Otra vez Álex Grijelmo para recordarnos que
tenemos la preposición en y así
hablar sin artificio. Leámosle en su columna de La punta de la lengua en El País:
Puigdemont a bordo
El mal
lenguaje periodístico tiende a distanciarse de la manera sencilla de hablar de
la gente instruida. Uno de los trucos de columnistas y redactores para tirarse
el folio como si fueran de otra estirpe consiste en expresar con exceso todo
aquello que se puede decir sin artificio.
Entre esos
estiramientos figura la sorprendente querencia hacia la locución adverbial a bordo. El último ejemplo general se
dio con la detención de Carles
Puigdemont en Alemania. Rara fue la noticia que no incluyó oraciones como
las siguientes (todas ellas reales): “El dirigente catalán fue seguido mientras
viajaba junto a otras cuatro personas a bordo de un vehículo Renault Espace”.
“A bordo del vehículo en el que intentaba llegar a Bélgica había otras cuatro
personas”. “La Policía Nacional ha ordenado investigar a los dos miembros de la
policía autonómica catalana que acompañaban a Puigdemont a bordo del vehículo”.
“A bordo iban dos mossos y dos amigos del expresident”.
Nadie
imaginaría una conversación entre dos conocidos que se dijeran en la calle
frases como éstas: “Ayer me llevó mi hermana a casa a bordo de su Opel Corsa”.
“Iba a bordo de mi coche cuando oí por la radio que habían detenido a
Puigdemont”. “No sé si mañana nos desplazaremos a bordo del coche o a bordo de
la moto”.
Cuánto estará
sufriendo en su rinconcillo la modesta preposición en.
La locución a bordo de se usa desde hace siglos
para mencionar el interior de una embarcación; es decir, de lo que tiene borda
o bordo (antiguamente, las lindes de un navío). Mucho más tarde se extendió a
los aviones, igual que gran parte del léxico marino (embarcar, proa, popa, babor, estribor, navegación, borda, nave, velocidad de crucero, bodega…). Pero la Academia mantenía quieta desde el siglo XVIII la definición de a bordo (“en la embarcación”, decía
simplemente), sin ampliarla a la aviación pese a la frecuencia de ejemplos como
“estoy a bordo del avión”, “no se puede fumar a bordo de la aeronave”, o “los
secuestradores siguen a bordo del aparato”.
El uso se ciñó
a barcos y aviones durante muchos decenios hasta que a cierto gabinete de
prensa policial le dio en los años ochenta por escribir cada dos por tres “los
atracadores huyeron a bordo de un coche”. Recuerdo haber leído con extrañeza
oraciones como ésa en las notas oficiales que llegaban a la Redacción para dar
cuenta de los sucesos madrileños. La nueva expresión fue invadiendo los
teletipos y los diarios porque algunos redactores la reproducían textualmente.
Después empezaron a aparecer en los coches los carteles de “bebé a bordo”,
copia literal del inglés baby on board (hay
un bebé dentro).
La Academia percibió con el tiempo ese uso
frecuente (tal vez ese abuso) de a bordo
para los autos, y lo reconoció a partir de la edición del Diccionario de
2001. En ella señalaba ya que significa “en una embarcación y, por extensión,
en otros vehículos”.
No se precisa cuáles son esos “vehículos” de la extensión, y por tanto
podrían acogerse a ella todas las personas que dijesen haber viajado a bordo de
una bicicleta, o quizás a bordo de un patinete. Y también los dos amigos que
acompañaban a Puigdemont, quienes
tendrán a su alcance alegar que formaban parte de su dotación de a bordo; mientras que los dos policías autonómicos,
lejos de actuar como supuestos cómplices de su fuga, siempre pueden aducir que
los habían contratado como tripulación.