),
Cecilia Solaguren
(Isabel), y Rosa Zaragoza (Clara). El
EQUIPO TÉCNICO fue el siguiente: Álvaro Luna (video escena), Jesús Esperanza (maestro de armas), Vicente Fuentes (asesor de verso), Nuria Castejón (coreografía), Ignacio García (selección y adaptación
musical), Gabriela Salaverri
(vestuario), Juan Gómez-Cornejo
(iluminación), Esmeralda Díaz
(escenografía), Álvaro Tato
(versión), Helena Pimenta
(dirección) y Compañía Nacional de Teatro Clásico (Producción).
Marcos
Ordóñez ha visto La dama
duende, de Pedro Calderón de la Barca. Leamos lo que ha escrito
en Babelia, el suplemento cultural de El País:
La máquina de la felicidad
La
dama duende, un Calderón felicísimo, triunfa en Madrid
con soberbios trabajos de la Compañía de
Teatro Clásico, a las órdenes de Helena
Pimenta
La
Compañía de Teatro Clásico es una
máquina cada vez mejor engrasada. La máquina de la comedia, la máquina de la
felicidad. He visto, alelado de gusto, La dama duende.
Todos bordan sus trabajos. Exhalan alegría, ritmo a toda mecha, intención, densidad
y ligereza. El verso, complejo y a ratos endiablado, fluye como agua clara.
Musicalidad y naturalidad riman más y mejor que nunca. Tendría que mencionar al
equipo completo, encabezado por la dirección de Helena
Pimenta y las estupendas versiones de Álvaro Tato. Y la escenografía de Esmeralda Díaz, bañada por los admirables claroscuros del gran Gómez Cornejo. Dos interiores
burgueses, comunicados por un misterioso pasadizo. Salida al jardín, siempre
nocturno y propicio a los encuentros ocultos. Y una calle madrileña donde se
desata, al principio, todo el enredo.
La
directora del Clásico lo ha llevado
al diecinueve. Lo que entonces se llamaba “comedia de magia”. Y le ha inyectado
una pulsión romántica, muy bien vestida por Gabriela Salaverri. El año pasado, cuando vi El perro del
hortelano, de Lope,
montado por Pimenta, no pude dejar
de pensar en Preston Sturges. Aquí,
la siembra de gags físicos, la opulencia verbal, y el muy vodevilesco vaivén de
la alacena giratoria, me llevaron a Francia. Ante esta pieza maestra del joven Calderón (la escribió hacia 1629)
fantaseo con una singular línea dinástica que enlaza sus grandes comedias con
los mejores humores de Molière, Marivaux y Feydeau, posibles descendientes. Y tampoco estaría lejos, verso
aparte, un parentesco italiano: el caballero Goldoni.
En
La dama duende las mujeres
llevan la voz cantante. La maestra de ceremonias es Ángela de Toledo (Marta
Poveda), joven viuda custodiada hasta el encierro por sus hermanos, don Juan (Joaquín Notario) y don Luis
(David Boceta). Como dice Álvaro Tato, es una gran dramaturga,
pues en busca del amor urde una intriga tan arriesgada como juguetona, y hace
bailar a todos en su danza. Tato lo
clava en una frase: “de viuda endeudada a vida enduendada”. Marta Poveda encarna a una Ángela deliciosa, apasionada y divertidísima,
óptimamente secundada en todas sus aventuras por su prima doña Beatriz (Nuria Gallardo)
y la criada Isabel (Cecilia Solaguren), que detona la vía
de escape. En la crítica de El perro
del hortelano escribí: “Poveda
y Castejón sirven aquí sus mejores
trabajos”. Era cierto entonces, pero aquí han ido a más: siguen siendo reyes de
la comedia y al mismo tiempo arden a fuego lento, con gran delicadeza. Ambos se
enamoran a la romántica usanza, por puro flechazo. Y nada mejor, parece
decirnos Calderón, que jugar a dama
fantasma (ya verán cómo) para conocer al galán entrevisto. Fascinante doña Ángela y conmovedor don Manuel, a quien su extrema
racionalidad le despista de ver lo palmario, y el subconsciente le guía con más
fuerza hacia el torbellino. Jugando a esos puentes que tanto me gustan, el don Manuel de Rafa Castejón, casi británico, tímido y flemático, pero capaz de
lanzarse y batirse cuando el empeño lo exige, me hace pensar en el suave humor,
la mezcla de fragilidad e hidalguía del joven Jaime Blanch. Y contemplo, genuflexo, a Marta Poveda (no puedes dejar de mirarla, incluso cuando va
afantasmada de blanco o encapuchada de rojo) y me vuelve la sandunguera
inteligencia y el arte de la réplica de la joven Amparo Baró.
Me
pido verles algún día como Benedict y
Beatrice en Mucho ruido y pocas nueces, aunque Ángela a quien recuerda es a la Rosalinda
de Como gusteis. Volviendo a
la pulsión romántica: hay dos duos suntuosos. El último, en el que la joven
tapada declara su amor al visitante, y antes la no menos preciosa escena en el
jardín entre Joaquín Notario y Nuria Gallardo, soberbia “segunda
pareja”, donde alcanzan sus respectivas cotas, que ya han sido muy altas a lo
largo de la función. Don Juan (Notario) y don Luis (David Boceta),
los hermanos guardianes, no son celadores de manual obsesionados por el honor:
de acuerdo que quieren tener a doña
Ángela a cal y canto, pero de poco les sirve ante su ingenio. A don Juan acaba redimiéndole su
ingenuidad y su pasión, y Boceta
dibuja con todas sus capas al hermano menor, solitario, noble, impetuoso y
atormentado.
Álvaro de Juan
es un desbordante Cosme, el gracioso
trémulo y supersticiosísimo, un patrón de cómico al que resucitaría Jardiel en Los habitantes de la casa deshabitada. Muy bien, en sus
breves papeles, Rosa Zaragoza (Clara) y Paco Rojas (Rodrigo). Y
la bella selección musical de Ignacio
García, entre el minué y el belcanto, y las coreografías, leves e irónicas,
de Nuria Castejón. Horacio Ortheguy vinculaba el montaje
de Helena Pimenta con el arte sutil
y refinado del gran José Luis Alonso:
me parece acertadísimo.
La dama duende,
estrenada el pasado festival de
Almagro, está triunfando en la
Comedia, y luego girará por media España. No se la pierdan. (Por cierto:
¿para cuando en Cataluña?).